Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Arquitectura

Arqueologías de La Habana

Más que un prólogo para el libro La Habana desaparecida, de Francisco Bedoya, este es un ensayo sobre las ruinas de la ciudad, sobre la ciudad que fue, pero también sobre la ciudad que bullía en la imaginación de los jóvenes arquitectos.

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A veces, sin embargo, su lúcida ironía sucumbía ante el empuje de la más común nostalgia. «Yo firmaría por estar como en aquellos años», solía decir, cuando rememorábamos nuestros proyectos de la década de los 80. Nunca lo contradije, aunque sabía que su añoranza era de un tiempo al que se había cancelado la posibilidad de regresar. El espacio, por lo demás, era casi tan irrecuperable como ese tiempo, y no sé si llegó a sospechar que podía ser aun más dolorosa la comprobación de que el lugar al que pensaba pertenecer ya no existía; aunque creo que, al menos, lo intuyó. A ello atribuyo que interrumpiera su proyecto de La Habana desaparecida. No es que renunciara a él, pero tampoco lo prolongó. En 1997, el mismo año que dibujaba sus artefactos migratorios, comenzó en Madrid otro proyecto para dibujar la ciudad que tituló La Habana arqueológica. Entre ambos proyectos discurre la representación gráfica de un proceso de extrañamiento, de un aprendizaje para «hacerse extranjero». No sólo en el espacio del exilio, sino en el espacio del origen.

Si los dibujos de edificios demolidos o transformados de Madrid representan, de alguna manera, su descubrimiento de «lo otro», en relación con La Habana desaparecida, los dibujos que hizo de La Habana en Madrid representan la lejanía, el desplazamiento del punto de vista, que se traduce literalmente en el cambio de enfoque. En un doble movimiento, la mirada se despliega y contrae, como un telescopio. Primero, se aleja hasta sobrevolar esos edificios puntuales que parecen «flotar» sobre el terreno, más o menos aislados de su entorno, para descubrir la estructura que los soporta y enlaza, y relacionarlos a escala urbana. Luego, se abstrae de los rotundos volúmenes que se constituyen sobre la superficie para escrutar las huellas fugaces que han dejado debajo. Este doble movimiento de la mirada procura rentabilizar, por un lado, las investigaciones para La Habana desaparecida, pero, sobre todo, pretende asimilar el caudal de información que adquirió, de primera mano, en los archivos españoles.

No se encuentran entre los pliegos de La Habana arqueológica láminas iluminadas, de ingenuo romanticismo, o recreaciones audaces. Las ilustraciones se convierten en mapas. La densidad del dibujo se diluye hasta constituir sólo trazos, marcas en el papel. Huellas cada vez más tenues de lo que ha desaparecido, como si, incluso durante el acto de dibujar, fuera esfumándose el recuerdo o la presencia de esos edificios. Sin embargo, al contemplar esos planos obsesivos, que se evaporan gradualmente, más que en las ruinas se piensa en una especie de misterio, o en lo que bien podría llegar a ser una revelación.

Mientras tanto, el dibujo se vuelve lineal, escueto, exacto. Apenas se permite Francisco Bedoya el uso de dos o tres colores de tinta para distinguir los diferentes estratos de su peculiar excavación arqueológica. Los propios planos, en su acumulación, representan esos estratos. Sólo del Castillo de La Fuerza llegó a dibujar treinta planos, uno encima del otro, como si en el castillo residiera la esencia de la ciudad. Una idea que, por lo demás, compartía con José Lezama Lima, para quien el Castillo de La Fuerza seguía siendo «el centro de imantación de La Habana». Creo que esta proliferación de estratos, esta superposición de datos, esta sobreabundancia de información fue, en definitiva, una manera de conjurar tanto la nostalgia como el miedo a sentirse extraño en su propia ciudad. Ya no se trataba de recrear o reinventar una ciudad desaparecida, sino de reconstruirla de manera matemática, me atrevería a decir. Esta intención cambió sus métodos y su manera de dibujar La Habana.

