Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

En la isla de las marcas

Cuba es el país de las vacas sagradas, el mayor contribuyente del siglo XX a la alimentación de los tiburones y donde nada es de nadie.

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Cuando el primero de enero de este 2008 la Revolución Cubana entró en su año 50, lo hizo exhibiendo el gobierno más viejito del mundo: esto es, el gobierno con mayor cantidad de viejitos y el que durante más años ha gobernado sin cambiar de presidente en lo que va de historia del mundo. Esta es una de las cientos de marcas que no es de creer que el porvenir pueda disputarle jamás a la Revolución.

Los viejitos, desde luego, disimularán semejante marca político-gerontológica hablando de otras marcas. Trascendentes, mencionarán la campaña de alfabetización culminada en un año; hablarán del libre acceso a la educación, que ha dado por resultado la tal vez mayor cantidad de universitarios por habitante en el planeta; encomiarán la creación de un sistema de salud pública con médico y cama en todos los hospitales para toda la población…

Y, desde luego, volverán a recordar, con batir de tambores y fusiles en alto, la primera derrota sufrida por el imperialismo norteamericano en tierras de América (Girón) y la victoria que ha sido resistir, después de casi medio siglo, la extravagante ley de embargo económico ("el bloqueo") que a la Revolución le fuera impuesta por Estados Unidos. Y no mentirán los viejitos. Son hechos irrefutables. Obras que ellos fueron haciendo mientras envejecían, mientras dejaban de ser, en todo sentido, los jóvenes peludos que muestran los noticiarios fílmicos de un día remoto.

Verduras a precio de Cartier

Callarán, sin embargo, las marcas que dieron por resultado que aquella revolución (que más que revolución fue asumida con la fe con que en un altar se toman los hábitos para profesar una religión) sea hoy algo de lo que tal vez los más también quisieran escapar, huir, despertar en otra edad, soñar que nunca sucedió.

Cientos son las marcas que uno les oye mencionar.

Fuera del ejército norteamericano (que sin ser Dios, está en todas partes), desde los años de Napoleón, Cuba es el país que en más naciones ha tenido tropas combatiendo. Es el país que durante más años ha soportado una cartilla de racionamiento de alimentos. Vietnam, donde los norteamericanos mataron a tres millones y pico de personas y donde todavía el agente mandarina sigue siendo el terror de las mujeres que sueñan salir embarazadas, resolvió ese desabastecimiento en veinte años. Cuba, que por fortuna para ella no puede enmedallarse con desgracias tales, lo soporta aún.

Es (y esto no es un chiste de Álvarez Guedes) el país donde las coles y todo género de verduras, hortalizas, frutas, viandas, carnes y leche tienen, en general, precio de joyas firmadas por Cartier, no obstante haber aquí tierras ociosas suficientes para alimentar a medio planeta.

Es el país donde lo que a usted le habían dicho que era suyo, resultó que no lo era, puesto que no podría disponer libremente de ello, sea casa, tierra, automóvil o un hijo pequeño, digamos, si autorizados por el gobierno a trabajar en otro país, usted y su mujer se quisieran llevar al niño.

Surrealismo o superstición dignas también de los Guiness de la Antigüedad del porvenir, Cuba es hoy el país en el cual ha sido tanto, pero tanto el cuidado puesto por las autoridades en la recuperación de la masa ganadera, que cuando una gran sequía azotó un par de años atrás parte de la Isla, perecieron de hambre en los potreros de las antiguas provincias orientales decenas de miles de reses. Se convertían en esqueletos a ojos vistas, sin que se diera la orden de sacrificarlas para el consumo humano. Ese ganado estaba ahí para lo que estaba, y por eso mismo, aunque no fuera inmortal, era sagrado de cascos a cabeza.

Para salvar la patria…

Dejemos a las auras banqueteándose en los potreros con la carne que nadie ha visto aquí en años (excepto que fuera músico que viaja, pintor famoso, destinatario de grandes remesas del extranjero o, digamos, dirigente de cierto nivel) y pasemos al mar.

Cuba es el país que con mayor número de ciudadanos ha contribuido a la alimentación de los tiburones del siglo XX.

En Occidente al menos, es el único país donde el ciudadano no puede acceder a internet ni al teléfono celular, ni puede tener televisión por cable o satélite, ni emigrar del seno de su país a la capital.

Es el país donde decir o escribir cosas que a los viejitos del gobierno no les gusten, puede llevarlo a uno a la cárcel y en otro tiempo al paredón; aunque si de ser justo se trata, hay que reconocer que dicha prohibición no es nueva, sino que la crearon los viejitos para salvar la patria (eso dijeron) en aquellos días remotos, ya casi míticos, en que todavía eran muy jóvenes y la gente creía en ellos. Hasta se soñaba con dar la vida por ellos o, al menos, por uno de ellos en especial.

En cuanto al tema inmigración, las marcas (cicatrices incluidas) no serían agotadas por una generación dedicada a envejecer escribiendo novelas. En lo estadístico, basta con resumirlo diciendo que la quinta parte de la población cubana se ha marchado y, de las cuatro partes que quedan en la Isla, nadie sabe cuántas no se irían si al levantarse una mañana apareciera un camino mágico tendido sobre la mar.

En cuanto a los que ya se fueron, antes o después, solos o con familia, se fueron para siempre. Nada de cuidado, según la patria de la que hablan los periódicos. Basura pro imperialista, mercenaria y anexionista, que aquí no podría volver a menos como turistas. Y esto, si se portan bien, si no cometen el descoco de ponerse a hacer declaraciones lesivas para la dignidad nacional; es decir, para la revolución, para el gobierno.

Abarcan muchas cifras las marcas impuestas por estos viejitos, en ya casi medio siglo de fabricar cerrojos y cadenas, muros y silencio, sin ser herreros ni utilizar cemento. Saber que muchas de esas prisiones fueron indispensables una vez, para el sueño que nos proponíamos, no aminora las tragedias a que dieron lugar. Ni ninguno de los bienes obtenidos entonces o después —que, por cierto, no han sido pocos— compensaría la aberración de haberlas perpetuado cuando ya no eran necesarias.

Ahora que os llegó la hora de partir

Pensadlo, bellos jóvenes de un día, que cometisteis la locura de envejecer en el poder. La familia, ese irrecuperable don, único bien en este mundo que no es humo, ha pagado esa locura de vosotros, dejándose destazar a lo macho, destazar a hachazo limpio, con hachazos demasiado grandes, demasiado profundos e innecesarios al cabo, hachazos que no han dejado de retumbar, que continúan desgajándola todavía con un hacha que os ha comido el alma.

A mi me dejó, en el '93, sin un hijo que entonces tenía dieciséis años y ahora treinta. En los últimos trece años no lo he vuelto a ver. Incluso ni siquiera sé si está vivo.

Pensadlo, ahora que os llegó la hora de partir, oh, abandonados, la hora del inevitable adiós. Pensadlo. ¿Os absolverá la historia cuando cada cubano pueda sentarse a contar, despacio y sin miedo, su parte en este cuento de marcas infinitas que pareciera escrito por un Kafka vendido al diablo? ¿Os absolverá…?


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