Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Gordos por decreto

Cuesta aceptar que las raciones de la libreta permitan el alto consumo de grasas, azúcares y carbohidratos descrito entre las causas de nuestra recién decretada obesidad.

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No hace mucho, un grupo de funcionarios estatales se presentaba asiduamente en la televisión para informar sobre los planes de distribución de víveres "subvencionados" (así los apellidamos, con gracia impar) por los establecimientos comerciales de La Habana. Eran los responsables de mover directamente los hilos del condumio. Y a la gente del pueblo le llamó la atención el detalle de que todos estaban pasados de peso, o al menos todos eran barrigones.

Entonces vox pópuli rebautizó aquel espacio televisivo como "El programa de los gordos". La joda fue tan del dominio y del retozo popular, que los gordos terminaron sacados del aire con programa y todo. Pero antes de su desaparición, dejaron un mensaje, nada subliminal: quienes están gordos dentro de un conglomerado de flacos y desnutridos, al menos en esta parte del mundo, es porque comen mucho más y viven mejor que aquellos que dependen de las flacas cuotas de los gordos encargados de repartir la comida.

Ahora parece que de nuevo está ocurriendo lo que ha ocurrido tantas veces. Los jefes, con dominio de aquella experiencia, resolvieron enrarecer su lección convirtiéndonos en gordos a todos por igual y mediante decreto avalado por la ciencia.

No es que pongamos en duda la agudeza de nuestros disciplinados especialistas en Nutrición e Higiene de los Alimentos, o en Higiene y Epidemiología. Tampoco es que descreamos a priori de los voceros locales del gobierno o de sus ecos más y menos inocentes en el mundo. Ni siquiera dudamos que casi a una tercera parte de nuestros ansiosos comensales les sobre alguna empella. Hasta los puercos engordan fácilmente, sólo con desperdicios.

La duda no radica en el hecho mismo, ni en el porqué ni en el cómo, sino en cómo y por qué vía han conseguido engordarnos de un día para otro a pesar del cuánto.

Tomemos, por ejemplo, el presente mes de junio, limitándonos a la norma de un municipio habanero, ya que se supone que el resto reciba iguales suministros.

En La Lisa todo el alimento (per cápita) que se ha distribuido este mes por la libreta (al menos hasta el día 13) consiste en 20 onzas de granos, divididos en chícharos y frijoles negros; 7 libras de arroz (cinco normadas y dos adicionales); 3 libras de azúcar blanca y 2 libras de prieta; media libra de aceite; 4 onzas de café; media libra de pollo; 11 onzas de calamar, y el diminuto pan de tosca harina y alevosamente desgrasado que nos venden a diario.

Debe ser por lo ignorante que somos, pero cuesta aceptar que tales raciones nos permitan el alto consumo de grasas, azúcares y carbohidratos que ahora se describe entre las principales causas de nuestra recién decretada gordura.

Por cierto, quienes insisten en utilizar el apellido "subvencionados" para esos alimentos tan escasos y de la peor calidad que se distribuyen por la libreta de racionamiento, deberían preguntarse si verdaderamente no será nuestra gente de a pie (trabajando como bueyes, cobrando como esclavos y alimentándose como pajaritos) los que subvencionan no sólo la subvención de sus propias migajas, sino las bien provistas alacenas de los poderosos y, en general, las múltiples y cotidianas e incontrolables insuficiencias, con los despilfarros de un sistema en el que toda acción política, es decir, toda acción genera despilfarro.

Los puercos engordan con desperdicios

Pero, en fin, volvamos a los posibles causantes de nuestros malos hábitos alimentarios, que hoy amenazan con postrarnos, inflándonos, como sapos al sol.

También existe la variante de comprar por la libre algunos productos engordadores. Aunque no es una tercera parte de nosotros la que se encuentra en condiciones de pagar con frecuencia 10 pesos por una libra de pan liberado (en mercados estatales), 20 pesos por una libra de aceite (en bolsa negra), veintitantos pesos por una libra de carne de cerdo, 4 pesos por una libra de malanga o casi 2 por una libra de boniatos, alrededor de 10 pesos por una calabaza o por una libra de garbanzos, más de 30 pesos por una libra de jamón…

Quedan algunos alimentos elaborados que se pueden consumir en la calle a precios digamos alcanzables, aunque no todos los días: la siempre fiel pizza, las croquetas proyectiles (se disparan lo mismo desde la sartén que dentro del estómago), los misteriosos masarreales y torticas de morón (imposible descifrar la fecha de su elaboración, porque siempre están viejos), los panes con pasta de no se sabe qué, los vasos de refresco sintético, la frita refrita y refrita y refrita… En ellos precisamente pensábamos al recordar que los puercos engordan con desperdicios.

Algo más allá de las enumeradas, resultaría extraña, mágica, milagrosa, la existencia de otras condicionantes que sostengan con rigor nuestra obesidad.

A no ser que agreguemos ciertas sutiles estrategias de los jefes, cuyos dolores de cabeza se originan hoy en la barriga del pueblo, y ya que saben lo que quieren pero al parecer no saben cómo conseguirlo de verdad, podrían dejarlo caer mediante decretos como el de marras, que aun cuando no se coma, nos ha hecho engordar. Y de qué manera, más que a los holandeses y tanto como a los asturianos atracadores de judías con tocino, chorizo y morcilla.

En Cuba, como en cualquier otro sitio, no todo es lo que parece, y no todo lo que parece ser termina siéndolo. La peculiaridad en nuestro caso quizá radique en el hecho de que tales disensiones nutren el cuerpo, a partes iguales, de los planes políticos, la directiva editorial de los medios de información y el prisma de muchos observadores que (desde cerca o lejos, pero siempre ajenos) ven en nuestra realidad no lo que ven sino lo que les conviene.

El resto, con el perdón de los esforzados estudiosos, y con la venia de la ciencia, por lo menos para los de acá adentro, los de abajo, sigue siendo entelequia, aguaje, pura vestimenta, como cantarían en la orquesta Van Van.