No hay «economía» en la técnica utilizada para dibujar La Habana desaparecida. Las distintas capas de tinta y pastel se superponen para crear la estructura del dibujo, que parece ser capaz de prescindir del frágil soporte que le ofrece el papel. Sin embargo, ya entonces el gesto de raspar el dibujo, en cierto modo, de borrar, de suprimir, era una manera de eliminar capas, de excavar, que anunciaba la técnica utilizada en los dibujos de La Habana arqueológica. Aquí se pretende dibujar, con la mayor economía de medios, la mayor cantidad posible de información. El dibujo parece estar a punto de desvanecerse sobre el sólido soporte que le ofrece un papel de gran densidad. El gesto de recuperar, recrear, reinventar, representación de la inocencia y el entusiasmo en La Habana desaparecida, frente al gesto de excavar, buscar, investigar, el rigor desprovisto de sentimentalismo en La Habana arqueológica. El volumen, representado por los densos dibujos de La Habana desaparecida, frente a la huella, representada por los tenues dibujos de La Habana arqueológica. La suma y la resta. El relieve frente al hueco. La sombra sobre el muro.

Precisamente en el muro, ante mis ojos, puedo contemplar una lámina muy querida para mí. Francisco Bedoya la dibujó en 1999, con el fin de que figurara como portada de mi libro Invención de La Habana. Ignoro por qué razón los editores prefirieron utilizar, tanto para la portada como para las viñetas interiores, láminas de la serie de La Habana desaparecida, aunque admito que la asociación entre los dos proyectos no sólo me parece muy apropiada, sino que me honra. Pero el que está sobre el muro es un dibujo especial. Pienso que ilustra el tránsito entre La Habana desaparecida y La Habana arqueológica.

El dibujo se «lee» de derecha a izquierda, porque estaba pensado para que abarcara la portada y la contraportada. Representa un edificio de La Habana, ninguno en particular. Podría haber sido construido desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX, tal es su grado de abstracción. El comienzo del edificio, es decir, la parte que correspondería a la portada, está dibujado con gran detalle, pero a medida que se avanza hacia la izquierda, los elementos arquitectónicos se van diluyendo, perdiendo intensidad y definición, hasta que se convierten en simples figuras geométricas, esbozos cada vez más sutiles, y luego, nada. Como una gota de tinta en el agua. O como La Habana ya para siempre desaparecida: huellas en fuga, memoria escamoteada, arqueologías de La Habana.

Por fortuna, ese no parece que será el melancólico desenlace del «viaje a la semilla» de Francisco Bedoya. Finalmente, un fragmento importante de su monumental empeño será publicado en condiciones dignas, gracias al patrocinio de la Oficina que dirige el Historiador de la Ciudad quien, felizmente en este caso, al menos para La Habana, también está «por todas partes». Con él tuve ocasión de recorrer los edificios más importantes que se están restaurando o reconstruyendo en el núcleo antiguo de la ciudad. Muchos de ellos fueron dibujados hace veinte años por Francisco Bedoya, y pienso que, además del libro, esta recuperación representa, en cierto modo, una materialización de su obra. Qué hubiera pensado sobre esto sólo podemos imaginarlo. En todo caso, sirva como homenaje a su memoria y a la ciudad que tanto amó.

Las ilustraciones que se incluyen en este libro pertenecen, fundamentalmente, al proyecto de La Habana desaparecida, como el propio título indica. Sólo se han incluido algunos dibujos de transición hacia La Habana arqueológica. He tenido que recuperar, revisar y reelaborar los textos que acompañan los dibujos, pero debo advertir que algunas de las fichas se han quedado anacrónicas, en particular, por lo que se refiere a la situación actual de los edificios, que ha cambiado debido a la mencionada labor que realiza la Oficina del Historiador de la Ciudad. No obstante, he preferido abstenerme de actualizarlas. Primero, por una razón muy sencilla: no he estado al tanto del día a día de esos trabajos. Pero hay una razón aun más importante: estos textos, tal y como fueron concebidos, y en el punto cronológico en que se detienen, representan un momento en el que todo parecía posible y, sin embargo, ya se intuía la nostalgia por el futuro. Francisco Bedoya tuvo ocasión también de experimentar la nostalgia del pasado, de un tiempo ido que ya no podría recuperar. Pero el espacio, la ciudad, en definitiva, La Habana, de alguna manera siempre le pertenecerá.

(Estas páginas fueron escritas en Madrid, en el otoño de 2004, a manera de prólogo para el libro La Habana desaparecida, de Francisco Bedoya. La edición recién publicada en La Habana, a inicios de 2009, por la Editorial Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, prescindió de ellas).


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