Bufón del estilo
Si 'Borat' inauguró un nuevo frente en las contiendas culturales, 'Brüno' emerge como una invasión inglesa armada de metatrancas.
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Hay un momento de inversión de valores, que ocurre en la escena final de Brüno, y que es digno de atención: el cantante irlandés Bono toma parte en la campaña humanitaria "Paloma de la Paz", presta su voz a la causa, y se une al coro de la trova.
Pero, ya sea por efecto del cine o porque realmente el director Larry Charles detesta a los hipócritas, sucede que Bono luce obligado a aceptar el papel del charlatán, forzado a asumirse, a tomar distancia de su yo ficticio y a destaparse como un personaje de farsa.
Cuando Elton John y Sting se le unen, tenemos el trío de Tartufos, o los tres tenores de la política bufa, y entonces Brüno alcanza su apoteosis, como si la película hubiese sido concebida para empezar por el final, por esta desastrosa iluminación, como si todos los excesos y mentiras de una cultura enferma pudieran resumirse en estos tres farsantes, en estos tres gloriosos bastardos.
Supremos egoístas disfrazados de Madres Teresas, personajes terribles capaces de las peores bajezas, elevados a la categoría de santos súbitos por una falsa conciencia creada en los estudios. Que las virtudes cardinales hayan venido a asentarse en el vacío, que la compasión, el altruismo y la bondad encarnen en tres cerditos de cancionero, da la nota de nuestra decadencia.
No hay gafas de Dolce & Gabana que puedan polarizar el brillo malévolo en el espejo de estas almas; no hay Versace que pueda cubrir el casco y la mala idea. Los tres Tartufos están mortalmente cansados, hartos de representar sus papeles; el desgaste es tangible, el tedio vital de Occidente está aquí a flor de piel.
Es imposible congraciarse con la tralla y mentirle a las masas, repetir que todo está bien, que venimos en son de paz, que We are the World, y codearse con Kofi Annan, con los Clinton, con Lady Diana, estar disponibles para la paz y para la recholata, para la moda y para los enfermos, para la concordia y para el amor, sin llegar a sentir asco de uno mismo.
El santón, que como un golem saltó de la redoma de la industria del entretenimiento, es el producto más refinado de la Sociedad del Espectáculo, y representa un momento de crisis profunda, de vía crucis. Es justo que Brüno lo deje para el final, pues —más que un carro bomba en el centro de Kabul—, el santón anuncia el fin de los tiempos.
Sólo faltaba el rapero que reclama vínculos con el gueto desde su palacio de Bel Air, y Snoop Doggy Dog aparece a última hora como el negrón inofensivo que cultiva cannabis en el terreno fértil de lo tribal afroamericano. El coro de la paz está completo.
'El austríaco más famoso desde Hitler'
En su más reciente avatar, el actor inglés Sacha Baron Cohen es Brüno, un "übermodelo" austríaco que conduce el programa Funkyzeit para el Canal de la Juventud.
Hace su aparición vestido de velcro, en un desfile de la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada, antes de caer enredado en una bola de lycra, dando traspiés por la pasarela. Bajo ese signo comienza su segunda venida, y cuesta abajo es la rodada que lo llevará al vertedero donde se lavan los trapos sucios: la haute couture tampoco es inmune a los caprichos de la baja cultura, y muy pronto el árbitro de la elegancia se verá metido entre las patas de la chusma.
No hay necesidad de elaborar una teoría de Brüno, porque Brüno es, en sí mismo, pura teoría. El contenido sociológico de las películas de Larry Charles (Borat, Masked and Anonymous), y la extraordinaria habilidad de Sacha Baron Cohen para producir sentido, exceden con creces los límites de una reseña. Si Borat se anunció como "cultural learnings" e inauguró un nuevo frente en las contiendas culturales, Brüno emerge como una invasión inglesa armada de metatrancas.
Brüno, "el austríaco más famoso desde Adolfo Hitler", resume en la persona de Sacha Baron todas las nociones erróneas y todas las zonas erógenas: es gay, judío, filántropo, exhibicionista y fashionista.
El director Larry Charles vuelve a formar del polvo europeo una criatura de los últimos tiempos, un golem que se les escapó a los estudios de cine. Y la reacción del populacho, al entrar en contacto con este grandulón que va por el mundo haciendo estragos, es reducirlo a cenizas, cazarlo y devolverlo a esa tierra bombardeada, a la Europa consabida y clausurada, la de los nazis con acento bávaro y las valquirias de celuloide.
Las escenas más desternillantes de Brüno son precisamente las más turbadoras. Un rabino homofóbico corre detrás del pájaro —que circula por Jerusalén luciendo un modelito hasídico no apto para la sinagoga—, y en ese momento entendemos que, si lo agarra, sería capaz de estrangularlo.
El tema de la moda (Borat was so 2006, reza su consigna publicitaria) es el pretexto que le permite al cómico abordar la caducidad de las caracterizaciones históricas, y en tal sentido, también Hitler resulta very 1939.
Iconografía de la pose
Hay que ver a Ayman Abu Aita, de las Brigadas de Mártires Al-Aqsa, comparando en pantalla las virtudes del hummus… ¡y de Hammas!, o a esa madre americana dispuesta a que el hijo de cinco años lleve a un judío hasta la boca del horno ("Efectivamente, mi niño maneja muy bien la carretillita"), ¡todo por quince minutos de Funkyzeit! La televisión bárbara (que no bávara) ha hecho celebridades de los transformistas, travestís de los terroristas, y en esa zona gris, Bárbara Manson es Marilyn Walters.
Así Brüno, el típico "eurobasura", llega a USA, acompañado de Lutz, su fiel secretario y esclavo. Si Brüno es un Cándido que busca fama y fortuna en "el mejor de los mundos posibles", Lutz es una Cunegunda S&M que por amor al arte, morderá el hisopo y limpiará inodoros con la boca. Por el camino de la contracultura, Occidente tomó un atajo que conduce a Sodoma y Gomorra.
Dolor y placer sadomasoquistas son lo que produce una bicicleta estacionaria condenada a un émbolo provisto de verga esponjosa que un diminuto tailandés llamado Diesel pedalea en el culo del fashionista. "Por un lado" —escribe Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo—, "la estructura corporativa exige que el individuo trabaje duro y postergue el placer (…) mientras que, por el otro, la misma estructura promueve el éxtasis instantáneo, el relajo y la inconciencia: uno debe ser straight por el día y swinger por la noche".
Si los "swing voters" de las últimas elecciones presidenciales hubiesen podido ver al Ron Paul que Brüno descubre en un desolado hábitat de Holiday Inn, habría sido inconcebible el culto del anciano estadista.
Oscar Wilde, el precursor de Brüno, fue el primero en notar "la existencia de esa clase de personas cuya única profesión es posar", y enseguida admitía que "los ingleses estaban más interesados en el barbarismo americano que en la civilización americana".
Sacha Baron Cohen compendia la iconografía del poseur, desde el doctor Strangelove de Peter Sellers hasta el Dieter de Mike Myers, pasando por el Ziggy en hot pants que Isaye Miyake creó para el primer Bowie. El estilo es el hombre, dijo Buffon, pero a Brüno no le queda otra que ser el bufón del estilo.
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