Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Ni fuego, ni cenizas

El sindicalismo murió en Cuba porque hace cincuenta años las necesidades de los trabajadores no interesan a nadie.

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En enero de 1939, hace 70 años, 1.500 delegados en representación de 789 asociaciones obreras se reunieron en La Habana para dejar constituida la Central de Trabajadores de Cuba (CTC); culminación de una historia que comenzó en la Isla a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con la sustitución de la mano de obra esclava por el trabajo asalariado y la creación de las primeras organizaciones, huelgas y periódicos obreros.

Ya en la década de los ochenta (siglo XIX), el movimiento sindical se había extendido a todas las ciudades de importancia y había celebrado los primeros congresos obreros. A principios del siglo XX el sindicalismo escenificó una ola de huelgas que tenía como denominador común la lucha por la disminución de la jornada laboral y el aumento de los salarios.

En la República, el crecimiento de las huelgas, que paralizaron la vida económica de la capital y se extendieron a otras regiones del país, influyó en la aprobación de legislaciones obreras, como la definición de los días festivos y de duelo, la jornada de ocho horas para trabajadores del Estado, la prohibición del pago con fichas y vales, y el cierre de los establecimientos comerciales y talleres a las seis de la tarde. En ese proceso la negociación resultó el camino más viable para la redistribución de la riqueza creada.

En la década del veinte, la disminución de los salarios generó un nuevo período de huelgas bajo la influencia de la tesis marxista de la lucha de clases como motor de la historia. A pesar de ello, los permanentes conflictos obrero-patronales que perjudicaban los embarques de azúcar, condujeron en 1924 a la creación de las Comisiones de Inteligencia Obrera de los Puertos, con poderes legislativos y ejecutivos, las que dejaron una gran experiencia acerca de la validez de la negociación.

La subordinación de las asociaciones sindicales a los partidos políticos se hizo evidente en 1925 con la fundación, casi simultánea, de la Central Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y del Partido Comunista. Poco después, la crisis de los años treinta obligó al cierre de varios ingenios y generó un auge de las huelgas que, aunque el gobierno prohibió las organizaciones obreras, en 1933 paralizaron 25 ingenios y más de 100 colonias de caña, y se generalizó en todo el país hasta derrocar a Machado, quien había asegurado que ninguna huelga duraría más de 24 horas. En algunos ingenios ocupados, bajo la influencia de la lucha de clases, se crearon Soviet de Obreros y Campesinos, a imagen y semejanza de la Revolución de Octubre de 1917.

Gracias a la pujanza del movimiento obrero, se aprobó una legislación laboral que comprendía el derecho de huelga, jornada de ocho horas, salario mínimo para los azucareros, estabilidad del empleo, vacaciones, licencias por enfermedad y por maternidad retribuidas. Seguida esta por el Decreto 798 de abril de 1938: el más importante en legislación laboral republicana.

Esos resultados fueron recogidos por la Constitución de 1940 en 27 artículos que van desde el salario mínimo hasta las pensiones por causa de muerte. Todo ello hizo de los sindicatos un sector importante de la sociedad civil cubana: el Retiro de Plantas Eléctricas construyó el moderno edificio de Carlos III, que arrendó a la Compañía de Electricidad; el Retiro Gastronómico construyó el Habana-Hilton y el de Artes Gráficas procedió a desarrollar el reparto Gráfico, mientras el Palacio de los Trabajadores se construyó con aportes obreros y donativos gubernamentales.

La agudización de la pugna entre los partidos políticos Auténtico y Comunista por el control de tan importante sector se resolvió a favor de los primeros con la victoria electoral en 1944 y una resolución ministerial que, de los dos congresos celebrados de forma independiente, declaró legítimo al controlado por los auténticos.

Ante el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, Eusebio Mujal, entonces secretario de la CTC, después de ordenar la huelga general, aceptó una oferta del gobierno de Fulgencio Batista a cambio de conservar los derechos adquiridos por la CTC. Así, la subordinación del movimiento obrero a la política asestó un fuerte golpe al sindicalismo cubano. Sin embargo, desde 1953, al resurgir nuevamente las huelgas, la dirección auténtica quedó atrapada: apoyaba las huelgas o apoyaba al gobierno, Mujal optó por lo segundo.

Una tesis indiscutible

Desde la huelga general del 1 de enero de 1959, que consolidó el triunfo revolucionario, se comenzó a tejer una leyenda sobre el "protagonismo" obrero en el nuevo proceso. El primer golpe contra el sindicalismo se produjo en enero de 1959, cuando la CTC fue disuelta y sustituida por la CTC con el apellido de Revolucionaria (CTC-R). Los opositores crearon el Frente Obrero Humanista, donde se aglutinaron 25 de las 33 federaciones de industrias bajo el lema "¡Ni Washington ni Moscú!".

El conflicto se decidió en el X Congreso de noviembre de 1959, donde el secretario general, David Salvador, puso en evidencia la pérdida de identidad de la CTC: "Los trabajadores no habían ido al Congreso a plantear demandas económicas, sino a apoyar a la revolución". Ante la pregunta de Emilio Máspero, observador del Movimiento Social Cristiano, acerca de cuál era entonces el proyecto de los trabajadores, Salvador respondió: "Lo que diga el Comandante".

En medio del conflicto, Fidel Castro, entonces primer ministro del Gobierno, propuso un voto de confianza a Salvador y se elaboró una candidatura consensuada que dejó fuera a los comunistas y los anticomunistas más destacados. Sin embargo, el ministro del Trabajo, investido de facultades, realizó tras el congreso lo que fue imposible durante sus sesiones: despidió a dirigentes sindicales e intervino sindicatos y federaciones, hasta dejar excluidos a la mayoría de los dirigentes electos para el X Congreso.

El resultado fue la pérdida de independencia del sindicalismo, cuyos últimos reductos se manifestaron públicamente por las calles de La Habana el 9 de diciembre de 1960. Ya en el XI Congreso de la CTC-R, celebrado en 1961, no quedaban vestigios del otrora movimiento obrero. Por vez primera, se postuló un candidato para cada puesto y los delegados, representando al gobierno, renunciaron a casi todas las conquistas históricas del sindicalismo cubano. El movimiento obrero quedó bajo control del Estado y la CTC se transformó en el brazo auxiliar del Partido Comunista.

Lo ocurrido corrobora una indiscutible tesis: "sin autonomía es imposible la existencia de un verdadero sindicalismo". Sus funciones, al depender del gobierno, dejaron de emanar de las necesidades e intereses de los trabajadores, lo que condujo a su desnaturalización y desaparición. El resultado es evidente: la no correspondencia entre salario y costo de la vida y su reflejo en el desinterés productivo.


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