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Veteranos, Historia, Mambises

Una lección de Historia

Vista la naturaleza de esas transiciones y el pedigree de sus protagonistas, es instructivo leer, 118 años después, el documento “Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”

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Es fácil descubrir la capacidad de reciclaje de los antiguos capos comunistas en Europa del Este. Los mismos que en su día aplastaron cualquier atisbo de democratización y satanizaron el mercado han devenido entusiastas “demócratas” y oligarcas.

El imperio del KGB en Rusia encabezado por Vladimir Putin, el nuevo zar, y su escudero Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia. La nomenklatura reciclada en Moldavia y Macedonia, Albania, Bulgaria, Rumanía, Serbia y Montenegro ha emergido de sus rojas crisálidas como flamantes mariposas del libre mercado.

Vista la naturaleza de esas transiciones y el pedigree de sus protagonistas, es instructivo leer, 118 años después, el documento “Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, que nos ofrece una idea sobre el calibre moral, la sabiduría y el buen juicio de quienes construyeron la patria cubana no con discursos ni proclamas, sino con su sangre. Un documento que hoy me gustaría compartir y que no requiere mayores explicaciones.

“Los veteranos de la independencia al pueblo de Cuba”, Octubre 28 de 1911

Conciudadanos:

Un gran movimiento de conciencia nacional agitó a la sociedad Cubana. Los veteranos lo inician y el pueblo cubano lo mantiene; la justicia lo preside; lo anima el patriotismo.

Cuando el 20 de mayo de 1902 la adorada bandera de los cubanos, saludada por todas las naciones, flameó sobre las fortalezas seculares, tras medio siglo de luchas desesperadas y gloriosas, los supervivientes de la legión libertadora, al calor de generosos y puros sentimientos estrecharon sobre su corazón a sus compatriotas; y unidos los cubanos bajo el lema de «La República con todos y para el bien de todos», comenzaron la vida dignificada, de un pueblo libre.

Rotas las cadenas, las servidumbres abatidas, el cubano, dueño al fin, de su Patria, alzó la frente al sol de un nuevo día de justicia, libertad y progreso; se arrancó del corazón las santas iras de la guerra y abrió las puertas de la nueva sociedad a todas las actividades humanas, sin amargas exclusiones. Al español que lo combatiera y al compatriota que lo traicionara, ofreció por igual sus fértiles tierras, sus ricas industrias, su comercio, sus talleres, sus libertades y el amparo de sus leyes.

El cubano, ante el enemigo vencido, borró la sombra del opresor, y ante el propio compatriota que le asesinara en la emboscada cerró los ojos y brindó a todos, por igual, con piadosa mano, cuanto poseía la tierra que había redimido y las libertades que había conquistado. Lo único que no podía, sin demencia, ofrecerles, era la dirección de la nueva República. No podían resguardar nuestra libertad los que la habían combatido; la sociedad cubana no podía erigir en jefes a sus propios enemigos.

El pueblo cubano quiso para guía de la nueva nacionalidad el probado patriotismo, y así lo expresó con voluntad soberana, al elegir sus primeros magistrados. Quiso que los cargos públicos fuesen como debe ser, para la aptitud, la idoneidad, la honradez y el mérito, no para la delincuencia. ¿Cuándo, en qué país, ni con qué pretexto de igualdad, se ha visto premiada la traición contra la Patria?

Si en la igualdad ante la Ley pudieran, monstruosamente, confundirse el bien y la perversidad, que la conciencia universal y las leyes han separado, ni tendría castigo el delito ni estimulo la virtud, y la sociedad desquiciada en su fundamento moral, sin tradiciones, sin bandera y sin ideales, caería deshonrada ante las más groseras fuerzas de la bestialidad humana.

Aquellos malos cubanos que alzaron sus manos contra Cuba, no ya conformes con el perdón de sus crímenes, se dedicaron, con diversas intrigas, a reconquistar en la República un predominio que, de subsistir, haría al pueblo cubano bajar humillado la frente, encendida por el rubor y la vergüenza. Alejándose casi siempre de los pueblos que fueron testigos de sus maldades, alistándose sigilosamente bajo los banderines de los partidos políticos y contaminando todo cuanto tocaron, han ido escalando aquellos puestos que debieron reservarse a los cubanos que carecen de manchas en su vida, a extremo tal que algunas localidades sufren la desdicha de tener como representante de la autoridad, a guerrilleros viles que en los aciagos días de la guerra gozaban en arrastrar por las calles, frente a las familias cubanas enloquecidas, los cadáveres ensangrentados de los mártires de Cuba.

BASTA YA DE MONSTRUOSA TOLERANCIA… De hoy más nuestra pasividad sería imprevisión, deshonor, y cobardía. La República firme y fuerte después de tantos años de resignación, debe consagrar algunas energías a separar de la administración pública a los que traicionaron a la Patria.

La Ley Penal de Cuba, promulgada en la época revolucionaria, comprendía en el delito de traición, castigado con la muerte, al espía, al guerrillero, a todo cubano que, bajo bandera española, combatía contra Cuba, o de un modo directo favorecía al progreso de las armas enemigas. Y aun el mismo Código Penal español, todavía vigente en Cuba, define al traidor diciendo, con admirable concisión: «el que tomare las armas contra la patria bajo bandera enemiga».

