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Vuelta, Exilio, Salida

El Ulises tropical y la Odisea insular

La Isla-Ítaca es también una odisea en sí misma

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Se le adjudica al profesor y psiquiatra español Joseba Achotegui la definición del Síndrome de Ulises. Se trata de un padecimiento crónico que afecta al emigrante. Se caracteriza por síntomas de tipo emocional —nerviosismo, baja auto estima— con trastornos del sueño, unido a malestares físicos como dolores de cabeza frecuentes. El doctor Achotegui, con vasta experiencia en el campo de la atención clínica a los emigrantes, cree que la separación forzada de los seres queridos, la desesperanza de los primeros días o meses en territorio desconocido y el temor al futuro hacen que aparezca una reacción de “duelo”, como si la persona hubiera perdido un familiar, que no es otro que él mismo.

El autor ha tomado el personaje homérico para nombrar esa reacción al emigrar. Recordemos brevemente a quien también se le llama Odiseo; de donde viene el héroe, hacia donde va y por qué. Ulises es rey de Ítaca y convocado a conquistar Troya por el ofendido Agamenón, comandante en jefe de todos los aqueos, se enrola en una guerra que durará diez años. Ha dejado en casa al pequeño Telémaco, y a su esposa Penélope. Una vez terminada la lucha contra Troya, el astuto Ulises, epíteto muy descriptivo, intenta regresar al hogar. Haciendo uso de trucos, discursos seductores y tenacidad, el héroe griego llega a Ítaca veinte años después sin que casi nadie —excepto Eumeo y Filetio, fieles sirvientes— logre descubrirlo en su disfraz de mendigo.

La ruta, difícil, llena de peligros y tentaciones, es la Odisea; sinónimo de viaje azaroso sin conocer los riesgos y cómo sortearlos. Odisea puede ser el horizonte que al caminar se aleja. En la narrativa homérica como en la vida real hay un punto de salida y uno de llegada. Entre ambos se abre un paréntesis inteligible si se está dentro de él: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Una buena cantidad de quienes hemos dejado nuestra tierra, por la razón que sea, tenemos un poco de ese Ulises que un día salió a conquistar algo —tierras para otros, libertad individual, bienes materiales, recuperar dignidades conculcadas— y aun sueñan con el regreso, aunque sea temporal y sin condiciones, a la Isla-Ítaca de donde partimos. Quienes emigramos, hemos tenido que ser astutos, tenaces y en ocasiones hasta temerarios como Ulises; nadie ha regalado nada, nadie nos preparó para un viaje prolongado más allá del horizonte.

Sin duda, el “tropicalismo” ha sido de mucha ayuda para eludir el Síndrome de Ulises. En el orden idiosincrático no somos de fácil derrota. Cuesta trabajo hacernos “talco”. Y no de ahora, sino desde antes de los tiempos de los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso. De los españoles heredamos hidalguía y valor que el Caribe, con sus alisios y salitre, curtió hasta pasar por dóciles irreverentes. Pero el clima caprichoso y cambiante del Mar de las Lentejas también nos hizo, al decir de Jorge Mañach, faltos de una “tercera dimensión” de un sentido de “profundidad”. La frase popular “se acuesta del Habana y amanece del Almendares”, ilustra muy bien la capacidad de adaptación y progreso en el desértico Sinaí o en las glaciares tundras de la Siberia. De igual modo, a veces la proclividad a la simulación y el choteo que delata cierta superficialidad en momentos críticos.

El Ulises Tropical sabe de dónde y cómo vino aunque a veces lo niegue. Por eso pierde el rumbo entre cicones —victorias pírricas—, lotófagos —olvidos— y cíclopes, acá, de igual forma, un Ojo-que-te-ve. El Odiseo tropicalizado tiene historia de guerras y supervivencias que contar. Guerra y sobrevivencia dentro de la Muralla de Bagazo. Hazaña la fuga, en ocasiones, espectaculares. De modo que los que pueden regresar por unos días a la Isla-Ítaca, en ocasiones no visten de mendigos sino de reyes. No quieren pasar por desconocidos, sino que todos, hasta quienes no los conocen, besen el anillo alquilado en la Calle 8. Es comprensible desde una lógica anti-homérica: no los esperan, como al Ulises griego, ricos pretendientes, sino gente necesitada.

Existe el Ulises Tropical para quien el regreso —siempre permitido por quienes ordenan y mandan en el Reino— es asunto de honor: Telémaco García y Penélope Pérez no pueden ser olvidados a su suerte mientras hilan y deshacen la alfombra de sus amanecidas. No es Dánae quien “teje el tiempo dorado por el Nilo”, sino quienes quedaron a la deriva, mirando cual Narciso sus propias muertes en el espejo de las arremolinadas aguas del Malecón habanero.

La Isla-Ítaca es también una odisea en sí misma. Después de más de un siglo de independencia no logra unir a todas sus partes, dispersas, en pugna, buscando su propio destino. La Odisea Insular es transitar por varios puertos —verdaderos atascos— y no tener una idea conciliada de a dónde se quiere ir. Isla-Ítaca donde los pretendientes, por la ausencia de un verdadero rey —el soberano— ha sido tomada por los más grandes imperios de la modernidad, españoles, norteamericanos, soviéticos y ahoras… ¿chinos? No hay unanastucia colectivansino una lidia de egos. Poco parece haberse aprendido de las dos guerras contra España, de la Republica de generales y doctores; “Yo, el Supremo” hace encallar la nave cubana cada vez que parece enrumbar a buen puerto.

La Odisea homérica no termina feliz para todos. Es un final de venganza, que para algunos es justicia y para otros repetir el ciclo de dolor y de sangre. Solo si el Ulises Tropical es curado en sus desmesuras y sentido de profundidad humana, podrá evitarse el desenlace que, hasta este momento, parece inevitable. Solo si la Isla-Ítaca renuncia a seguir el canto de sirenas que ha provocado suficiente engaño y dolor, podremos decir, con C. Cafavis: “Con la sabiduría ganada, con tanta experiencia, habrás comprendido lo que las ítacas significan”.


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