Actualizado: 18/04/2024 23:36
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México, Cuba, Cubanos

Apuntes para una historia de la presencia cubana en México (III)

Tres figuras capitales marcan la presencia de Cuba en México durante el siglo XIX: José María Heredia, José Martí y Pedro Santacilia

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José María Heredia y Heredia (Santiago de Cuba, 31 de diciembre de 1803-Ciudad de México, 7 de mayo de 1839) fue el pionero de los exilios políticos cubanos en México. Vivió aquí durante dos etapas, una primera siendo niño y acompañando a su padre, como alto funcionario español, y otra, procedente de Estados Unidos a donde huyó disfrazado por haberse visto involucrado en la Conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar, que fue la segunda y definitiva. De todos los países donde residió (incluida Cuba) fue en México donde pasó la mayor parte de su vida y realizó la mayor parte de su obra, de tal modo que hoy puede considerarse un individuo binacional, tanto cubano como mexicano. Su importancia está siendo crecientemente reconocida en su patria de refugio, de la cual, falseando la verdad, en algún momento hasta se declaró nativo, pero sí adoptó su ciudadanía, con la que murió.

Aunque nacido en Cuba, pasa la mayor parte de su vida en México, pues fue en este el país donde más vivió, en dos etapas: de 1819 a 1821 y de 1825 a 1839 —excepto un breve viaje a Cuba para ver por última vez a su madre— y realiza la porción más nutrida de su obra en este país. Nacido español, pues la Isla fue posesión ibera hasta 1898, Heredia llega a México por primera ocasión en 1819[1], siendo un niño de apenas 15 años, con sus progenitores —el padre, como alcaide del crimen de la Audiencia— y aquí continúa su educación (ya había estudiado en La Habana y Caracas), hasta los primeros cursos de la Universidad, cuando fallece el padre (1820), y al año siguiente deben regresar a Cuba poco antes de la insurrección independentista. Publica en esa etapa mexicana sus primeros poemas en algunos periódicos del país.

Su vínculo con México es muy estrecho: no sólo declaró en algún momento —falsamente— que nació mexicano, sino que finalmente adoptó la nacionalidad de su país de asilo, donde muere y está enterrado en algún sitio desconocido, pues al parecer sus restos se han perdido[2].

Fue un niño precoz: leía a los clásicos griegos y latinos desde muy temprana edad, tradujo al poeta Horacio a los 8 años, compone su oda “Meditación en el Teocalli de Cholula” apenas a los 16 años, poema muy celebrado por Marcelino Menéndez Pelayo, y “A mi padre, en sus días” (noviembre de 1819) y “A mi padre encanecido en la fuerza de su edad” (1820).

Durante su segunda residencia mexicana, proveniente de Estados Unidos adonde había huido perseguido por el gobierno español en Cuba, Heredia desempeñó numerosos puestos y dignidades con los cuales se reconocieron su valía y aptitudes. Volvía a México con 21 años y lleno de esperanzas y sueños para rehacer su vida. Llegó al país invitado especialmente por el presidente Guadalupe Victoria —aunque el salvoconducto personal lo recibió ya en México— y fue oficial quinto de la secretaría de Estado, dedicado a las Relaciones Exteriores (señalaba conocer cuatro idiomas para esa época); fue designado Juez en Veracruz —pero no pudo tomar posesión del puesto[3]—; juez de letras o de paz en la ciudad de Cuernavaca, entonces parte del Departamento de México, fiscal de la Audiencia de México (como lo fue su padre 15 años antes) y oidor de la Audiencia de México con sede en Toluca. También fue ministro de la Audiencia de México, diputado de la Legislatura del Estado de México, y vocal de la Suprema Junta Inspectora del Instituto Científico Literario de Toluca (hoy Universidad Autónoma del Estado de México), donde ocupó, además de la subdirección y luego la dirección, las cátedras de Literatura General y Particular, y la de Historia, para lo cual preparó el primer libro de texto de enseñanza de la Historia en el México ya independiente, traduciendo, adaptando y añadiendo algunos aportes a la obra original de Alexander Tytler, entonces muy en boga en los países de cultura anglo-norteamericana[4].