Y si la ley Penal aquí vigente fija el concepto universal del traidor a la Patria, como un crimen tan horrendo que para él todos los pueblos de la tierra forjan la cadena perpetua y alzan la horca, ¿cómo vamos a tolerar que los traidores, adueñándose cautelosamente de la administración de la República puedan volver a traicionarla y hundir su acero en el corazón de Cuba? Cómo hemos de legar a la nueva generación con la muerte de nuestros mejores sentimientos, el ejemplo pavoroso y funesto de entregar ahora en nombre de una igualdad mentida y de una concordia vergonzosa, el dinero público, los honores y la autoridad de Cuba, a aquellos mismos siniestros guerrilleros ¡No!

Lejos está de nosotros la idea de que se les aplique hoy el castigo a que se hicieron merecedores, porque con el último disparo que consagró la victoria, se proclamó como principio fundamental para el porvenir, el perdón de todos los agravios para restablecer con la paz moral de los espíritus, el equilibrio social perturbado; pero ni entonces ni después se reconoció como un dogma confiar a la traición la obra del patriotismo. ¿Qué menos puede pedirse a nuestro enemigo de ayer, amigo interesado de hoy para medrar a la sombra de las instituciones republicanas, que la renuncia de todo cargo público, que ni moral ni legalmente tiene derecho a desempeñar? Puede, sí, vivir en Cuba como ciudadano o como extranjero, al amparo positivo de nuestras leyes protectoras, que defenderán su vida, su hacienda y su libertad; pero jamás, sin lastimar la conciencia nacional, pretenderá dirigir los destinos de la República.

Los veteranos de la Independencia en este conflicto inevitable, no por ellos provocado, sino por el cinismo con que los réprobos se van apoderando de los puestos oficiales y del porvenir de la Patria, señalan a los Poderes de la nación las inhabilitaciones prescritas contra los cubanos de «mala conducta» por la Ley del Servicio Civil, e invocando la justicia, la previsión y el sentimiento patrio, acuden al corazón del pueblo cubano, porque sería absurdo y monstruosamente inmoral calificar de «buena» la conducta de aquellos cubanos que pelearon contra Cuba, realizando un crimen de lesa patria, castigado con la pena de muerte en todos los códigos del mundo.

Somos los primeros en guardar las leyes y el público sosiego, pero con tenacidad digna de la patriótica finalidad que perseguimos, lucharemos sin descanso hasta lograr el éxito completo, que en tan noble empresa habrán de secundarnos las autoridades y Poderes de la República, el pueblo de Cuba y esa generación joven, la mejor esperanza de la patria, y a la que los veteranos hemos de entregar, como precioso legado, el patriótico deber de velar porque no se mixtifique el amor a la nacionalidad cubana.

Nada pedimos para los Veteranos, aunque la miseria les hiera muchos hogares; sólo queremos que a los desleales sustituyan en los cargos públicos los cubanos que amaron a Cuba y los que no deshonraron su existencia; todos los cubanos, menos los que combatieron contra Cuba. Queremos, porque Cuba lo necesita más que ningún otro pueblo, que aquí siempre se execre la traición y se aprecie el patriotismo. Para los cargos de la República ya no deben confundirse los traidores con los patriotas. El que igualar pretenda a los demás cubanos al guerrillero vil tiene la conciencia de un guerrillero.

Qué los traidores aren en paz la tierra que sembraron de huesos cubanos, pero que jamás usurpen ni profanen los cargos de la República que tanto odiaron, los espías, los movilizados, los guerrilleros, los que profanaron el cadáver de Antonio Maceo y destrozaron la juvenil cabeza de Panchito Gómez, siniestros malvados cuya aparición en nuestros campos era para la familia cubana, la señal terrible del incendio, la bestialidad y la matanza, a cuyo furor brutal rodaban las ancianas cabezas y eran ahogados los sollozos de las madres y los gritos de la inmaculada inocencia.

Habana, 28 de octubre de 1911.

Por el Consejo nacional de Veteranos:

General Emilio Núñez Rodríguez, Presidente

General Silverio Sánchez Figueras, General Enrique Loynaz del Castillo, Coronel Cosme de la Torriente, General Juan E. Ducassi, General Manuel Alfonso Seijas, General José Miró Argenter, General Agustín Cebreco, General Carlos García Vélez, General Pedro Díaz Molina, General Hugo Roberts, General Francisco Carrillo Morales, General José Fernández de Castro, General Francisco de P. Valiente, General Carlos González Clavel, General Demetrio Castillo Duany, Coronel Manuel María Coronado, Coronel Agustín Cruz González, Coronel Aurelio Hevia, Teniente Coronel Casimiro Naya y Serrano, Coronel Manuel Lazo, Vicepresidentes.

Comandante Manuel Secades Japón, Secretario de Actas.

Coronel José Gálvez, Coronel Dr. Eulogio Sardiñas, subteniente Dr. Edmundo Estrada, Comandante Dr. Miguel A. Varona, Comandante Miguel Coyula, Vicesecretarios.

Teniente Luis Suárez Vera, Secretario de correspondencia.

Coronel José Camejo, Comandante Armando Prats, Coronel Enrique Molina, Teniente Emilio Ayala, Comandante Miguel Ángel Ruiz, Vice-secretarios.

Coronel Manuel Aranda, Tesorero.

Capitán Armando Cartaya, Teniente Coronel Justo Carrillo, Coronel Lucas Álvarez Cerice, Coronel Fernando Figueredo, Coronel José N. Jane, vice-tesoreros.

También sumaban su firma al histórico documento más de un centenar de oficiales que iban desde Generales hasta Tenientes.


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