Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Médicos, Juicio, Bayamo

Hipócrates encadenado

Los “seis de Bayamo” pueden ser chivos expiatorios

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El juicio a seis médicos cubanos por la muerte de un joven accidentado va tomando vuelo mediático. Es un hecho bastante inusual dar publicidad a estos casos. Hasta hace muy pocos años, el fallecimiento por supuestas negligencias médicas y manejos inapropiados de los pacientes —son distintos: en uno hay indolencia, en otro, falta de conocimientos y habilidades—, eran asuntos tratados a puertas cerradas. Y para decir verdad, muy pocos facultativos recibían sanciones penales y laborales.

En un campo como la medicina, por su complejidad y la fragilidad del ser humano, el error pisa los talones a quienes la ejercen. Asombraría conocer con que pequeño desliz médico se puede lastimar la vida de la persona. “Primum non nocere”, primero no hacer daño, dice la máxima hipocrática. Por esa y otras razones, el personal de la salud debe estar descansado, bien alimentado, con recursos suficientes y sin otras preocupaciones que no sean las de hacer bien el trabajo, buscar el bienestar de los pacientes.

Es imprescindible explicar que lo que aún llaman Revolución cubana ha tenido desde siempre una suerte de obsesión por el tema salud. No se trata solo de una preocupación legítima. Es algo más complejo. Probablemente viene desde la época de la república primera, cuando los presidentes prometían escuelas y hospitales. En la lucha insurreccional contra la dictadura batistiana una gran cantidad de médicos y estudiantes de la carrera se sumaron a los rebeldes en la Sierra y en la clandestinidad, y ocuparon no pocas comandancias.

Para el ex máximo Líder siempre fue asunto de máxima prioridad, personal y de Estado. Sus ayudantes, José Naranjo (Pepín) y José Millar Barruecos (Chomy) eran médicos, médicos eran dos José Ramones —Balaguer y Machado—, miembros del Buró Político, considerados de la línea más dura dentro del Partido Comunista. Y el empiyamado Carlos Lage, médico como su padre y sus hermanos, llegó a creerse sustituto del Difunto. La primera graduación de médicos dentro del proceso fue en la Sierra Maestra, el pico más alto de la Isla, simbólico, a donde hizo subir a los recién graduados para entregarles personalmente sus títulos de médicos en 1965.

Para entonces la primera “misión” fuera de Cuba no era militar, sino médica. Fue en Argelia, en 1963. Y desde entonces, se sucedieron brigadas llamadas internacionalistas por los cuatro continentes. Aquellas primeras tenían, sin duda, una fuerte carga espiritual. Se creían, y en parte era cierto, con un deber moral hacia toda la humanidad. Fueron protagonistas de verdaderas hazañas y sacrificios que no cabrían en una biblioteca. Era la “edad de la inocencia internacionalista”; apenas ganaban dinero para pagarse la comida y el techo en lugares remotos, inhóspitos.

Dentro de la Isla se desarrolló una red de servicios de salud con tres niveles —primario-policlínicos, secundario-hospitales, y terciarios-institutos— que permitió la cobertura general de la población y, sobre todo, la tan deseaba labor profiláctica de enfermedades infectocontagiosas con vacunaciones masivas. Se graduaban cientos de médicos y miles de técnicos por año, con un nivel científico-técnico que no tenía nada que envidarles a sus colegas del Primer Mundo. En fin, negar que en algún momento el sistema de salud cubano llegó a ser de los mejores es mentir malintencionadamente. Por supuesto, este magnífico andamiaje solo podía existir por la generosa e interesada ayuda del campo socialista, de donde venían técnicos, equipos y capitales para pagar por todo.

Las misiones médicas siguieron siendo hasta cierto punto “nobles”, incluso en aquellos países en conflicto o guerras como Angola, Nicaragua y Etiopia. Muchos colegas perdieron sus vidas en esos distantes lugares, por enfermedades o en combates. El entrecomillado alude a que el personal médico no ganaba más que para su sustento, el salario en la Isla y acaso un automóvil soviético al regreso. Por cierto, no pocos divorcios y problemas familiares surgieron de esas largas estancias en el extranjero.

Es imprescindible este largo recuento para comprender que con la caída del campo socialista y el mecenazgo, más la debacle ideológica que significó la pérdida del discurso marxista-leninista, otras fuentes de financiamiento y sustentación ideológica debían buscarse. Un poco antes, como sucedió con la malograda Zafra de los Diez Millones, el plan del Médico de Familia acabó cargándose los pocos recursos destinados al sistema de salud. Los futuros historiadores de la salud pública tendrán que desentrañar por qué a mediados de los 80 se perdió la “inocencia médica”. La creación del llamado plan del Médico de la Familia, innecesaria y megalómana idea del Difunto, trastocó la espiritualidad por la materialidad —y la necesidad— de tener un lugar donde vivir —el consultorio— teléfono propio y un barrio a sus pies.

Con el llamado Periodo Especial las misiones de salud comenzaron a ser pagadas… bien pagadas al régimen. Durante veinte años aparecieron mercados para vender médicos y técnicos en Venezuela, Brasil, Bolivia, países de África y Medio Oriente. Nada malo tendría que los profesionales y técnicos cubanos se la “buscaran” fuera de Cuba. De hecho, hay cientos de miles trabajadores de la salud de países desarrollados que laboran en lugares pobres. Pero sabemos las condiciones “especiales” para los cubanos. Este artículo no pretende insistir en lo que es bien conocido.

En este momento, como sucede con casi todo en Cuba, la salud pública ha tocado fondo. Los líderes de la Continuidad —que no son el poder real— machacan la coartada del bloqueo como causa eficiente de la falta de insumos y equipos, de anestesia y de medicamentos, de sábanas e higiene en los hospitales. No es suficiente justificación. Deberían saberlo. Lo goebeliano no funciona en tiempos del Internet. Le han entregado al pueblo de la Isla, por más de medio siglo, el canje de salud y educación por derechos humanos. A las mascotas también les garantizamos salud y entrenamiento… para que hagan caso.

El sistema de salud cubano es un inmenso cascarón vacío. La población no exige otra cosa que lo que han pregonado siempre: que nadie quede abandonado. Es una situación complicada, muy grave. No entra suficiente dinero en las arcas del Ministerio de Salud Pública para mantener el discurso de “potencia médica”. Para complicar las cosas anda por ahí cierto informe delator: que lo que no se ha ido en salud se ha ido en hoteles y vacilones.

Un estallido social puede que no comience por la falta del pan, el agua o la electricidad. Después de seis décadas la gente ha aprendido a tolerar esas cosas. Pero si pudiera explotar cuando una madre lleve en brazos a su niño fallecido por falta de medicinas; el hijo arrastre al padre hasta el policlínico sabiéndolo sin vida; un médico acuse en medio del parque al director del hospital por nepotismo y corrupción. Los “seis de Bayamo” pueden ser chivos expiatorios. Llevan sobre sus espaldas el pecado de tanta desidia y obcecación del desierto moral y material en que se ha convertido Cuba. Alguien debe cargar la responsabilidad. Nunca el régimen. Hay que procurar el silencio ejemplarizante. De eso se trata este juicio.


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