Participó en diversas instancias culturales y científicas de su época, como integrante de la primera comisión de redacción de la Revista Mexicana, y además fue miembro fundador de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia, y de la Sociedad Mexicana (hoy Benemérita) de Geografía y Estadística, todas establecidas en 1833, durante el mandato de Valentín Gómez Farías, pero de ellas, sólo continuó la última y las otras se refundaron posteriormente.

En la ciudad de Toluca publicó —1832— la segunda edición de sus Poesías (la primera fue en New York, 1825), y participó en la comisión parlamentaria[5] que presentó un Bosquejo General de Código Penal del Estado de México, que fue el primero como tal de la federación mexicana. Aunque al principio de su presencia en México fue partidario y muy cercano a Antonio López de Santa Anna, luego se alejó de él por percibir su desmedida pasión por el poder, lo cual le hizo perder muchos apoyos y beneficios. Pero llegó hasta a dormir en la entrada de la habitación del caudillo veracruzano, para protegerlo de algún atentado. También fue, obligado por las difíciles circunstancias, capitán de milicias de vecinos en Tlalpan, aunque era de constitución débil y pacífico por naturaleza.

Quizá uno de los terrenos donde Heredia legó una huella más perdurable fue en el de la prensa mexicana. Además de colaborar en importantes periódicos como El Águila Mexicana y El Federalista, El Sol, la Gaceta de México, El Indicador de la Federación y muchos otros, y dirigir alguno oficial como el Diario del Gobierno de la República Mexicana, fue editor de varios periódicos y revistas, tanto oficiales como privadas: El Iris, periódico crítico y literario (febrero de 1826 – agosto de 1826),[6]La Miscelánea, periódico crítico y literario (dos etapas: Tlalpan, septiembre de 1829–abril de 1830; Toluca, junio de 1831–junio de 1832)[7], y Minerva, periódico literario (1834)[8].

De las tres revistas, la más importante desde el punto de vista literario es la segunda, por su extensión y volumen, así como sus temas, pues incluye entre otros el importante ensayo “Sobre la novela” donde Heredia realiza importantes precisiones sobre el género, que cultivaría también, aunque sólo incidentalmente, como es su obra Jicotencal —publicada sin el nombre del autor en Filadelfia, por el impresor William Stavelly en 1826— pero que he demostrado fue obra original suya[9], según conafirman importantes críticos como José Emilio Pacheco. Resulta especialmente importante y significativa esta obra, pues es la primera novela histórica moderna hispanoamericana y de ambiente indígena prehispánico. Su aparición, además de críticas y ataques, provocó que se convocara un concurso teatral en Puebla (1828) sobre la figura del héroe tlaxcalteca Xicoténcatl El Joven, las cuales vienen a estar, paradójicamente, entre las primeras del teatro del México independiente.[10]

Fundó El Iris, la primera revista de carácter artístico y cultural del México independiente —asociado con los italianos Claudio Linati y Florencio Galli— pero se separó cautamente de la empresa, al advertir que sus socios querían tomar parte demasiado activa en la política nacional como conspiradores, y luego fundó la Revista Miscelánea, que tuvo dos etapas en este orden: primero en Tlalpan y luego en Toluca, cuando se trasladó allí la capital del Estado de México[11]. No sólo la redactó íntegramente el poeta, sino que además de distribuirla y gestionar las ventas, la emplanó y formó personalmente, aprovechando su habilidad como tipógrafo autodidacta.

Entre sus grandes amigos mexicanos se contaron Andrés Quintana Roo, Francisco de la O García y José María Tornell, entre muchos otros, aunque también tuvo enemigos poderosos e implacables, recelosos y envidiosos de su talento. Ejerció cierto ascendiente en jóvenes autores nacionales, como Ignacio Rodríguez Galván, que lo consideraba su maestro, y quien escribió su célebre “Profecía de Guatimoc” inspirado en el poema trágico “Las Sombras”, de Heredia. Aunque, ciertamente, como han señalado varios estudiosos, la influencia de Heredia en la poesía mexicana de su época no fue demasiado destacada pues después de morir se sumergió en el olvido. Por otra parte, debe señalarse que, si bien fue un poeta de aliento romántico en su adolescencia, más tarde abjuró de esa estética, y regresó a los modelos clásicos, los cuales recomendaba a los jóvenes autores que se iniciaban en las lides poéticas. Esta evolución desde juveniles sentimientos revolucionarios hacia una reflexión madura y sosegada en el arte, se extendió también a sus concepciones políticas.

