El “numerito” del embargo y las patrañas del castrismo
La Habana pretende diseñar la política exterior de Estados Unidos a su conveniencia
El que pretenda seguir las relaciones entre el Gobierno cubano y Estados Unidos a través de la prensa del régimen pudiera llegar a pensar que la política de la nación más poderosa del planeta se establece y se aprueba en La Habana.
Cada vez que se celebra la Asamblea General de la ONU el Gobierno cubano presenta una propuesta de resolución condenando “el bloqueo” de Estados Unidos contra “Cuba”, tergiversando el hecho cierto de que se trata de un embargo y no de un bloqueo, y de que no ha sido establecido contra Cuba sino contra su gobierno tiránico. Hasta la falta de boniatos y calabazas es culpa del “bloqueo”.
La batalla de la propaganda, sin dudas, la ha ganado la dictadura cubana. Este año, como ha sido norma últimamente, el voto a favor del Gobierno cubano resultó abrumador: 188 votos aprobando la resolución, 3 en contra (Estados Unidos, Israel y Palau) y 2 abstenciones (Micronesia e Islas Marshall).
Pareciera que el régimen se alegra tanto con estos resultados que comienza a pedir y pedir como si fuera una lista de regalos para Los Reyes Magos. Según Juventud Rebelde, “sobre la base del respeto a la soberanía cubana y la igualdad de condiciones, el Ministro del Exterior de la Isla reiteró la disposición de la Isla a un diálogo para la normalización de relaciones, lo cual pasaría por una agenda en la que el levantamiento del bloqueo, la compensación por daños a Cuba, su retiro por EEUU de la espuria lista de países terroristas, la devolución del territorio ocupado ilegalmente por la base naval de Guantánamo, la abrogación de la Ley de Ajuste cubano y de la política de ‘pies secos y pies mojados’, el fin de las agresiones radiales y del financiamiento a la subversión interna, así como el regreso a la Isla de los cinco cubanos injustamente encarcelados en EEUU —un elemento esencial, dijo—, serían puntos principales”.
Larga lista de exigencias, ¿a cambio de qué? A cambio de nada. El régimen no ofrece nada a cambio. Hasta los niños pequeños saben que hay dos maneras de negociar: el clásico tira y afloja, ofreciendo y solicitando concesiones, hasta llegar a una situación aceptable para ambas partes, o la posición del guapo del barrio, que lo exige todo a cambio de nada. Esa segunda posición de guapería es la que pretende mantener el Gobierno cubano en estos momentos. El único problema para el régimen es que ni es el guapo del barrio, ni Estados Unidos le tiene miedo, y lo peor de todo es que el barrio, literalmente, se está cayendo a pedazos todos los días.
La semana pasada, cuando se anunció la reelección de Obama en las elecciones presidenciales, surgieron de inmediato los comentaristas “sabihondos” que pretendían señalar lo que debería hacer o no el Gobierno de Estados Unidos con relación a Cuba, olvidando alegremente que los gobernantes de esta nación responden a sus votantes, los ciudadanos estadounidenses, y no a los deseos o las digresiones etílicas de quienes odian a este país.
El Gobierno cubano sabe perfectamente que una cosa es lograr la aprobación abrumadora de una resolución aparentemente justa (que ignora los orígenes y las causas del embargo), en la Asamblea General de Naciones Unidas (nunca ha propuesto la misma resolución en el Consejo de Seguridad), que pretender que Estados Unidos se doblegue ante una lista de supermercado barato, exigiendo, entre otras cosas, la devolución de la Base Naval de Guantánamo, la liberación de los espías condenados de la Red Avispa, la eliminación de una ley estadounidense, la “compensación” a Cuba por supuestos daños del “bloqueo”, la eliminación de Radio Martí, o borrar al Gobierno cubano de la lista de países promotores del terrorismo.
El Gobierno cubano no es un advenedizo a la hora de enfocar sus relaciones con Estados Unidos. Que abunden ineptos en muchos otros campos del gobierno, como abundan, es una cosa, pero otra muy distinta es el equipo que maneja las relaciones con el vecino del norte, que no son solo los que acostumbran a dar la cara pública ante la prensa extranjera. Es un equipo muy selecto, de élite, con personas muy experimentadas tanto en el campo de la Inteligencia como en el de la Diplomacia, en ocasiones con cobertura académica, donde todos manejan el idioma inglés (a pesar de que algunos lo hablan como en Hialeah). Son los receptores finales, además, de un inagotable caudal de informaciones del servicio diplomático, de la agentura, de “personas de confianza” y de agentes de influencia diseminados por Estados Unidos y en todo el mundo. Y lo más importante, no trabajan a base de improvisaciones y destellos de genio, sino planificando estratégicamente y analizando la mayor cantidad de escenarios posibles a la hora de tomar las decisiones y definir los programas de trabajo, tanto a largo plazo como a mediano y corto.
Entonces, ¿por qué si el Gobierno cubano dispone de tantas condiciones para manejar con talento y habilidad las relaciones con Estados Unidos, su Canciller plantea demandas tan ridículas durante su presencia en Naciones Unidas? Si fuéramos a responder sin pensar demasiado habría que decir que no es serio lo que hace el Canciller. Pero esa no parece una respuesta inteligente, al menos en este caso.
¿Por qué aferrarse a demandas imposibles de satisfacer a cambio de nada, pocos días después de que el Presidente de Estados Unidos ha sido reelecto? Por dos razones: una de ellas, nada despreciable para la gerontocracia, es para consumo interno, para que funcione la propaganda embrutecedora contra la población, que al tener limitadas y censuradas sus fuentes de información, va siendo erosionada continuamente con la avalancha de la propaganda totalitaria.
La otra, no menos importante, tiene que ver con la perspectiva inmediata y futura de las relaciones del Gobierno cubano con Estados Unidos: para enrarecer el ambiente, para dificultar las relaciones más elementales de convivencia, para hacer prácticamente imposible un mejoramiento de las relaciones entre los dos gobiernos.
Lo que menos le convendría a la dictadura sería el levantamiento del embargo y la normalización de relaciones con “el imperio”. El castrismo siempre necesita un enemigo, y si es el más poderoso de los enemigos, mejor. Naturalmente, un enemigo que la dictadura sepa que no intentará destruirla por la fuerza siempre que se comporte con cordura ante ese “enemigo”.
Entonces, ¿qué mejor “enemigo” que Estados Unidos?
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