Represión, Derechos, Naciones Unidas
La denuncia de Urquiola
Un campesino cubano abofetea a la dictadura con el discurso político más corto de nuestra historia
El viernes 3 de julio, una coalición de dictaduras totalitarias interrumpió cinco veces los 90 segundos concedidos por Naciones Unidas a un campesino cubano. Ariel Ruiz Urquiola terminó leyendo su única cuartilla de denuncia a la salida del plenario de la sesión No. 44 de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra. El gobierno de su país no podía soportar públicamente cuatro párrafos de un opositor.
Se trata del discurso político más corto de nuestra historia. En contraposición, el 16 de octubre de 1953, después de organizar y comandar el asalto a dos cuarteles militares en la antigua provincia de Oriente, donde murieron varios soldados del ejército nacional, Fidel Castro, ejerció como abogado el derecho a la autodefensa, hablando sin parar durante cuatro horas ante un tribunal en Santiago de Cuba.
Reproducimos las primeras palabras de un patriota de estos tiempos, pronunciamientos que los subterfugios de un pagado del estado impidieron completar en su momento:
“Señora relatora especial, muchas gracias por su importante alegato a Cuba del 6 de noviembre de 2019, donde usted abordó el abuso de los derechos humanos que sufren los médicos cubanos, cuando son enviados por el gobierno a trabajar en el extranjero en condiciones desventajosas, violando el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Estos dineros son usados para reprimir al ciudadano cubano de a pie, también bajo régimen de una moderna esclavización”.
Insoportable verdad para los bien trajeados funcionarios de Cuba, China, Venezuela, Corea del Norte y ¡Eritrea!… ¿Qué hacía en la pandilla el representante de este pequeño estado africano, intervenido militarmente con el apoyo cubano durante la guerra del Ogadén? No lo duden, el poderoso paga.
Tal fue la banda que enfrentó el guajiro de Viñales, paisaje símbolo nacional, de mogotes, palmas y vegas del mejor tabaco del mundo, donde la familia de Ruiz Urquiola detenta un pequeño usufructo, convertido en finca refugio, modelo de gestión productiva-ecológica, asediada constantemente por los cuerpos represivos del castrismo.
El debutante en lides de la ONU soportó la prueba de las interrupciones, perplejo tal vez ante las artimañas que suelen gastarse los diplomáticos desde sus cómodos sillones. Un vicepresidente moderador, cual Pilatos somnoliento, confiado de que los Derechos Humanos no le atañen personalmente, terminaba por devolverle el habla al que solo contaba con breves segundos de justicia:
“Simplemente les digo esto para que ustedes vean como juegan estos criminales con la vida de sus seres humanos con los esbirros que trabajan para ellos dentro del sistema de salud pública que se prestan justamente para hacerle complicidad a sus crímenes”.
Volvieron las interrupciones. Ariel alcanzó la serenidad aprendida en su granja agropecuaria al enfrentarse las reses astadas, que vienen a comer de su mano. El corbatiente de la Plaza de la Revolución habanera cedió el turno a otro persecutor trajeado, en tanto la voz honorable de Australia exigía, con brevedad inglesa, que dejaran hablar al humilde orador. Un simple pensamiento se imponía: “por qué tanta molestia si son apenas 90 segundos de pueblo en esta sala casi vacía.”
Pero tal vaciedad de diplomacia en aquel inmenso salón sería la clave del triunfo de Ariel Ruiz Urquiola, porque el problema no estaba allí adentro, el asunto trascendía el teatro, registrada la sesión en audio y video, los que no podemos pagar tan lujoso escenario ganamos un set donde contar nuestra historia, aunque la dictadura cubana gaste dinero alimentando la maldad diplomática, mientras en Cuba la gente pelea frente a los mercados por un pedazo de pollo o repele con lo que tiene a mano a unos policías capaces de disparar a la espalda de los perseguidos.
El campesino pinareño estaba denunciando crímenes de los cuales era protagonista su propio cuerpo: hablaba el paciente 2321 del hospital provincial de Pinar del Río, con pruebas científicas de que le habían inoculado el virus del sida durante su permanencia en ese centro médico, en calidad de preso político, el 25 de junio de 2018.
