Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Víctimas de la hoz y el verde olivo

El Servicio Militar Obligatorio: Rancheadores y cimarrones en pleno siglo XXI.

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El desertor, ese cimarrón contemporáneo, huía y huye del rigor castrense, del trabajo forzado en los planes productivos del Ejército, los largos meses sin pase oficial, la nula estimulación espiritual y la enorme falta de condiciones de vida.

En la última década puede haber disminuido la cantidad de desertores del Ejército. Esto se debe, en parte, a la rebaja del período de servicio de tres a dos años, alguna soltura en la disciplina, la entrada cada vez mayor de un número de oficiales con apenas veinte años, lo que supone otra visión del mundo en que vive el país; también se suman otras condiciones de vida en las unidades a donde son enviados. Todo esto se une a que los pases oficiales son un tanto más extensos, se introdujeron las vacaciones y los soldados son ubicados en lugares relativamente cercanos a sus zonas de procedencia.

En los años sesenta y setenta era casi natural que enviaran a los jóvenes a cortar caña, una labor que se aprecia como la más fatigosa de cuantas existen en Cuba. Ahora no sucede exactamente así, aunque hay unidades ubicadas directamente en la producción, como el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), adonde van principalmente aquellos jóvenes que residen en las zonas rurales, y el pago es mucho mayor que décadas atrás.

Pero, ¿por qué siguen desertando los reclutas? ¿Es sólo una cuestión de ímpetu juvenil, inexperiencia o "una muchachada más"? ¿Han mejorado sustancialmente las condiciones de vida en el Ejército?

Con un poco de dinero

Muchos de los que hoy escapan, lo hacen definitivamente. Para ello aprovechan las ventajas de los medios con que cuentan en la vida militar: lo hacen hacia Miami, aprovechando botes y lanchas a su alcance. Por otra parte, desde inicio de los años noventa, han cerrado las Unidades Disciplinarias Militares, donde los recluidos (no sólo soldados, sino sargentos y oficiales que cometían otros "delitos") eran expuestos a castigos que en muchas ocasiones los ponían al borde de la muerte.

Las mismas fueron transformadas en unidades de otro tipo, o desaparecieron, como sucedió con la conocida como "Cuba Sí", hoy convertida en cárcel de máxima seguridad en la oriental provincia de Holguín, o la de San Ramón, en Granma.

El cimarrón contemporáneo tiene ante sí casi dos únicas opciones: o escapar de la Isla o cambiar de identidad, algo que ya no resulta imposible con un poco de dinero a mano. El cimarrón de hoy tiene menos salida ante la férrea vigilancia puesta a disposición de la maquinaria represiva del poder, ya que la primera exigencia en Cuba para solicitar empleo, ingreso a la Universidad u otro tipo de estudios, es el certificado de "Desmovilización del Servicio Militar Obligatorio".

Para ello, los jóvenes, o pasan el SMO al no tener más remedio, o intentan comprar la "Baja de Servicio" (cosa que se logra sin excesiva dificultad) por medio de prescripción facultativa o por disposición del Comité Militar.

El rancheador castrense ha visto reducida su actividad de persecución ante los nuevos tiempos, sus perseguidos han afilado sus maneras de operar en la vida pública, y en el desinterés ciudadano y la corrupción administrativa tiene dos enemigos mortales, como también puede haber mermado el ejército de delatores que lo acompañó años atrás.

Así intentan salir a flote, desertor y persecutor, cimarrón y rancheador cubanos del siglo XXI, protagonistas todavía de un episodio de dolor y vergüenza en la historia nacional.


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