Suele confundírsele en algunos sitios con su primo casi homónimo, José María de Heredia y Girard (Santiago de Cuba, 22 de noviembre de 1842–Bourdonné, Francia, 3 de octubre de 1905), quien fue uno de los principales representantes del parnasianismo francés (resultó el primer hispanoamericano en ser admitido por la Academia Francesa), autor de un célebre sonetario titulado Les Trophées con el cual se le identifica, para distinguirlo de su pariente —a quien nunca conoció personalmente— conocido como Heredia “El del Niágara”, aludiendo al célebre poema que escribió al visitar la poderosa catarata en los límites entre Canadá y Estados Unidos, allí donde se conserva actualmente en una tarja de bronce, con la traducción al inglés atribuida —erróneamente— a William Cullen Bryant, el gran poeta romántico estadunidense, aunque en realidad este sólo la revisó, pues el traductor verdadero fue Thatcher Taylor Payne.[12]

Su actividad teatral fue notable: en México estrenó varias obras —refundiciones o traducciones— y escribió durante su residencia en Tlalpan su tragedia original Los últimos romanos, la cual no pudo estrenar por considerarse que atacaba al gobierno de entonces. Además, ejerció como crítico teatral, con aciertos notables y también con algunos excesos de los que supo disculparse.

Escritor cercano al poder y considerado como persona de gran cultura, fue el autor de varios discursos presidenciales para ocasiones señaladas, y en algunas oportunidades, también recibió el honor de pronunciarlos personalmente en algunas importantes festividades patrióticas.

Heredia tuvo un gran ascendiente durante la primera etapa de su estancia mexicana, pero luego en sus últimos años fue perseguido y, en el mejor de los casos, ignorado. Al morir, enfermo y pobre, subsistía con un empleo de poca monta, alejado de las intrigas políticas y de la protección oficial. Su fallecimiento pasó casi desapercibido y apenas se publicó, semanas después, una sola nota necrológica. Sus restos, primero depositados en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y luego trasladados al Cementerio de Santa Paula, desaparecieron, al igual que los de su padre, unos años antes, enterrado en el templo jesuita de La Profesa.

Al faltar el marido, su viuda, Jacoba Yáñez, hija de Isidro Yáñez, uno de los firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, viajó a Cuba con sus hijos y murió al poco tiempo. Con ella se llevó parte de la papelería del poeta.

El patrimonio documental herediano actualmente se encuentra distribuido entre México (Biblioteca Nacional, Archivo General de la Nación, Archivo “Matías Romero” de la Secretaría de Relaciones Exteriores), Cuba (Biblioteca Nacional “José Martí”, Archivo Nacional de Cuba), varias universidades norteamericanas y algunas colecciones privadas.

Heredia utilizó varios seudónimos, como “Eidareh”, “X Boissec”, “M. /H/” y “J.M.H.” en distintas publicaciones mexicanas.

Así pues, Heredia, llamado en una época el Poeta Nacional cubano, también puede ser reclamado para el canon literario mexicano[13]. En México ejerce su mayor influencia, primero difundiendo el romanticismo y más tarde rechazándolo. Considerado por muchos críticos como el primer escritor romántico hispanoamericano, y por alguno de ellos, hasta de ser el iniciador del romanticismo en la lengua española, su vida y su obra, siguen siendo motivo de creciente interés y revaloración.

Estudiosos de ambos países se han dedicado de manera consistente, a explorar las huellas del bardo, con interés semejante, centrados fundamentalmente en las fechas alrededor de los aniversarios del poeta en 1939 y 2003.

