Latinoamérica entre imperios y antiimperialismos
Se trata de superar al capitalismo, no de regresar a cierta imaginada arcadia floreciente anterior al mismo
¿Hay al presente en Latinoamérica una lucha entre la derecha y la izquierda?
No. En toda la región lo que ocurre es una lucha entre dos Imperios, entre el Hegemón Mundial hasta ayer mismo y el que hoy le disputa el puesto: entre el Consenso de Washington y el Consenso de Beijing. Y esas dos posiciones políticas, derecha e izquierda, lo único que hacen es servirle de agentes internos a los colosos contendientes.
Que en Latinoamérica las “oligarquías” le apuesten al viejo Imperio, por tal de mantener los privilegios que obtuvieron de esa relación, a la vez que las desigualdades ancestrales que les permiten singularizarse dentro de la gran masa nacional, mientras los “redistribucionistas” lo hacen con el nuevo, puede que nos lleve emocionalmente a dar a los segundos nuestro apoyo. Mas el análisis racional nos deja ver que ni unos ni otros conducen a ninguna otra parte que a una nueva redistribución del mundo en la que, por enésima vez, se nos excluya gracias a nuestra miopía ancestral, al tiempo que a una nueva redistribución interna entre privilegiados y excluidos. Ya antes ha ocurrido esto más de una vez, cuando se pasó de la hegemonía española a la británica, y nuevamente cuando a esta última la reemplazó la estadounidense.
En las condiciones actuales, de completo apiñamiento planetario, el modelo de los Chicago Boys que nos propone la derecha ya no es aplicable. El capitalismo desregulado solo funciona a la manera en que aquellos muchachos nos lo presentaban, de manera idílica, cuando no existen límites ante la economía y el individuo. Por ello Estados Unidos, con sus enormes territorios vírgenes, con su Última Frontera, fue su paradigma. En las actuales condiciones, en que hemos alcanzado los límites del planeta, y en que en las supuestas economías desreguladas se regula hasta cómo usted hará su casa, el capitalismo ya no puede funcionar a la manera en que los utopistas como Hayek nos proponen. En realidad, la Utopía de los Mercados de Competencia Perfecta, que regulan no solo nuestra producción y consumo de manera ideal, sino toda la vida humana, solo funciona hoy como justificación para el imperio de las mega-corporaciones y de los Mercados de Competencia Inexistente controlados por ellos.
Por su parte, el modelo que nos proponen los redistribucionistas no es otro que el de convertirnos en proveedores de materias primas con escaso o ningún valor agregado, solo que ahora de China. Para redistribuir luego las ganancias entre la población hasta ahora más desfavorecida culturalmente, y a la que en realidad muy pocos empleos reales se les pueden encontrar en un modelo extractivo, de escasa o nula industrialización. Mas si esta idea tenía algún sentido cuando China todavía no era más que una potencia secundaria, que pugnaba por entrar en la OMC, cuando por tanto no podía imponer precios o un modelo de intercambio desigual de tipo Norte-Sur, ahora que ha crecido tanto que ya compite con el Viejo Hegemón no es así. Beijing impone una relación para nada simétrica, totalmente favorable a los intereses de sus mandarines-multimillonarios.
No son estas elucubraciones de café, los datos demuestran que incluso a las economías latinoamericanas con un mayor grado de industrialización, como la Argentina, la relación con China ha tendido a re-primarizarlas. Argentina, que en los noventa exportaba a China un alto por ciento de mercancías con alto valor agregado, en el periodo 2010-2014 exportó hacia allí en lo principal petróleo crudo y granos de soya sin transformar, para un 83 % de esos envíos, mientras que en lo restante más del 50 % fue aceite de soya.
Venezuela, por otra parte, ilustra de manera ideal el surgimiento de la nueva élite, de la Oligarquía del Nuevo Siglo Latinoamericano. Esta ha surgido a resultas de las facilidades que, para el robo de cuello blanco, o más bien “colorado”, ha traído el que el Estado venezolano administre las ingentes cantidades de dinero que deja la venta del petróleo en un proyecto redistribucionista alucinante y descentralizado. Los pantagruélicos programas redistribucionistas del Chavismo, incoherentes, desorganizados e imposibles de someter a algún control, en una nación en que como en cualquier otra de la región la ciudadanía posee una escasísima cultura cívica, y predomina una visión popular del puesto público como de una finca a explotar económicamente, han conducido a increíbles niveles de corrupción en un Estado de siempre muy débil. De esa explotación del cargo público, o político, ha surgido esta nueva oligarquía, que, si grita a voz en cuello con Maduro que la anterior entregaba sus países a Washington, ya no puede negar que ella hace lo mismo con Beijing, y en menor medida con Moscú. Capital contemporánea de la derecha más retrógrada del planeta, y donde impera un enano exteniente coronel del KGB con clara tendencia a creerse un nuevo zar Nicolás I.
