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Sociedad

Un 26 de mentiritas

Camagüey, donde se vive cada día una obra peor, podría ser escenario del anuncio de un nuevo aire para la dictadura.

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Las últimas fiestas del carnaval (San Juan) mostraron los sufrimientos de una población que espera en junio, casi como medicina, la cerveza a granel y la comida en cajitas de cartón. Pensar en eso como un ideal de diversión es, más que triste, un fenómeno de dolor que se repite todos los años.

La ciudad dejó de vivir puertas adentro para que sus habitantes se asomaran a uno de los prejuicios mayores de los últimos años en Revolución: la inmensa desigualdad de los bolsillos, de las influencias y de los sueños.

Aunque esas materias no se enseñan en las nuevas universidades municipales, donde el fenómeno del fraude abunda desde los profesores hasta los graduados, es tan real como que el yogurt aún se sigue repartiendo para los niños de 7 a 13 años de edad y la leche para los infantes que viven sus primeros días.

Los famosos planes acuícolas de Florida tuvieron que suspenderse tras la inserción del pez gato importado desde China, que no sólo hizo desaparecer las especies autóctonas de los sembradíos, sino que ha provocado un serio problema ecológico que aún, pese a muchos esfuerzos, no tiene solución.

La agricultura dejó de producir en las tierras altamente productivas de Sierra de Cubitas. Allí abundan hoy planes citrícolas olvidados: ni las esclavizadas fuerzas del Ejército Juvenil del Trabajo pueden con tanto plátano "burro" mal sembrado y escasamente rentable.

Los camagüeyanos ya no dicen "abur". Esa frase criolla que denotaba educación y privilegios ahora resulta imposible y casi está tan prohibida como el vocablo "señor".

La educación de las personas se ha confundido con el acceso masivo a la universidad que gradúa al por mayor para difundir estadísticas políticas y para disimular la crisis existencial de una juventud a la que se pinta como ideal el acceso a un comité comunista.

Lo que no cabe en un 26

Sin embargo, la provincia intenta mantener a toda costa sus fortalezas principales. La Iglesia Católica camagüeyana lucha a brazo partido contra las instituciones gubernamentales locales para mantener, en la cumbre, las altas torres de sus templos, a donde cada día asisten más personas en busca de fe y salvación.

La preservación del mayor casco histórico del país, monumento nacional, es vigilado con pasión por organizaciones que intentan priorizar la historia pasada ante la actualidad de las noticias nacionales, perneadas por cartas de los espías presos y las "reflexiones" infelices salidas de un "secreto" hospital.

La cultura, aunque pierde a sus mayores talentos cuando salen al exterior, es un semillero de creadores. Pese a que muchos de esos artistas son vigilados con sigilo, crean un arte que resulta sospechoso y se aleja de los colores permitidos.

Son muchos los camagüeyanos que ya no encuentran a su ciudad, no la ven.

Tampoco les interesa quién dirá las palabras centrales este 26 de julio de 2007 y que otras tareas e inventos serán acometidos para salvar lo que se está acabando.

Enmudecidos, tendrán que contemplar un eslogan pintado de estrellas que sirve de estandarte para las batallas del Partido, mostrando la gran incertidumbre de lo que se vive y diciendo lo que no es. Pese a los colores rojo y negro que la vestirán en breve, Camagüey vive desde hace mucho y cada día una obra peor.


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