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Pasajes para no viajar

La subida de precios en los transportes interprovinciales pone a los cubanos a vivir a distancias inalcanzables.

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En febrero de 2006 reiteró sus ideas al respecto durante la entrega de los primeros 200 ómnibus Yutong, de fabricación china, paraísos rodantes para el estándar cubano.

Para esa fecha, el gobierno contrató en el gigante asiático mil ómnibus modernos para transporte a distancia, con motores "altamente eficientes" en el uso del combustible.

Según el propio Castro, se calculaba que el pasado año tales equipos transportarían casi tres millones más de pasajeros que lo previsto. Las estadísticas no han sido publicadas.

"Los precios de los pasajes aumentarán, pues los actuales resultan prácticamente gratuitos si se comparan con los costos del servicio; no obstante el aumento previsto, serán entre siete y ocho veces más baratos que los cobrados por los particulares", explicó entonces el gobernante.

Las intenciones oficiales eran espantar de la competencia a esos kulaks motorizados. La realidad dispuso otra cosa.

La proeza de viajar

Apostados en las calles aledañas a la terminal de ómnibus de La Habana, los choferes privados vocean sus itinerarios y hacen su agosto.

Chevrolets, Peugeots, Ladas, Toyotas, Moskvichs, algunos con aire acondicionado, otros no. El cosmopolita parque automotor de la Isla está disponible para quien tenga una poderosa billetera.

Un viaje al balneario de Varadero, a unos 135 kilómetros al este de la capital, sale por diez convertibles, mientras que si el destino es Cienfuegos, en el centro, la tarifa sube a 15 CUC. Y si lo que se quiere es llegar a Santiago de Cuba, entonces habrá que pagar sesenta convertibles. Cada CUC, la moneda supuestamente respaldada por divisas extranjeras, se cotiza en 24 pesos. El regateo puede no ser exitoso.

Los boletos oficiales para Varadero se adquieren por 27 pesos, casi cuatro veces más que las tarifas antiguas; Cienfuegos pasó de 14 a 54 pesos, y Santiago, de 42 a 169 pesos. De acuerdo con el gobierno, tales pasajes están subsidiados en un 20 por ciento por el Estado, mientras que el resto lo asumen los ciudadanos.

Pese a los incrementos oficiales, la aritmética de Fidel Castro es correcta. Los pasajes son siete u ocho veces más baratos que los ofrecidos por transportistas privados.

Los cálculos, sin embargo, fallan donde siempre: en la calidad y disponibilidad de los servicios públicos. Continuamente están por debajo de la demanda o casi nunca cumplen con expectativas elementales de calidad, o una combinación de ambas cosas.

Para un viajante que se traslada todas las semanas a Pinar del Río, conseguir pasaje roza la proeza.

"Eso de que van a acabar con los boteros es una cuenta que nada más saca el Estado. Si uno va a comprar un boleto tiene que zumbarse tremenda cola, atender la lista de fallos o sacar pasaje con meses de antelación. Si se presenta un viaje rápido, no tienes en qué irte y entonces echas mano a los particulares, claro, si tienes con qué", explica molesto.

En el caso de los pasajes para avión, las cosas se ponen más feas. Se exige que para la ida se observen 90 días de anticipación y para el regreso 105 días.

"Además de que te cobran un ojo de la cara, te piden que organices tu vida como si vivieras en Alemania", dice un profesor universitario al leer la advertencia en la oficina de reservaciones de Cubana.

Alguien de la cola le sugiere la solución. Poner un letrero en la puerta de su casa con el siguiente aviso: "Se buscan adivinos".

  • El transporte público en Cuba:

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