La situación es esta: La gente explota lo mismo bajo los gobiernos de derecha que de izquierda porque adivinan que ninguno de los dos modelos propuestos por esas corrientes políticas los lleva a ninguna parte. Que ni el utopismo mercadolátrico de las derechas, ahora entreverado con los famosos temas de Dios, Familia, Patria… Milicos, ni el redistribucionismo, que a la larga solo los convertirá en los nuevos siervos de la gleba de una nueva oligarquía con sus amos en Beijing y Moscú, ofrecen soluciones ya no a futuro, sino del ahora.
¿Qué hacer entonces?
Es evidente en primer lugar que los problemas del hombre ya no pueden resolverse en el marco de limitados espacios nacionales, y ni tan siquiera regionales.
Por otra parte la solución global no puede provenir originalmente de Latinoamérica, porque simplemente la cultura que aquí predomina no se presta para sustentar las sociedades democráticas, con un alto grado de complejidad, diversidad, y a la vez de orden, que demandan los desafíos de un futuro que no consista en el regreso a las formas autocráticas, sustentadas sobre castas, que predominaron antes de la llegada al capitalismo; formas de las cuales las élites de Beijing y Moscú son sin duda sus abanderados actuales.
Se trata de superar al capitalismo, no de regresar a cierta imaginada arcadia floreciente anterior al mismo; algo que, si bien tenían muy claro Marx y Engels en su Manifiesto Comunista de 1848, a sus supuestos sucesores más “ortodoxos” nunca parece haberles entrado para nada en la cabeza[i]. De adaptar al capitalismo a los nuevos tiempos de apiñamiento global, de convertirlo en una democracia social a la nórdica, para facilitar la más democrática convivencia posible en las nuevas condiciones de la humanidad cuando se han alcanzado los límites del planeta, a la vez que para permitir la concentración de recursos imprescindibles a la conquista del espacio extra planetario cercano. Conquista que muy probablemente, al aumentar el espacio vital humano como Colón el europeo en 1492, permita el regreso de los mercados desregulados que hoy son simplemente imposibles.
El impulso global solo puede venir por tanto de sociedades más avanzadas culturalmente.
En este sentido el cambio generacional en EEUU, en que las nuevas generaciones prefieren la democracia social al capitalismo desregulado, el cual hace ya mucho solo existe en la cabeza de los muchos a quienes las corporaciones engañan con los embelecos de sus intelectuales de plantilla, nos anuncia un cambio radical en este mundo: Washington podría estar por convertirse en el centro de un nuevo Consenso, no ya basado en un neoliberalismo que no pasa de una utopía al presente, sino en el de las Democracias Sociales basadas primariamente más que en los inexistentes Mercados de Competencia Perfecta, en el respeto de los derechos humanos, y en la apuesta al progreso humano como extensión constante de las fronteras de lo humano.
Las verdaderas fuerzas progresistas en Latinoamérica, que nada tienen que ver con los autoritarismos castrista, chavista o peronista, deben entender que deben aproximarse a las nuevas fuerzas que surgen en EEUU. Como AMLO deben insistir en proponer un nuevo tipo de relación a Washington, que, si bien ahora no puede funcionar por haberse convertido la Casa Blanca en el hogar de un payaso, Míster Donald Clown, encontrará oídos receptivos cuando las nuevas generaciones de aquel país accedan más y más a las posiciones claves de gobierno. El nuevo EEUU, en que predominara la cultura política de Vermont y no la Texas, necesitara un área de seguridad en este hemisferio, a la cual tanto por la naturaleza de su opción democrática, tanto como por su incapacidad para imponerle un monopolio total, se verán obligados a ayudar en su avance, tanto cultural como material.
En esa situación, por cierto, ninguna otra nación del Hemisferio puede ser más favorecida que Cuba[ii].
Sin dudas hay más posibilidades de futuro en el nuevo Occidente que se perfila ante el desafío de los nuevos poderes globales, y ante el de la limitación planetaria, que, en las cúpulas doradas de los nuevos zares, o en los Imperios celestiales de los mandarines, dizque comunistas. Allí solo reinan las fuerzas más anti-progresistas y enemigas de la gran aventura iniciada por el Hombre a fines del siglo XVIII.
[i] Probablemente en ninguna parte se hubieran hecho más elogios del capitalismo, hasta 1848, que en ciertos párrafos de este texto fundamental.
[ii] Quizás Blasito Roca tuviera razón en definitiva cuando afirmaba que la única manera de que Cuba se convirtiera al socialismo estaba en que EEUU lo hiciera primero. Claro, “Dios nos libre”, para nosotros de ninguna manera el socialismo tiene algo que ver con lo que el líder del PSP tenía por tal.
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