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Censura, Rock, Represión

El «rock», la censura, y la falta de papel sanitario en Cuba

Lo más irónico es que, al final, escuchando música rock, clásica, brasileña y jazz, eventualmente me interesé por la música cubana que tanto detesté durante mi adolescencia

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Los revolucionarios cubanos prohibieron el rock durante muchos años en Cuba. Lo tildaron de propaganda enemiga y consideraron excéntricos, desviados ideológicos, contrarrevolucionarios y hasta depravados y amanerados a quienes lo escuchábamos.

Ellos nos llamaban freaky-freaky por escuchar rock. Nosotros les llamábamos ‘cheos’ por no escucharlo. Nos la pusieron difícil, pero fracasaron en el intento al ignorar que, a adolescentes y jóvenes, mientras más tabúes y prohibiciones les imponen, más curiosidad y rebeldía despiertan en ellos.

Por ejemplo, mis compañeros de preuniversitario y yo escuchábamos rock a través de emisoras de radio que llegaban a La Habana desde Cayo Hueso. Armábamos antenas con alambre de percheros que conectábamos a los radios soviéticos VEF y Selena. Durante la noche, subíamos a la azotea de la casa para sintonizar lo mejor posible, cuidándonos de Josefina la federada, Rafaela la cederista, y Rolando el miliciano. Ellos nos vigilaban, y nosotros a ellos. Madrugábamos en el esfuerzo y, soñolientos pero satisfechos, caminábamos hacia la escuela al día siguiente temprano en la mañana, siempre hablando de rock.

No sabíamos inglés, pero aprendimos los nombres de las bandas inglesas y norteamericanas, los nombres y apellidos de sus integrantes, y los títulos de sus discos y canciones. Ah, y cantábamos en inglés con una pronunciación horrible, pero cantábamos. A eso le llamábamos cantar con forros.

Una tarde, salí de la escuela con muchos deseos de ir al baño. Llegando a mi casa, fui directico al inodoro y, a falta de papel sanitario, agarré una revista, lo único disponible en ese momento. Me tocó una Unión Soviética, la cual era de un papel muy duro y áspero, como una lija. Había que mojarlo y arrugarlo para ablandarlo bien. Abrí la revista y, para mi sorpresa, di con un artículo sobre el álbum Difficult to Cure (Polydor, 1981) de Rainbow, la banda que el gran guitarrista Ritchie Blackmore fundó después de haber desintegrado a Deep Purple.

El articulo informaba que el álbum contenía una versión rock de la 9na Sinfonía de Beethoven y, lógicamente, criticaba la versión, el disco, a Ritchie Blackmore, al rock and roll, a la sociedad de consumo, al capitalismo y cosas por el estilo. Pero a mí no me importó nada de eso porque yo solo tenía cerebro para el rock. Más me molestaba tener que limpiarme con papel soviético.

Entonces pensé, me dije: ese Beethoven tiene que ser buenísimo si Rainbow grabó una sinfonía suya.

Maldije al politburó, al soviet supremo y a la KGB mientras me limpiaba con la Unión Soviética. Y con el trasero lija’o, me fui para la Biblioteca Nacional, la cual conocía muy bien porque la visitaba desde que era niño. Sabía que tenían una sección de música, con tocadiscos y todo. Esa tarde escuché la 9na sinfonía de Beethoven como cinco veces preguntándome, e imaginando, cómo sonaría en estilo rock.

Regresé a escuchar más. La bibliotecaria me recomendó las sonatas de Beethoven, feliz de ver a un adolescente escuchándolas. Y así descubrí a Mozart, Brahms, Bach, Debussy, Vivaldi y a muchos otros. La bibliotecaria también me recomendó el álbum De Bach a los Beatles (EGREM, 1981) de Leo Brouwer. Todo eso me ayudó a entender —en mi mente adolescente— la calidad de bandas como The Beatles, Deep Purple, Led Zeppelin, el rock en general y el rock progresivo en particular.

Leyendo, y con el tiempo, aprendí que muchos de esos músicos de rock estudiaron en academias de música, admiraron la música clásica y hasta la utilizaron para crear melodías y armonías nuevas. Concluí que solo un burócrata ignorante pensaría que bandas como Emerson, Lake & Palmer, Yes, Genesis, Kansas y Pink Floyd, entre muchas otras, no hacían música de calidad. No pasarlas por radio y televisión fue otro de los tantos errores cometidos por un gobierno que se auto declaraba revolucionario, pero no entendía o se negaba a entender lo revolucionario en la música de los Beatles y Pink Floyd, por ejemplo. Para los revolucionarios cubanos, limpiarse con papel de periódicos y revistas era algo muy revolucionario, pero los Beatles no.

Por suerte, la censura al rock comenzó a disminuir a partir del año 1980, creo que debido a los sucesos en la embajada del Perú y el puerto de Mariel. Al parecer, los revolucionarios cubanos concluyeron que tenían que aflojar un poco. Recuerdo la primera vez que pasaron por la televisión a Elton John, a dúo con Kiki Dee. Tuvimos que empujarnos un concierto de una hora del checo Karel Gott para oír una canción —Don’t go breaking my heart— de tres minutos de Elton John y Kiki Dee. Eso sucedió en julio de 1980. Todavía recuerdo cuánto nos burlamos de Karel Gott y la rusa Ala Pugachova.

También recuerdo que mis amigos y yo casi nos dormimos mientras el grupo húngaro Locomotiv tocaba en el teatro Carlos Marx. Creo que Locomotiv se percató de ello, porque, de pronto, comenzó a tocar Day Tripper y otras canciones de los Beatles. Entonces el teatro Carlos Marx casi se vino abajo.

Lo más irónico es que, al final, escuchando música rock, clásica, brasileña y jazz, eventualmente me interesé por la música cubana que tanto detesté durante mi adolescencia. ¿Debería yo agradecérselo a la falta de papel sanitario en Cuba?


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