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La pandemia en Cuba: historia de un desastre sanitario

Si seguimos la metodología de la OMS para medir los resultados de la pandemia en Cuba, tenemos un exceso de muertes que deja al país muy mal parado ante otros que no lo hicieron muy bien en el enfrentamiento de virus

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Muchos latinoamericanos creen que el resultado de Cuba en el enfrentamiento a la pasada Pandemia fue, sino el mejor de la región, uno de los mejores. La realidad, sin embargo, es otra.

Cuba enfrentó a la pandemia con draconianas medidas de aislamiento social, semejantes a las de la República Popular China. Desde las más altas esferas del Estado se prefirió dedicar los escasos recursos del país al desarrollo de vacunas, mientras se descuidaba por completo la adquisición de medicamentos básicos para el tratamiento de la enfermedad, como antinflamatorios o antipiréticos. La dirección del estado lo apostó todo a conseguir contener la circulación viral hasta haber logrado tener una vacuna nacional en suficiente cantidad como para inmunizar a todo el país.

Debe reconocerse, no obstante, que las medidas permitieron que en 2020 se consiguiera mantener bajo control la circulación del virus. El número de fallecimientos totales para ese año, 112.441, estuvo en el rango de lo esperado, dadas las tendencias al rápido crecimiento de la mortalidad en Cuba desde comienzos de este siglo. Unas tres mil muertes más que en 2019, pero en general esa había sido la tendencia de crecimiento desde mediados de la década pasada, y así en este último año también había habido tres mil muertes más que en 2018.

Pero si durante 2020 Cuba tuvo el mejor desempeño de la región latinoamericana, otra habría de ser la realidad en 2021. Con la actividad económica detenida por decreto, sin turismo, internacional o emigrado, al haberse tomado la decisión de cerrar las fronteras a cal y canto, poco a poco el Estado tuvo que hacerse de la vista gorda ante el generalizado relajamiento de las medidas. Por un lado las personas se veían obligadas por la necesidad a dejar sus casas casi a diario, para amontonarse frente a los escasos centros de distribución, donde obtener lo más esencial para su subsistencia; por el otro, el propio estado pronto se encontró sin los recursos necesarios para mantener en funcionamiento los innumerables centros de aislamiento, en los cuales se internaba a todos los contactos de casos confirmados.

En La Habana, debido a su mayor concentración poblacional, al mayor contacto con el exterior, a que el transporte público se puso en funcionamiento ya desde septiembre de 2020, aunque con fuertes regulaciones al número de pasajeros, la circulación viral comenzó a aumentar desde fines de ese año. Sin embargo, fue en el resto del país donde al llegar el verano de 2021 el número de casos se disparó en cuestión de semanas. En consecuencia, los contagios que en casi todo el resto del mundo habían venido ocurriendo desde hacía más de un año, en múltiples y sucesivas olas, en la mayor parte de Cuba se concentraron en solo tres meses: entre mediados de junio y mediados de septiembre, en un único mega-tsunami epidémico.

La desatención en que la máxima dirección del Estado había dejado a la única planta de oxígeno medicinal existente complicaría todavía más el escenario. Cuando esa planta colapso, en mayo, no había en el país lo necesario para repararla, y con la grave situación del comercio internacional lo necesario para ponerla de nuevo en funcionamiento no llegó hasta finales de agosto. En el intermedio, hasta volver a funcionar a plena capacidad, miles de cubanos murieron ahogados encima de sus camas, o las de algún hospital.

La magnitud del desastre se transparenta en las estadísticas publicadas para ese año por la Oficina Nacional de Estadística e Información, ONEI: de las 112.441 muertes ocurridas en 2020, se saltó a 167.645 en 2021. La Tasa Bruta de Mortalidad creció de 10 por mil en 2020, hasta 15 por mil, y en algunas ciudades y regiones del país alcanzó 20,3, como en la ciudad de Santa Clara.

Pero a pesar del colapso de los hospitales en la mayor parte del país, del apresurado agrandamiento de los cementerios en múltiples localidades, las autoridades sanitarias hicieron todo lo que estuvo a su alcance para que se extendiera la menor cantidad posible de certificaciones de defunción por Covid-19. De este modo, el número de fallecidos por esa enfermedad, informado oficialmente para 2021 por el Ministerio de Salud Pública cubano, MINSAP, fue de poco más de 8.177. Lo cual no puede más que contrastar con el aumento de 55.000 muertes con relación al año anterior.