El asesinato ejecutado por esbirros de bata blanca es parte de una venganza sistemática extendida a su hermana, Omara Ruiz Urquiola, paciente de cáncer No. 322597, del Instituto de Oncología en La Habana. Una nueva reclamación de los metódicos señores de la bancada, pretendió ocultar el delito:
“Mi hermana, a la que han dejado de asistir con la inmunoterapia, ya sea por falta de medicamentos, como por el uso de placebo en lugar del principio activo como método de tortura para doblegarla”.
Omara fue privada también del ejercicio docente universitario en la facultad de diseño de La Habana porque, según declaró públicamente, sin pudor alguno, la viceministra Marta Mesa Valenciano “el que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario”.
No es un caso aislado, como se deduce de los miles de profesionales que han abandonado las instituciones del país, dedicándose a otras actividades o integrándose a una diáspora de dos millones de compatriotas, diseminados en 72 naciones, según estadísticas de organismos internacionales afines.
En cuanto a la represión física culminada en la muerte más o menos rápida de los reos de conciencia, los archivos del disenso están bien nutridos. Citamos algunos casos connotados: Laura Pollán, fundadora del movimiento Damas de Blanco, Osvaldo Payá y Harold Cepero, líderes del proyecto Varela, todos premios Sajárov de la Unión Europea.
Otras víctimas fueron el economista, periodista y exdiplomático Oscar Espinosa Chepe, perjudicado por la violación probada del juramento hipocrático por parte del doctor Félix Báez Sarría, quien negó un diagnóstico de cáncer hepático, privando al enfermo de un tratamiento oportuno.
Casos recientes, son los de la Dama de Blanco Xiomara Cruz Miranda y el líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), José Daniel Ferrer, ambos liberados por el clamor nacional e internacional, cuya depauperación física durante la estancia en prisión se hizo notoria.
Por su parte, la voz del campesino ilustre de Cuba, terminó sumando a la ignominia el atentado sistemático contra el preso político Silverio Portal, quien ha perdido la visión de un ojo debido a las torturas padecidas entre los hierros que todavía le apresan.
Finalmente, la corrupción diplomática ocupó un tiempo mayor al breve lapso permitido al héroe de Viñales. Norma de tales casos, los miembros de la banda multinacional de trapo elegante alrededor del cuello, camino a sus autos, informaron de la misión cumplida. Llegó el momento de Ariel Ruiz Urquiola, alzando sus verdades en las puertas suizas de las Naciones Unidas, eco infinito de su voz multiplicada por el espacio incensurable de las redes sociales, terreno totalmente ajeno a los antidemocráticos reglamentos presumidos por los organismos internacionales.
Al caer la noche de Ariel Ruiz Urquiola en Suiza, una mujer cubana se liaba a golpes con un policía en un barrio capitalino, impidiendo el arresto de su marido, porque el remanente de estado de Derecho que sobrevivió a la revolución de 1959 ha desaparecido en Cuba.
Circula entre celulares la fotografía del cadáver de un joven de piel oscura, marcado por un orificio pequeño, claramente la entrada de un proyectil en su espalda. Dice un comunicado policial que actuaron en defensa propia después de correr tras el muchacho durante dos kilómetros. Antes habían incinerado el cuerpo.
Los matones tuvieron que movilizarse en cifra de miles el pasado domingo, arrestando previamente a 227 opositores que planeaban exigir justicia, reunidos en la esquina capitalina de 23 y L, junto al antiguo Hotel Hilton de la ciudad, ahora convertido en negocio capitalista entre el gobierno y una empresa europea, cómplice de la trata de personas, al imponer a los trabajadores salarios de miseria muy distantes de los que pagarían por igual labor en el viejo continente.
Reza un proverbio de los antiguos yorubas traídos a Cuba como esclavos: “Voy a pedir pa’ Ti, lo mismo que tú pa’ Mí.”
Las últimas palabras del campesino de Viñales fueron:
“Pregunto a Naciones Unidas: ¿hasta cuándo quedarán con impunidad los crímenes de lesa humanidad del gobierno cubano?”
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