Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Teatro

“Calígula”: una radiografía del poder

Calígula es una soberbia y eficaz radiografía del poder hoy mismo, una disección sobre el cuerpo vivo de la política y el deseo

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Teatro El Público, la compañía habanera que dirige desde hace ya más de 20 años Carlos Díaz, está presentando en Miami la nueva producción de uno de sus grandes éxitos.

Calígula, la célebre pieza escrita por Albert Camus que tuviera una puesta memorable bajo la mano de Francisco Morín en esa misma capital, ha retornado a la memoria viva de esta agrupación, famosa por su abordaje irreverente de los clásicos y los contemporáneos, experta en activar núcleos de complicidad entre los espectadores, los intérpretes y todos los elementos de la puesta en escena para invitarnos a una lectura nunca superficial de los más auténticos secretos de cada obra.

La agrupación cubana regresa a Miami para mostrarnos el otro lado del espejo de Calígula: un emperador que desea poseer la luna, y que al comprender que tal gozo le será negado, convierte su imperio en un paisaje donde el horror será la única ley posible. Imagen doble de tantos tiranos, gobernantes y dirigentes, el Calígula de Teatro El Público respeta la letra del original, y es en las manos sabias de su director que gana otra dimensión, una calidad hiriente que lo contemporaniza, a muchos años ya de que Teatro Prometeo anunciara a Adolfo de Luis, Adela Escartín y Eduardo Moure en los roles titulares de una obra que sorprendió a aquella Habana de 1955.

Los ecos existencialistas de la obra convierten a Roma en una especie de retablo donde Calígula manipula los destinos como un titiritero cruel. El mismo, en este espectáculo, puede ser una marioneta, una fuerza dominada por su delirio y dominante de los delirios que niega a sus súbditos. Firmada en 1938 pero estrenada solo en 1945, contó entre sus actores a un novel Gérard Philippe. Francisco Morín quedó seducido por su juego brillante de ideas, por el trazo sicológico de los personajes, y la eligió como parte de su temporada una década después, logrando un elogio casi unánime.

Prometeo, grupo dedicado fervorosamente al teatro de arte, demostró que obras complejas, de reto indudable para el director y el auditorio, podían ser representadas en esa Habana que se quiso cada vez más cosmopolita, y en la cual podían encontrarse los títulos más relevantes de las carteleras de Broadway o París como apuesta por escenarios menos complacientes o de un acento más moderno. En el tiempo de las salitas habaneras, y en los comienzos de la práctica de la función diaria que desató en 1954 un exitoso montaje de La ramera respetuosa, aquel Calígula lanzaba su grito final para decirnos que las tablas podían advertirnos de los límites tremendos del poder, con un dejo trágico que halló en los principales actores del elenco una comprensión memorable.

A la vuelta de una estancia en Ecuador, Carlos Díaz elige esta obra para dar seguimiento a la trayectoria siempre polémica e interesante de Teatro El Público. Tennessee Williams, Robert Anderson, Jean Genet, Lorca y Virgilio Piñera eran autores ya releídos por este grupo, en una cuerda que unificaba desmesura tropical y gesto de tributo hacia la memoria hollywoodense y teatral de todos los tiempos, pachanga y carnaval con lirismo y desnudos, travestismo y androginia, en pos de un teatro cubano menos previsible y más demandante. El montaje, dedicado a la memoria de Adolfo de Luis, se estrenó en el Cine Teatro Trianón, ya cuartel de mando de la compañía, y en aquel ambiente aún agreste de una sala cinematográfica que a golpes de empeño e imaginación se iba convirtiendo en recinto escénico, pudo verse un Calígula protagonizado por Roberto Bertrand, al que acompañaban excelentemente Mónica Guffanti, Broselianda Hernández, Déxter Cápiro, Carlos Miguel Caballero, Leticia Martín y Yeyé Báez, entre otros.