Esta significativa diferencia entre el número de fallecidos por Covid-19 informado por el MINSAP, y los datos de la ONEI, la institución estadística oficial cubana, quizás explique porque esta última no reveló sus datos demográficos de 2021 hasta unos días después que la OMS publicara, el 5 de mayo de 2022, su informe sobre las consecuencias de la Pandemia a nivel global, regional, y por países. El que esa institución supranacional haya decidido medir las consecuencias de la pandemia no a partir del número de fallecimientos por la enfermedad, informado por las instituciones sanitarias nacionales, sino del exceso de muertes, o sea, a partir de la diferencia entre el número de muertes ocurrido en los años de Pandemia y las que habría cabido esperar si esta no hubiese llegado, habría puesto en un aprieto al Estado cubano y la tan pregonada superioridad de su sistema sanitario, nada menos que en un informe de la importancia del referido.

Debemos aclarar que los datos sobre Cuba que aparecen en el citado informe de la OMS son predicciones no sabemos basadas en qué metodología. Predicciones como lo deja claro la institución sanitaria global en la cuarta columna de su tabla de “países para año y mes”, al declararlos “predicted”, no “reported”, dado el hecho de que como hemos mencionado Cuba no suministró sus estadísticas demográficas de 2021 hasta mucho después del 26 de marzo de 2022, cuando se cerró la recolección de datos para el mencionado informe.

La realidad es que si seguimos la metodología de la OMS para medir los resultados de la pandemia en Cuba, tenemos un exceso de muertes, solo en 2021, de alrededor de 52.000, y una cantidad de defunciones en exceso, por cada 100.000 habitantes, de 468. Esos datos, puestos en el contexto latinoamericano, dejan a Cuba mal parada incluso ante países que no lo hicieron muy bien en el enfrentamiento al virus, como ellos mismos reconocieron en algún momento: por ejemplo, México, que en 2020 tuvo 244 muertes en exceso por cada 100.000 habitantes, y en 2021, 239; o Brasil, que en 2020 tuvo 99 muertes en exceso por cada 100.000 habitantes, y en 2021, 220. De hecho Cuba, en el segundo año pandémico, incluso superó a Perú, que en 2021 llegó a alcanzar las 467 muertes en exceso por cada 100.000 habitantes.

Mas los problemas de Cuba no se limitaron a 2021. El número de muertes por el Covid-19 disminuyó para 2022, pero no al nivel que hubiera cabido esperar tras la masiva vacunación en los últimos meses del año anterior. Por ello, escarmentada la dirección del estado con lo sucedido el año anterior, cuando los datos de la ONEI dejaron en evidencia el desastre sanitario de 2021, ordenó alterar ya no únicamente las estadísticas sanitarias del MINSAP, sino incluso las demográficas. Porque si bien para 2021 cabía justificar lo sucedido en el bajo nivel de vacunación durante la mayor parte del año, en 2022, con el 98 % por ciento de los cubanos vacunados, ya no.

Así, si bien a inicios de este año el segundo de la ONEI le informó en una entrevista a Andrea Rodríguez, corresponsal de AP acá, que Cuba había tenido 129.049 muertes en 2022, unos meses después, y tras varias reuniones con la dirección del estado, al publicarse el informe demográfico de esa institución para 2022, el número de muertes se rebajó a 120.098, sin que se diera ninguna explicación de cómo pudo incurrirse en un error tan burdo, o más bien “horror estadístico”, al decir de Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira.

La verdadera razón está en que 129.049 fallecimientos en 2022 implicarían para ese año un exceso de muertes, en relación a las tendencias pre-pandémicas, de 11.000, lo cual a su vez implicaría 99 fallecimientos de más por 100.000 habitantes. Una cifra esta última no tan alta como la del año anterior, pero comparable a la de España en 2020, de 155; o a la de los Estados Unidos también para ese mismo año, de 141. O sea, una proporción de muertes en exceso, para la Cuba inmunizada, muy semejante a la que aquellos países habían tenido antes de conseguirse las vacunas.

El pésimo resultado de Cuba frente a la pandemia, uno de los peores de la región latinoamericana, sino el peor, se explica en parte en la combinación de una sociedad muy envejecida, asentada sobre una economía incapaz de proveer los recursos necesarios para mantener un sistema de salud mínimamente eficiente. Pero repetimos, solo en parte. Una mejor asignación de los recursos, una elección de metas más modestas, realistas, por la élite dirigente del estado cubano, habría evitado el mega-tsunami pandémico del verano de 2021, y el consiguiente colapso total de los hospitales en la mayor parte del país.

El reducido grupo de decisores incontestables del estado cubano resolvió aplicar unas severas medidas de aislamiento social en un país sin reservas, ni condiciones reales para mantenerlas en el tiempo, dado el contexto habitacional de la mayoría de sus habitantes, y para rematar lo apostó todo a conseguir inmunizar a la población con vacunas nacionales antes de que la enfermedad se les saliera de control. Así, cuando de repente el virus se les escapó de las manos, encontró a una población sin ninguna inmunidad natural, y a los hospitales sin aspirinas para bajar la fiebre, u oxígeno para ayudar a respirar a quienes se ahogaban con sus pulmones colapsados.


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