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Constitución, Leyes, Dictadura

El Nuevo Evangelio para los Tiempos Modernos

Ustedes sentaron a un hombre en un trono y prefirieron confiar en sus caprichos más que en las leyes

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  1. He aquí que un día los moradores de una gran ínsula, con el propósito de mejorar sus vidas y crear una sociedad ideal, buscaban a un caudillo a quien seguir, y clamaban: ¿Quién podrá guiarnos a la Tierra Prometida?
  2. Entonces un grupo de honorables jurisconsultos llegaron y dijeron: Ya no es necesario buscar caudillos pues he aquí la Ley de leyes más perfecta y justa que nos hará definitivamente libres. Y acordaron que desde entonces esas reglas de oro regirían las vidas de todos los moradores de la gran ínsula, para que fueran siempre libres.
  3. Pero algunas de esas leyes no se aplicaban, y otras eran violadas, por lo que un grupo de hombres y mujeres indignados exigieron cambiar a los gobernantes mediante el voto.
  4. Mas un general, sin esperar los votos que decidirían quien sería el nuevo gobernante, entró armado al augusto recinto y echó por un caño la Ley de leyes mientras anunciaba que no eran necesarias, pues él, a partir de entonces, se ocuparía de decidir qué era lo justo y lo injusto.
  5. Entonces los magistrados, los diputados y las grandes eminencias, se plegaron a acatar sus decisiones, mientras que muchos moradores, indiferentes, dijeron: Ya tenemos al caudillo. ¿Para qué queremos esa Ley de leyes si nadie las cumple? Y solo pequeños grupos de jóvenes alborotadores tuvieron que ser callados por la fuerza bruta.
  6. Y apareció un joven que se hizo jefe de uno de esos pequeños grupos asegurando que era el destinado a liberar al pueblo de la tiranía y restaurar la Ley de leyes, y muchos le creyeron, y se fue a la cumbre de los montes para convertirse en esperanza y faro de perseguidos y oprimidos.
  7. Las montañas se llenaron de inconformes, en las ciudades se mataban unos a otros, los que defendían al tirano y los que se le oponían, y el tirano, asustado, viendo que ya ni siquiera los militares lo obedecían, huyó lejos a otras tierras.
  8. Entonces todo el pueblo se lanzó a las calles a recibir con ovaciones al redentor que bajaba desde lo alto a traer la libertad. Lo honraron, lo reverenciaron, y luego dijeron: ¿Para qué queremos la Ley de leyes y votaciones para elegir a un gobernante si ya lo tenemos a él? En él confiamos. Lo sentaron en un trono y le juraron lealtad. Y finalmente bajaron de las paredes de sus hogares los cuadros del divino galileo, y a él lo subieron a un altar.
  9. El Elegido, ante un mar de pueblo que lo vitoreaba, dijo: Aquellos que reprimieron al pueblo en nombre del tirano deben morir. Y el mar de pueblo gritó: ¡Muerte! Y cuando algunos que lucharon con él se opusieron a su coronación y a su deificación, dijo: Los traidores deben morir. Y el mar de pueblo gritó: ¡Muerte! Y las horas de las noches no alcanzaban suficientemente para pasar a tantos condenados por el patíbulo.
  10. Y cuando algunos del pueblo comenzaron a dudar de las decisiones del Elegido, éste dijo: ¡Los calumniadores, a la cárcel! Y el mar de pueblo gritó: ¡A la cárcel! Y hasta muchos que antes habían gritado muerte, fueron encarcelados.
  11. Luego el Elegido dijo: Unos tienen muchas riquezas y otros no. Y eso es injusto. Todo debe pasar a manos del pueblo. Y las multitudes, eufóricas, aplaudieron. Pero como él se consideraba representante del pueblo, todas las riquezas pasaron a sus manos.
  12. Más tarde dijo que personas del pueblo poseían algunos pocos bienes mientras los demás vivían en la miseria, y que eso tampoco era justo, por lo que, en aras de la igualdad, les quitó esas pequeñas posesiones a quienes las tenían. Así que se hizo esa justicia, y todos por igual quedaron en la miseria, menos los protegidos del Elegido que cuidaban sus propiedades.
  13. Y como el Elegido era considerado como la máxima autoridad en todo, como todo lo decidía sin escuchar consejos de los más sabios, y los demás lo obedecían ciegamente, todos los bienes se fueron destruyendo y el pueblo vivía con muchas calamidades, por lo cual muchos se aventuraron a escapar a lejanas tierras por riesgosos caminos, por lo que gran número de ellos morirían en el intento, otros quedarían vagando como parias por el mundo, y los más afortunados, aunque adaptados a vivir lejos de su patria, no podrían regresar nunca más a ella. Muchas familias quedaron enlutadas y otras, divididas.
  14. Entonces muchos de los que habían pedido muerte y cautiverio para tantos de sus compatriotas, rogaron a Dios: ¡Dios, ten piedad de nosotros! ¡No nos abandones entre tantos tormentos!
  15. Entonces Dios les dijo: Por cuanto ustedes sentaron a un hombre en un trono y prefirieron confiar en sus caprichos más que en las leyes, puesto que adoraron a un simple mortal y lo elevaron a un altar y se olvidaron de mí, y luego pidieron muerte y prisión para muchos de sus hermanos, deberán soportar las consecuencias de sus propios actos y seguir sufriendo… hasta que los hijos de sus hijos, los únicos libres del pecado de idolatría, se lancen a las calles, todos juntos, pidiendo libertad.
  16. Y como todos los que le habían rogado se hincaron de hinojos pidiendo perdón, Dios les habló nuevamente: Y una vez que los hijos de sus hijos rompan el yugo de la opresión, solo entonces, si han aprendido la lección que ustedes se negaron a escuchar, haré de ellos, cuando el último de ustedes haya bajado a la sepultura, el más próspero y feliz de todos los pueblos que la historia jamás haya podido conocer.

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