Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Huelga de cigüeñas

Natalidad en crisis, demografía en peligro. ¿Por qué no paren las cubanas?

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Cada vez se refleja con más frecuencia, en espacios académicos y mediáticos, la creciente preocupación que va suscitando el bajo índice de natalidad del país. Causa justificada alarma que la población muestre un crecimiento numérico casi nulo, lo cual significa en términos demográficos un franco decrecimiento: somos once millones de habitantes desde hace casi veinte años, hemos aumentado la esperanza de vida y los cubanos nacidos en la explosión demográfica de los primeros sesenta ya pasan de la edad fértil.

Por varios años, el gobierno se ha autoconsolado esgrimiendo el argumento de que la Isla presenta índices de natalidad similares a los de los países desarrollados. Sin embargo, las particularidades y la crítica situación aconsejan una visión más realista. También una actitud más valiente a la hora de abordar un tema de capital importancia para el presente, pero sobre todo para el futuro del desenvolvimiento económico y las relaciones sociales.

En pocos años más del 20% de la población pertenecerá al segmento de la tercera edad. Por decantación aritmética, los índices actuales no auguran un cambio trascendental en las actuales dinámicas demográficas. Esto aconseja valoraciones profundas y la adopción de medidas urgentes que aporten soluciones para revertir en un plazo prudencial tan negativa tendencia.

Sin embargo, poco alentador fue la disertación de una especialista del Centro de Estudios Demográficos, en un espacio televisivo que cada noche de lunes —con seriedad y frescura— toma el pulso a la cotidianidad nacional. La experta se deshizo en malabarismos argumentales, galimatías y generalizaciones para no exponer lo que bien sabe: a saber, las causas estructurales, socioeconómicas y culturales, si las hay, de tan preocupante realidad.

Décadas atrás, por lo general, cada matrimonio —por cierto, más estables y duraderos que en la actualidad—, tenía como promedio de dos a tres hijos, lo cual aseguró, por muchos años, un estable crecimiento poblacional. Esto ni siquiera fue seriamente afectado por el éxodo de cientos de miles de ciudadanos, producido en los primeros 25 años del régimen actual.

Es la economía….

A pesar de haber aumentado el índice de hijos únicos, madres solteras y mujeres que demoran considerablemente su primera maternidad —muchas veces la única—, en muy pocas personas ha cambiado la perspectiva socio-cultural-sentimental de desear más de un hijo. Son las condiciones socio-materiales las que fundamentan la decisión de muchos cubanos de procrear menos hijos de los que en realidad quisieran.

Lo que sí no ha cambiado en la Isla es la perspectiva de garantizar a los hijos las condiciones que tradicionalmente concebimos para ellos. Es evidente que las familias que traen al mundo dos hijos o más cuentan con alguna garantía de bienestar material, o con un alto grado de irresponsabilidad social y familiar, dos condiciones hoy excepcionales en la sociedad cubana.

El nivel de instrucción alcanzado permite a la mayoría de las familias concebir un mínimo de condiciones para adoptar decisiones de este tipo. Una diferencia de niveles y referencias culturales puede explicar que en determinadas zonas, a pesar de las difíciles condiciones de vida, se observen mayores índices de natalidad.

El caso es que los serios problemas socioeconómicos que arrastramos por varios lustros conspiran contra esas condiciones que la mayoría reconoce como "ideales". El alto costo de la vida, el por ahora insoluble problema de la vivienda, el pobre valor del trabajo y los grandes esfuerzos que implica cubrir las necesidades de un niño en los primeros años de su desarrollo, sin que se hayan activado mecanismos de respaldo material a las familias con más de dos hijos y limitaciones económicas, hacen exclamar a muchos ciudadanos, no sin pesar: "No tendremos hijos para que vengan a pasar trabajo".

Otro problema que influye, de manera nada despreciable, es el de la emigración. La mayoría de los ciudadanos que abandonan el país, por una u otra vía, son jóvenes en edad fértil, obligados a buscar en otras latitudes las posibilidades de realización personal y profesional que añoran y merecen. En muchos casos, estos no se aventuran a la paternidad para evitar que nuevos afectos y responsabilidades puedan complicar la concreción de nuevos "destinos".

Cuánto nos gustaría ver a académicos y funcionarios debatir no sólo sobre las inquietantes consecuencias de un problema que nos afecta a todos, sino también sobre las causas estructurales y sistémicas del desquiciamiento demográfico que padecemos.


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