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Cine, Argentina, Borges, Arte 7

Argentina, Borges y 1985

En ese preferir el juicio al mito se apoya la película de Santiago Mitre, que este año compite por el Oscar al filme extranjero

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Desde Z (1969), de Costa-Gavras —estoy buscando fijar un momento relacionado con la realidad política de nuestra época, en cuanto a trama cinematográfica puede escogerse una fecha más lejana— la presencia de un juez, policía o funcionario legal que desenmascare, condene o limite la violencia o villanía política, motivado por la justicia, la moral o incluso el honor en una acción que trasciende las afinidades ideológicas, siempre ha sido una excelente reafirmación de la civilización contra la barbarie, fuente de satisfacción y hasta de alivio personal.

Si ello se logra con una película realizada con meticulosidad, y que logre captar al espectador más allá —o a consecuencia— de un manejo convencional tanto del lenguaje empleado como de los socorridos recursos —el toque de humor disperso por la narración, los detalles familiares sin exageración, pero sin abandono, el background histórico limitado a lo esencial— las posibilidades de éxito son casi seguras.

Argentina, 1985 (2022), la película dirigida por Santiago Mitre y distribuida por Amazon, que es también su principal productora, cumple todos los requisitos y solo tiene en su contra —para una audiencia estadounidense— lo específico del tema latinoamericano.

A su favor cuenta con el atractivo que en los momentos actuales —en especial para las elites políticas y culturales— brinda el resumir en formato de espectáculo el enfrentamiento entre violencia y legalidad; la lucha contra el irracionalismo político e ideológico mediante el empleo de los mecanismos que brindan las instituciones democráticas.

En ese preferir el juicio al mito se apoya la película. Tiene a su favor que lo que narra son hechos reales, y lo hace con fidelidad al detalle hasta en los decorados más simples; cuenta para ello con la facilidad de que todo fue documentado gráficamente en su momento y ahora solo basta reproducirlo o recrearlo. Por instantes las imágenes logran fundir esa realidad y recreación en un escenario único.

Pese a ello, y por preferencias personales, el tema y la trama me parecen más adecuados para el documental, y que incluso ese formato hubiera permitido mayor creatividad que la recreación simple.

El filme se fundamenta en un héroe renuente, Julio César Strassera, quien fuera nombrado fiscal durante los años de la dictadura militar, a los que sobrevive con su honor más o menos a salvo. Es él quien tiene a su cargo el “juicio de las juntas” —celebrado en 1985 a los miembros del extinto gobierno militar— y lo que logra, al redimirlo en parte, lo aleja además de una vida tranquila que jamás recuperará por completo; también lo enfrenta a una realidad a la que quizá se estuvo preparando siempre: la de lograr con tesón y sin complacencia lo que a otros le impedía alcanzar la doblez y el medio; aunque se debe agregar que en su labor siempre contó con el apoyo de la presidencia de la república.

Hay un dato curioso —y completamente accesorio al juicio, pero no a la realidad del país— que Argentina, 1985 deja fuera. Es uno de esos detalles en que me parece un documental —al menos un documental no tan anodino como un noticiero— habría mencionado, pero que no caben en un producto tan convencional.

Aunque sin mencionarlo por nombre y apellido, la película recrea una parte del testimonio del obrero gráfico Víctor Basterra, secuestrado con su esposa y su hija el 10 de agosto de 1979 y llevado a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde toda la familia fue torturada.

Basterra pudo sacar, clandestinamente, fotos de los secuestrados y de los represores. Liberado, el hostigamiento de los marinos siguió hasta agosto de 1984.

Su testimonio fue el más extenso del proceso y al mismo asistió un día otro argentino tranquilo: Jorge Luis Borges.

Borges había aplaudido el golpe de 1976 y almorzado con Jorge Rafael Videla el 19 de mayo de 1976 en la Casa Rosada (no fue el único, Ernesto Sábato también estaba), también se había dejado condecorar por Augusto Pinochet (y al parecer con la condecoración perdió el Nobel). Pero para 1985 Borges había cambiado de opinión sobre la dictadura militar. Lo que escuchó aquella tarde en el juicio lo llevó a escribir un texto singular dentro de su obra, que vale la pena citar en extenso:

“He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz”.

La nota de Borges, fechada el 22 de julio de 1985, fue divulgada por la agencia EFE y apareció en el diario español El País y en otros medios de prensa.

“De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de sí mismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal”, escribe Borges.

Más adelante se refiere a una curiosa observación: el hecho de que “los militares, que abolieron el código civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores”.

A la salida del tribunal, Borges dijo a la prensa: “Convendría que cada persona asista a este juicio al menos una vez. Es necesario. Pero debo confesar que no pienso volver porque quedé muy impresionado”.


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