El director despojó al montaje de los manierismos visuales que lo caracterizaron hasta ese entonces, y supo extraer de una sobriedad de tonos y matices muy concisos un grado de nuevo interés para su carrera. Desde el inicio, con la entrada de público acompañada de música circense y los patricios atormentados por la figura del Calígula niño, deslumbraban los telones reciclados de la Trilogía de Teatro Norteamericano, punto de arranque de esta compañía en 1990, pintados por la excelente mano de Consuelo Castañeda. Referencias al cabaret cubano mediante una línea de luces incandescentes, al propio mito de la puesta de Morín, junto a todo lo que Carlos Díaz encontró en el texto como potencial de provocaciones estéticas, morales y políticas, hicieron de Calígula un momento relevante de su devenir, ganador del Premio Villanueva a los mejores espectáculos del año, según el consenso de la crítica especializada.

La sabrosa pluralidad de lecturas, los modos en que el director supo replantear la manera en que esta pieza había sido comprendida en Cuba hasta ese momento, hicieron decir en La Gaceta de Cuba a Vivian Martínez Tabares: “Calígula puede ser muchas cosas. (…) Puede leerse también como una amarga reflexión en torno a angustias humanas —y existenciales— de este fin de siglo, en el que valiosos conceptos reformulan su significado o reaparecen viejas miserias, o como una burla mordaz a conductas socializadas y estereotipos de la práctica social que la dinámica de la representación evidencia desgastadas, como el ritual de peregrinación ante el cuerpo dormido (¿o simbólicamente muerto?) del emperador ‘adorado’ por todos, o el acto fetichista de guardar en un cristal las botas blancas o impolutas de las que nace su apodo. (…) Y no sería falso tampoco aventurar que es un comentario vernáculo, a modo de sondeo subrepticio, que cuenta con la complicidad del público, cuando se nombran impuestos y carencias absolutamente fieles al texto y al contexto del imperio romano pero coincidentes en su semántica con el relato de la nueva realidad económica de la sociedad cubana actual, en el acelerado reajuste en su lucha por la sobrevivencia.”

La puesta viajó a España y Brasil. El rol titular fue además interpretado por actores tan destacados como Fernando Hechavarría y Héctor Noas. A petición del festival que produce en Miami FUNDarte, el Out in the Tropics, Carlos Díaz ha retomado la puesta con un elenco que incluye a veteranos y rostros más jóvenes, reencontrándose con una pieza que, tal y como ha demostrado en el intenso proceso de ensayos, no ha perdido actualidad alguna. Calígula es una soberbia y eficaz radiografía del poder hoy mismo, una disección sobre el cuerpo vivo de la política y el deseo, y la estética de Carlos Díaz, pródiga en detalles que homoerotizan la lectura de varios códigos, sigue fiel a la manera en que Camus nos puso ante un emperador caprichoso, infantil, agitado y temible: una víctima de su propio poderío, como tantos que se creen invulnerables o inamovibles.

El montaje estará a la vista en el Colony Theater de Miami entre los días 14 y 16 de junio. Fernando Hechavarría, aplaudido en ese mismo teatro por su descollante trabajo con este director en Las amargas lágrimas de Petra von Kant, es otra vez Caligula y de seguro otra vez seducirá al respetable con su delicada caracterización, plena de contrastes sicológicos. Broselianda Hernández, quien interpretaba al joven Escipión, también vuelve a este rol con la voz, la fuerza interpretativa y las armas de quien es hoy una actriz imprescindible en el panorama cultural cubano. Ismercy Salomón es Cesonia, la amante oficial del emperador. Carlos Caballero, Yanier Palmero, Osvaldo Doimeadiós, Yeyé Báez, Carlos Riverón, Javier Fano y Yerandi Basart, se anuncian en este regreso a Calígula. Una puesta donde todos anhelamos tener la luna, pero en la cual solo uno de nosotros: el Calígula que tal vez llevamos dentro, podrá alzarse con un trofeo tan prodigioso.


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