Los olvidados de siempre
Aquellos que fueron militares o miembros del Ministerio del Interior del régimen castrista en algún momento, y ahora cumplen una condena política, sufren una represión multiplicada y un doble olvido
Dentro de la prisión de máxima seguridad ubicada en las afueras de la ciudad de Guanajay, el régimen cubano construyó un “área especial” para los militares prisioneros por problemas políticos y los otros “delitos” que se le fabrican a los que se convierten en una amenaza, aunque solo sea potencialmente.
Esta área especial se construyó fundamentalmente para los sentenciados de las Causas No. 1 y No. 2 de 1989 y es, sin lugar a dudas, la mas represiva de todos los establecimientos penales de la Isla. En ella guardaron prisión oficiales del más alto rango de las FAR y el MININT incluyendo a generales como Patricio de la Guardia, Pascual Martínez Gil y hasta los ex ministros Diocles Torralba y el del Interior, general de división José Abrantes, a quien dicho sea de paso se le dejó morir de un ataque al corazón al no recibir debidamente a tiempo la atención médica necesaria.
El área especial está dentro del cordón de la prisión de Guanajay y es una edificación independiente dentro de ella, con su propio cordón interno de seguridad. Ni el jefe de la prisión puede entrar en el área especial sin autorización del mando superior porque esta se subordina solamente a la jefatura del Ministerio del Interior.
Las dimensiones de las celdas tienen como promedio tres metros de largo por dos de ancho. En su interior tienen uno de esos servicios sanitarios sin taza donde el prisionero debe hacer todas sus necesidades fisiológicas y soportar la pestilencia hasta que a los carceleros se les ocurra conectarle el agua que se suministra esporádicamente.
Las puertas de las celdas son tapiadas con gruesas planchas de acero que impiden todo contacto exterior ya sea visual o auditivo.
Cuando se le concede visita al prisionero, nadie más de los que allí guardan prisión tiene derecho a la misma. No por exclusividad, sino para que los familiares de otros presos de esa área puedan tener la más mínima posibilidad de confraternización.
Como señalé anteriormente, el agua la ponen a voluntad del carcelero y, si el prisionero quiere alumbrarse, su familia debe traer el bombillo y la lámpara.
Si es invierno y necesita protegerse del frio, la familia también debe suministrar la colcha. A dichos familiares les corresponde también, por supuesto, el lavado de toda la ropa de cama y personal, que también debe ser suministrada por ellos.
Si un prisionero necesita ser atendido por el médico, es conducido escoltado por dos guardias y en el trayecto desde el área especial hacia el policlínico no logra ver un alma. Hasta los presos de confianza, dedicados a la limpieza de la prisión exterior, son retirados.
Se puede estar en el área especial años y nunca el prisionero conocerá al de la celda contigua porqué está hecho para eso, para que no se comunique con nadie, salvo con los carceleros que son los que traen la comida. Ni siquiera los presos comunes de la prisión exterior, que trabajan como electricistas o plomeros, pueden entrar allí, y las pocas veces que han entrado le advierten claramente que no pueden hablar con nadie de esa área.
Allí consumen en desproporcionadas condenas muchos militares que se han enfrentado a la dictadura. Ellos no tienen, ni en el interior de Cuba ni tampoco en el exterior, quien los considere héroes. Quienes le pongan vallas anunciadoras clamando por su libertad, quienes consuman horas de propaganda radial —como el programa del conocido presentador de Miami Edmundo García— que solo se ocupa de los cinco agentes de la Inteligencia cubana condenados en Estados Unidos, pero olvida convenientemente a sus compatriotas encarcelados en la propia Cuba
Por supuesto que los militares presos en Cuba no tienen televisión a color, ni Internet, ni llamadas por teléfono, ni aire acondicionado, ni tres comidas al día balanceadas con proteínas y carbohidratos. Nadie los menciona en programas de radio o televisión. Los encargados de denunciar las violaciones de derechos humanos, tanto dentro como fuera de Cuba, los pasan por alto. No tienen comités para la liberación de “los héroes luchadores antiterroristas” que están presos no por espiar a un grupo determinado de supuestos terroristas como hicieron los que guardan prisión en Estados Unidos, sino por enfrentarse a un Estado que aterroriza a todo un pueblo.
Para mayor desgracia, cuando alguno logra salir del área especial y decide jugarse la vida en una balsa, cuando llegan a Miami no solo les dan las espaldas porque una vez estuvieron en las filas de las instituciones militares, sino que son señalados como posibles colaboradores del régimen que los ha destrozado.
Estos militares, que están presos en Cuba por delitos políticos, tienen un problema al cumplir las desproporcionadas condenas y ganarse la libertad. Después de habérseles arrancados los mejores años de sus vidas se encuentran que no solo han perdido sus retiros, sino que el —hasta ahora— único empleador del país, el Estado, no los quiere en sus centros de trabajo convirtiéndolos virtualmente en mendigos.
Si intentan obtener una visa de refugiado en la Sección de Intereses de Estados Unidos, como le sucedió al ex coronel Omar Ruiz Matoses después de haber cumplido 17 años de una condena de veinte, algunos burócratas que se encargan de gestionar estos trámites los rechazan, porque según esos funcionarios los militares que han cumplido prisión por oponerse a la dictadura no son políticos, son presos que han incumplido los reglamentos de las Fuerzas Armadas.
Estos fríos, distantes, inconmovibles diplomáticos, que para colmo de la ineptitud e ineficiencia no son capaces ni de hablar la lengua del país donde prestan sus servicios, han sido en muchos casos los que han contribuido a las salidas ilegales, al contrabando humano y a otros procedimientos que han costado vidas de ex presos militares al verse cerradas todas las puertas.
Hasta los muertos españoles son mejores que ellos. Algunos que dejaron este mundo desde el siglo pasado han resuelto lo que estos incapaces no han podido hacer. Como el mismo ejemplo del coronel Matoses, que tuvo que acudir su abuelo español de la tumba para sacarlo del infierno.
No se descarta una negociación entre el Gobierno de Estados Unidos y Cuba para un canje de prisioneros. Se ha hecho siempre, tanto en la guerra fría como ahora. El más reciente caso lo constituye el canje de mil prisioneros palestinos por un soldado israelí. Hecho que ha puesto en una situación incómoda al Gobierno de Estados Unidos, al plantearse Alan Gross cuál es el valor de cambio de un judío norteamericano comparado a uno israelí.
Es imposible predecir si el pragmatismo llegará a imponerse al orgullo de gran potencia. O si el inmenso poder económico de la comunidad judía logre abrir las puertas de la negociación. Pero si esto llega a suceder, es de esperar que la parte norteamericana no repita el error de pasar por alto a los olvidados de siempre, a oficiales como el de la inteligencia del MININT Rolando Trujillo Sarraf y otros como Borges y Claro, ex oficiales de la contrainteligencia que se pudren en esa cárcel.
Es de esperar que las organizaciones de derechos humanos, en primer lugar a la encabezada por Elizardo Sánchez Santa Cruz, tengan actualizados todos sus expedientes de las decenas de oficiales que han sido arbitrariamente encarcelados y movilicen a la comunidad internacional para que los olvidados de siempre no sean abandonados a su suerte.
Si se negocia el canje de los “cinco héroes” por Alan Gross, junto a este último tienen que salir también los verdaderos héroes que se han enfrentado al terrorismo de Estado, sean o no ex militares. De lo contrario sería una imperdonable burla.
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