Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Artes Plásticas

Autocrítica de arte

La creación artística continúa amurallada como una secta dentro de sus propios confines, abonada a un monólogo paranoico.

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Puede que las últimas polémicas describan un match subrepticio entre la literatura y el arte en una época límite para ambos. Con el ardid añadido, en el mejor estilo sartreano, de colocar el infierno en el lado ajeno.

Una vez situados en el otro lado del problema, sería sin embargo un pobre consuelo para el circuito del arte girar el rostro ante las críticas que le llueven, extasiarse exclusivamente en el lado donde caen los aplausos, o aducir, in extremis, que el problema es siempre de los demás, "que no nos entienden". Muy mal le irá al arte de estos tiempos si continúa amurallado como una secta dentro de sus propios confines, abonado a un monólogo paranoico que, al final, se solaza casi exclusivamente en dictaminar sobre los otros pero callar acerca de sí mismo.

Es cada vez más imperceptible la tensión en el pulso creativo de un arte en el que los artistas aparecen como actores secundarios, donde menudean teóricos ágrafos, y en el que existen estrellas rutilantes que han construido sus carreras con estos tres conceptos: "las identidades son porosas", "las fronteras son permeables", "el arte contemporáneo no se puede explicar como hasta ahora". Desde luego que esta es una triada tan innegable que resulta difícil de rebatir, pero al mismo tiempo es tan obvia que resulta aun más difícil que consiga estimularnos. Es imposible conseguir alicientes en ese tránsito que va del arquetipo al estereotipo, de la tragedia a la farsa, de lo utópico a lo tópico.

Más que una defensa numantina de las críticas externas, valdría la pena afrontar uno de los actos más perentorios, sino el que más, que ha de abordar eso que seguimos llamando arte contemporáneo. Para empezar, tal vez convendría dinamitar su autodefinición como contemporáneo. Es muy cuestionable ese concepto perezoso que parece nacido de la problemática combinación entre dos eternidades falsas. Por una parte, se percibe en él la definición leninista de historia contemporánea (ese infinito anunciado por el arribo del comunismo). Por la otra, se hace visible también aquel fin de la historia de Francis Fukuyama (el otro infinito abierto por la caída de ese propio comunismo).

No se trata, aquí, a la autocrítica como un acto de arrepentimiento asambleario ("hemos sido malos, pero prometemos enmendarnos"). Tampoco como un protocolo beato de contrición y flagelo, látigo y silicio. No. De lo que podría tratar semejante ejercicio es de reivindicar una tradición tan fértil como propia, ejercida desde el arte como primer paso para la expansión intelectual de sus contenidos visuales, sensoriales y conceptuales.

De Hegel a Giorgio Agamben, y esto es sólo un camino entre otros, esa autocrítica puede rastrearse. Desde la Estética, que descubre el horizonte artístico en un punto siempre crítico, "vago e indeterminado", hasta El hombre sin contenido, que explora la trascendencia del propio arte en su viaje, sin pasaje de vuelta, hasta "más allá de sí mismo". En esa cuerda largamente trenzada hay una historia que reta al saber sobre el arte a partir de explicarlo en sus límites, en esa zona de inquietud que sólo tiene lugar gracias a su propio malestar, a su ubicación en un campo minado.

En otros tiempos, no necesariamente más claros, a Roger Callois le gustaba hablar de Picasso como "el gran liquidador del arte". El problema es que, como se ha ocupado de reiterar Arthur Danto, la creación artística ha continuado. Y resulta que en tiempos posteriores a Picasso sigue habiendo arte, como hemos tenido revolución después de Lenin, poesía más allá de Auschwitz, o comunistas tras la caída del Muro de Berlín.

Esa es una diferencia fundamental de esta época. En otros tiempos, la crítica de arte se refería enfáticamente a la relación de este con la vida. La autocrítica de arte, sin embargo, quizá no sea otra cosa que la sabiduría acerca de su supervivencia. Y la difícil exploración en esa magnitud del arte cifrada por el hecho, extrañísimo, de continuar vivo después de haberse decretado tan rotundamente su muerte.

* Publicado en el suplemento literario Babelia del diario español El País .


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