Actualizado: 01/05/2024 21:49
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Reportaje

Vigilantes y recaderos

Miles de trabajadores sociales ven desinflarse sus sueños profesionales a causa de 'misiones' políticas y económicas alejadas de su perfil.

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De todas formas, la distorsión política que ha sufrido la profesión no importa a los ideólogos más que para dar fe de lo que llaman "un triunfo" a todas luces.

El parangón lo tuvieron estos jóvenes con la serie televisiva española El verano de Raquel. En la misma, unos jóvenes imberbes, inexpertos y soñadores igualmente, se daban a la utilísima y sencilla tarea de prevenir y acompañar a aquellas personas más desprotegidas: prostitutas, extranjeros, niños, etcétera. La serie levantó expectativas, animó a algunos, pero como el programa cubano de trabajadores sociales había comenzado, lo que hizo fue abrir ojos y alertar a los más soñolientos.

Candil de la calle y oscuridad de la casa

Como reza el refrán, estos jóvenes están dados a servir hacia afuera, sin resolver sus propios problemas. El hecho de que intercambien de provincia para prestar servicios como repartir (vender) cazuelas, televisores, colchones y otros enseres, no los hace parecer más solidarios. Pero la prensa nacional ha gastado un mar de tinta en hacerlos ver como los nuevos Cristos del barrio. Varios testimonios aparecieron el año pasado en los diarios oficialistas Juventud Rebelde y Granma.

Sin embargo, una cosa es la que se induce y otra la que se cree. Maritza, señora de unos cincuenta años que los ve a estos jóvenes recrearse todos los días en el parque, opina: "Desde el principio, en que empezaron acopiando datos íntimos de la familia, como cuánto ganas, si te envían remesas y de dónde, si haces negocios o cuántos ventiladores tienes, ya me olió feo".

Y es que la distancia es grande. Entre la acción de prevenir o gestionar algo ante la despiadada maquinaria burocrática y la realidad a que se han visto volcados, como repartir los enseres que desaparecerían entre las manos del comercio minorista tradicional, hay un trecho que los hace ser vistos como la cara visible de la vigilancia de nuevo tipo.

"En dos ocasiones he tenido que pasarme varios días de custodio de almacén, al frente de la custodia, pero custodio al fin". Así es, para Carlos todo ha sido frustrante en sus deseos de colarse en la comunidad y que lo vieran como el vehículo para desentrañar la madeja del burocratismo.

A pesar de los puntos encontrados entre lo que esperaban unos y otros de su nueva profesión, hay anécdotas que les hace unir criterios. Cuando Carlos cuenta, Elena asiente entre la sorna y la sonrisa sin remedio: "Un día nos fuimos a hacer un censo de discapacitados en un barrio del campo, a unos quince ki1ómetros de aquí, y 200 metros antes de llegar, vimos cómo varios hombres y niños salían despavoridos de sus casas. Luego nos enteramos de que sacaban los productos que venden en el mercado negro".

Ella remata: "Por mucho tiempo que pase, ellos nunca van a confiar en nosotros".

Del grupo de Carlos y Elena hay algunos que vieron una brecha de luz en las misiones a Venezuela, pero han conocido por boca de los que han ido que "pagan poco, no dejan traer nada y los meses te los pasas poniendo y quitando bombillos", dice una amiga de Elena que escucha atenta la conversación de la mañana.

La frase que a manera de eslogan llevan en sus camisetas y que dice "Más humanos, más cubanos", es una película que fue de la expectativa y el clímax a la fase de caída con un ruido estrepitoso.

Al segundo curso de graduación fue que supieron de la obligación de permanecer por diez años de servicio social. Ahora sólo esperan. Unos con ansiedad y otros, sin remedio, intentan sacarle provecho a cuanta misión les asignen. Bien lo ha dicho Elena: "No me siento un muchacho de hacer mandados, como dicen por ahí; pero el que reparte y reparte, se lleva la mejor parte".


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