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EEUU, Bloqueo, Embargo

Mitos y leyendas involucionarias (II)

Al tener un enemigo predeterminado, jamás podrá haber una relación normal, de respeto mutuo, paz

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El primer gran mito externo alimentado por el régimen ha sido el de la apetencia del Norte “revuelto y brutal” por la Isla. Es una invención que viene desde la época colonial, años en los que una España débil luchaba por seguir siendo potencia mundial. Para darle razón a los españoles, hace 200 años John Quincy Adams, secretario de Estado norteamericano, tomando un símil de la física —la ley de gravitación universal— dijo que, por la cercanía geográfica, los lazos comerciales y afectivos con Estados Unidos, Cuba estaba destinada a caer en manos norteamericanas. Lo que se conoce como la “fruta madura” es un apotegma discutible. Pero sin duda puede ser muy útil para los tíos listos, nacionalistas y chovinistas.

Los ideólogos e historiadores comunistas han usado y abusado de esta afirmación decimonónica; inflado el mito del Enemigo-Diferendo histórico, valiéndose, incluso, de la leyenda de la voladura del acorazado Maine. Hoy sabemos que fue un terrible accidente, no una explosión intencionada. Desde esa mitomanía se desprende que hagan lo que hagan los “gringos”, su intención siempre será apoderarse de la Isla, truncar la libertad y la independencia de los cubanos. Quien conozca el mundo de hoy y cómo funciona, sabe que echarse encima la deuda de un país en bancarrota no solo es una ficción, es una verdadera chifladura.

Sin duda, la intención va un poco más allá: al tener un enemigo predeterminado, jamás podrá haber una relación normal, de respeto mutuo, paz. Y para que así fuera, todo lo que hizo el exlíder y lo que haría siempre —sin andar oculto— fue para eso: el conflicto perpetuo.

El Enemigo-Diferendo histórico esta nutrido de leyendas con hechos verídicos y fantasías. Aquí bien cabrían los errores como Playa Girón, cuya invasión resultó en un fortalecimiento del liderazgo rebelde, el apoyo a una oposición que buscaba méritos y réditos, infiltrada por el régimen desde los inicios, o la torpeza de aplicar leyes extraterritoriales o embargos a medias en un mundo no muy amigable con el Tío Sam, y a la espera de sus papelazos internacionales.

Curiosamente, el régimen nunca ha logrado que el pueblo cubano rechace al norteamericano. Ha funcionado como una singularidad: a más antinorteamericanismo inducido desde el poder, mayor admiración, diríase que exagerada, a la bandera de las barras y las estrellas. Ni siquiera con la tan socorrida leyenda del “bloqueo” han logrado enemistar a ambos pueblos. Por cierto, hasta la desaparición del campo socialista apenas se hablaba de “bloqueo”; hacerlo era para ufanarse de que el socialismo podía prescindir de la economía de mercado. Pero… ¿realmente el bloqueo-embargo daña al régimen y al pueblo? Si, por supuesto. En una sociedad cerrada, donde el gobierno lo controla todo, hasta la forma de pensar, dificultar la manera de obtener mercados y financiamiento es perjudicial para todos.

Propagar la idea de que es bloqueo y no embargo, además de falso, es malevolente. Con un bloqueo Cuba no sería el sexto importador de pollo norteamericano, ni uno de los mayores receptores de remesas en dólares per cápita de América. Con un bloqueo a la Isla no viajarían cientos de miles de cubanos afincados en la Florida todos los años. Bloqueo es una acción de guerra. Embargo es lo que le hace un banco a cualquier hijo de vecino mala paga desde los tiempos del “cobrador del frac”.

Los ideólogos comunistas involucionan con una sencilla metafísica: achacar al “bloqueo criminal y genocida” el fracaso del socialismo, coloca en manos del “bloqueador” el desarrollo del país. La sociedad socialista sería productiva —“prospera y sustentable”— si el egoísta mercado capitalista y sus bancos mezquinos abrieran las puertas a la economía panificada y el Estado totalitario. ¡Ah! No pueden ser el Deutsche Bank, el HSBC Holdings Plc, Lloyds Banking Group o el Santander Bank. Tienen que ser Bank of América, Wells Fargo, Chase.

Estos mitos que podríamos llamar de victimización han provocado baja autoestima en la población cubana, lastima hacia sí mismos, que los cubanos, por sí mismos, son incapaces de auto sustentarse. Como antídoto a esta percepción de derrota anticipada, los ideólogos propagan otro mito, el del socialismo perfeccionado y sostenible. Es un mito realmente asombroso, que parecería una burla sino fuera tan trágico. En más de un siglo de práctica social, no hay un solo país de economía planificada y partido único que sea “sustentable y próspero”. Todo lo contrario. Cada vez que alguien toma el camino de la estatización de la economía y el estado paternal, los pueblos se hunden en la miseria y pierden sus derechos ciudadanos más elementales.

Las leyendas involucionarías de corte épico movilizaron al pueblo cubano durante una época. Siempre había algún discurso que oír en la plaza, una marcha combatiente, un contingente para edificar, sembrar café, pangola, caña de azúcar. Lo dijo el ex Máximo Líder: el pueblo tiene que estar movilizado siempre… las masas deben estar en movimiento. Leyendas épicas que se sucedieron una detrás de otra y sin tomar distancia: la campaña de alfabetización, la “limpia” del Escambray, el café Caturra, la zafra de los 10 millones, los “pedraplenes”, la Consagración, la Batalla de Ideas, el regreso de Elián, el niño secuestrado, y los Cinco Héroes prisioneros del Imperio. Vistas hoy a la distancia y con suficiente objetividad, cualquiera se asombra de las vidas sesgadas, las separaciones familiares, los sacrificios que no cambiaron la vida del cubano para mejor. Fantasías para, simplemente, caminar. “Echar a andar”, diría el poeta, “en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva”.

La Continuidad carece de mitos y leyendas propias, inspiradoras. Un impedimento serio y contra el cual es casi imposible luchar, son la Internet y las historias alternativas que ese medio provee. La visión de túnel a la que aspiran las sociedades totalitarias solo puede lograrse en lugares con control absoluto de la comunicación social. De tal modo, la Plaza de la Revolución no volverá a llenarse con cientos de miles de almas encandiladas, de pie, sudorosas y malolientes, congregadas para oír al ex Máximo Líder.

Un pueblo así, enajenado por mitos y leyendas, podría permitirse cualquier cosa, como entregar la vida por una causa ajena, hundirse en el mar si se le pidiera. Por suerte, nunca volverá a darse un “baño” de pueblo como ese en la misma plaza… el pueblo y la plaza ya no serán los mismos, diría alguien a quien también llamaban El Adivinador.


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