Así pues, le asistía toda la razón a Alfonso Reyes cuando afirmó hace más de un siglo en su conferencia del Ateneo de la Juventud “El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX” (1911), al referirse a Heredia y en especial a su magno poema “En el teocalli de Cholula”:

“…si acaso no pertenece a México por su nacimiento, nos pertenece por nacionalización, cuando no también por haberse unido a nuestra patria y a nuestra historia en una de sus más altas poesías”.


[1] Muy pequeño, por la ocupación de su padre, vivió en Pensacola (Florida), en Santo Domingo y Venezuela (de donde eran originarios los Heredia). Sus padres, José Francisco de Heredia y Mieses y Mercedes de Heredia y Campuzano, eran primos. El joven Heredia prescindió de utilizar la partícula “de” indicadora de nobleza, por su talante democrático y liberal, aunque le correspondía. La familia descendía de don Pedro de Heredia que fue fundador de Caracas. No debe confundirse con su primo casi homónimo, José María de Heredia y Girard (1842 – 1905), el parnasiano autor de Los Trofeos y primer hispanoamericano en ingresar en la Academia Francesa.

[2]Vid. Alejandro González Acosta, “Los restos de José María Heredia o La paz de los sepulcros”. Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Nueva Época, Vol. VIII, Números 1 y 2, Primer y Segundo Semestres de 2003. pp. 111-136.

[3] No cumplía con los requisitos necesarios —aunque Heredia declaró lo contrario— en cuanto a la edad y ciudadanía.

[4]Lecciones de Historia Universal, Toluca, Imprenta del Estado, 1831 – 1832, 4 t. Existen otras ediciones de esta obra: José A. Rodríguez García (La Habana, Cuba Intelectual, 1915) y una facsimilar reciente (Toluca, Instituto Superior de Ciencias de la Educación, 2013). Se encuentra en preparación la primera edición crítica de esta obra, con índices y varios estudios de especialistas. La fuente original es: Alexander Fraser Tytler, Elements of General History, Ancient and Modern (1801).

[5] Integrada además por Mariano Esteva, Agustín Gómez Eguiarte y Francisco Ruano. Publicado en El Conservador, Nº 4, 22 de junio de 1831.

[6] Existe edición facsimilar: Introducción: María del Carmen Ruiz Castañeda. Índice: Luis Mario Schneider. México, UNAM – Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 2 v. cix, 136 + 223 pp.

[7] Reedición, transcripción, estudio y notas: Alejandro González Acosta. México, UNAM – Coordinación de Humanidades. Colección “Al Siglo XIX: Ida y regreso”, 2007. xvi + 488 pp.

[8] Presentación, notas e índices: María del Carmen Ruiz Castañeda. México, UNAM, Dirección General de Publicaciones, 1972. Colección Nueva Biblioteca Mexicana N° 26. xv – 83 pp.

[9]Vid. Alejandro González Acosta, El enigma de Jicotencal. México, UNAM – Instituto de Investigaciones Bibliográficas – Gobierno del Estado de Tlaxcala, 1997.

[10]Tres obras teatrales sobre Xicoténcatl “El Joven”: el Concurso de Puebla (1828). Edición, transcripción, prólogo y notas: Alejandro González Acosta. México, UNAM – Coordinación de Humanidades, Colección Al Siglo XIX. Ida y regreso. 2016.

[11] La primera sede fue en Texcoco (Tezcuco), donde se expidió la Constitución del Estado, el 14 de febrero de 1827.

[12] El punto no es baladí, pues se trata de lo que se considera como el comienzo de las relaciones culturales entre Estados Unidos y América Latina. El profesor Héctor H. Orjuela dedicó un profundo y persuasivo estudio al tema para finalmente esclarecerlo: “Revalorización de una vieja polémica literaria: William Cullen Bryant y la Oda ‘Niágara’ de José María Heredia” (1964).

[13] Así lo ha recordado recientemente Iván A. Schulman en su artículo “Cubanos en México: ‘dos mexicanos más’” (Literatura Mexicana XXI, 1, 2010).