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Economía, Dólar, Divisas

Una historia repetida: de nuevo el gobierno cubano tras el dólar

Claro que buena parte de esas divisas, que el gobierno envidia, transitan por manos privadas, pero el comercio o el simple intercambio es algo que siempre el régimen ha buscado controlar y acaparar

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El gobierno cubano está comprando dólares a quienes viven o visitan la isla. Y ha entrado en el negocio de una forma capitalista, con la propaganda de que lo paga a buen precio: a un cambio casi cinco veces mayor que la actual tasa cambiaria oficial que el mismo gobierno estableció 18 meses atrás.

Solo que —como viene repitiendo desde hace décadas— apela al parche y no a la reforma. Busca hacerle la competencia al mercado informal (bolsa negra), y a captar las divisas que están entrado al país y se mueven fuera del sistema financiero estatal, pero no comprende o se niega a comprender cómo opera un mercado libre cambiario.

Claro que buena parte de esas divisas —que el gobierno envidia— transitan por manos privadas y terminan de una forma o de otra en las tiendas estatales, pero la gestión intermediaria —el comercio o el simple intercambio— es algo que desde siempre el régimen cubano ha buscado controlar y acaparar.

Ello por dos razones fundamentales: porque su esencia es monopolista y por su incapacidad productiva.

El Estado cubano aprovecha al máximo su poder represivo, pero malgasta su poder económico. La explicación de esta ineficiencia viene dada en el hecho de que el burócrata no se beneficia de la eficiencia, sino todo lo contrario. Como sus privilegios dependen de que el acceso de bienes y servicios se mantengan escasos, hace todo lo posible para perpetuar esa situación.

Así que lo único a destacar en esta medida es la vía escogida. No se ha decretado una persecución férrea contra el mercado cambiario informal sino se busca competir con él. Al menos en esto hay que reconocer cierto pragmatismo. Se sabe que una campaña de hostigamiento policial solo serviría para encarecer aún más la divisa; aunque queda abierta la posibilidad de que a partir de ahora se incrementen los arrestos y las condenas para quienes de dediquen al cambio monetario informal.

El problema para el gobierno cubano es que la devaluación de la moneda nacional y el fracaso parcial de su política de unificación monetario es solo el reflejo de una crisis económica mucho más profunda, donde de momento ha optado por dosificar la siempre presente represión con un dejar pasar el tiempo, a la ¿espera? de un ¿milagro? Si no creer en santos, al menos tratar de inventarlos.

Por supuesto que el tiempo no ayuda. Año tras año se vuelve al discurso que ya no intenta vender la ilusión sino reclamar la paciencia, todo ello con una retórica pueblerina: “período coyuntural”, una “compleja situación”, la “solidaridad en tiempos de crisis”.

“El país necesita divisas para financiar su desarrollo económico y social”, dijo el ministro de Economía, Alejandro Gil, en octubre de 2019, cuando se estableció que los cubanos podían abrir cuentas en dólares en los bancos locales y así poseer tarjetas de débito para adquirir electrodomésticos, motos eléctricas y otros artículos. El gobierno se encargaría de la comercialización y buscaría así recaudar divisas.

Luego, en junio del 2021, el gobierno suspendió “temporalmente” esos depósitos en efectivo de dólares, “ante los obstáculos del bloqueo económico de los Estados Unidos para que el sistema bancario nacional pueda depositar en el exterior el efectivo en dólares estadounidenses que se recauda en el país”, según informó Granma en esa fecha.

Era una medida de “protección del sistema financiero cubano”, válida con relación a la moneda estadounidense en efectivo, no a “las cuentas existentes en esa moneda”, especificó la publicación oficial del régimen.

Ese régimen, que no tiene un motor que camina pa’lante y otro que camina pa’tras como la vieja canción, sino que carece de movimiento, trata ahora de comprar moneda extranjera —¿y los obstáculos económicos del “bloqueo”?— a cambio de unos billetes cuyo valor se verá aún más reducido. Indudablemente hay tan pocas divisas a disposición del gobierno, que ya ni sirve hablar de los “obstáculos del bloqueo”.

Porque de tener éxito la medida —lo que por otra parte es dudoso— traería aparejada un aumento de la inflación.

Más dinero en la calle, sin un aumento de la producción y el comercio internacional, solo hará que se deprecie más la moneda nacional.

Durante décadas, el régimen cubano trató, con persistencia y fracaso, de imponer la igualdad por decreto. Ahora se empeña con igual afán en establecer normas que determinen y rijan la desigualdad.

Por años se subordinó la unificación monetaria a un aumento de la productividad. Solo de esa manera se consideraba posible un alza sustancial de los ingresos, que posibilitaría paliar el creciente aumento de los precios. Nunca se logró ese incremento productivo. Se ocultó el fracaso y los burócratas siguieron adelante con sus declaraciones huecas.

El fin de la doble moneda buscó poner un poco de orden en el caos económico, no a nivel de calle sino entre las empresas: las distorsiones en costos, contabilidad fiscal y política financiera. También atraer más inversiones extranjeras. Tampoco ello se logró. Más encubrimiento y silencio y discursos vacíos.

Paralización, estancamiento, marasmo. No son palabras ajenas para quienes viven en la isla. Pero lo que en estos momentos experimentan es más que la inercia cotidiana, que desde hace largo tiempo conocen. Lo que sufren ahora los cubanos es la caída en el abismo. Y nada ni nadie está presente para salvarlos.


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