Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Pintura

Carlos Enríquez y su Romancero Criollo

Este libro nos entrega a un Carlos Enríquez de cuerpo completo, que nació en una cuna de privilegio y murió convertido en un rebelde marginado

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En los últimos meses fueron publicados dos importantes libros de artes visuales con temática cubana y cubano-americana. El autor de ambos es Juan A. Martínez, profesor de historia de arte en Florida International University (FIU) y, sin duda alguna, la figura más importante que escribe sobre arte cubano en el idioma inglés. Autor de Cuban Art and National Identity. The Vanguardia Painters 1927-1950 (University Press of Florida, 1994) y de ensayos y artículos sobre el arte moderno y contemporáneo de la Isla y del exilio, su obra posee rigor investigativo, análisis crítico y una prosa clara y directa. Todos estos elementos están presentes a plenitud en Carlos Enríquez. The Painter of Cuban Ballads (Cernuda Arte, 2010) y en María Brito (Revisioning Art History SERIES, Vol. 4, 2009, UCLA Chicano Studies Center Press).

En esta breve nota me limitaré en reseñar la monografía sobre Enríquez. La tradición de monografías publicadas sobre nuestros artistas plásticos ha sido bastante pobre y limitada. Sólo un pintor con un mercado mundial y presencia en un movimiento internacional (surrealismo) como Wifredo Lam (1902-1982) ha sido el tema de varios excelentes catálogos, libros y monografías. Carlos Enríquez (1900-1957), uno de los pintores más originales de Cuba y Latinoamérica, ha sido víctima de esta pobre tradición hasta este año. En los años 80 el hoy extinto Museo Cubano de Arte y Cultura en Miami presentó una modesta retrospectiva con un pequeño catálogo (con un caótico ensayo por Carlos M. Luis); en 1996 Juan Sánchez publicó su ensayo monográfico Vida de Carlos Enríquez (Letras Cubanas, La Habana) que, a pesar de contener datos importantes y cierta estructura narrativa, termina siendo un trabajo manco debido a su falta de análisis pictórico. Juan A. Martínez, en su monografía de 318 páginas nos recupera al hombre y artista de carne y hueso, sin caer en anecdotarios sentimentales o extravagantes; éste es el libro de un historiador de arte que escribe con las obras de arte en primer plano. El libro es el producto de 10 años de constante y seria investigación por parte de su autor y de varias décadas de compromiso con el arte cubano por parte de los editores (Cernuda Arte)

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Portada de Carlos Enríquez. The Painter of Cuban Ballads de Juan A. MartínezFoto

Portada de Carlos Enríquez. The Painter of Cuban Ballads de Juan A. Martínez.

Carlos Enríquez.The Painter of Cuban Ballads contiene doce capítulos, una gran cantidad de ilustraciones (las pinturas todas a color), una cronología, un adenda con cinco cartas, un artículo y un credo artístico, una bibliografía y notas de referencia. Desde el primero capítulo, titulado Who Was Carlos Enríquez?, que analiza la compleja personalidad del sujeto, y nos lo enmarca en su contexto personal y social para poder entender mejor la relación entre el hombre y su arte; hasta el último que, por primera vez, lidia con el “estilo tardío” del pintor, Martínez nos provee con un texto de gran rigor intelectual y profundidad investigativa. A través de los doce capítulos nos enteramos de sus orígenes familiares, de su formación y desarrollo artístico, de la originalidad estilística e iconográfica de su arte, y de su contribución a la visualidad de la modernidad en Cuba, Latinoamérica y el mundo. Juan A. Martínez nos entrega un Carlos Enríquez de cuerpo completo, que nació en una cuna de privilegio (su padre era el médico del presidente Gerardo Machado) en Zulueta, Las Villas, y murió un rebelde marginado en su casa “El hurón azul” en las afueras de La Habana. Tuvo tres compañeras durante su vida con las que contrajo matrimonio; la pintora Alice Neel, la francesa Eva Fréjaville y la haitiana Germaine Lahens. A Neel (la madre de sus dos hijas) la abandonó en Nueva York, mientras que Fréjaville y Lahens lo abandonaron a él. Enríquez, como su amigo y contemporáneo Fidelio Ponce (1892-1949), fue alcohólico. A diferencia de Ponce, fue un pintor politizado que criticaba el subdesarrollo socio-económico de la Isla y despreciaba a la clase privilegiada de la que provenía. Después de vivir en Nueva York y viajar por Europa (donde lo afectó la obra de El Greco, el futurismo italiano, y el DADA y surrealismo francés), Enríquez regresó a Cuba a finales de 1933, y fue a partir de entonces que desarrolló uno de los estilos más originales de su tiempo. Este estilo consistió de un dibujo elegante y agitado, colores virulentamente sensuales y una temática nacional pero no costumbrista. Sus temas fueron el paisaje, el hombre y las hembras, los animales, el retrato y el desnudo (siempre femenino), la alegoría (casi siempre mítica y socio-política) y algunas naturalezas muertas. Él mismo definió su visión artística con estas palabras a Alfred H. Barr, Jr., el director del Museo de Arte Moderno de Nueva York: “Creo que mi obra se encuentra en un constante plano evolutivo hacia la interpretación de imágenes producidas entre la vigilia y el sueño, las cuales pueden tener la irrealidad de las cosas embrionarias. Sin embargo, esto no quiere decir que soy surrealista, aunque acepto la libertad mecánica de la creación. Actualmente me interesa interpretar el sentido cubano, americano o continental del ambiente, pero alejándome del método de las escuelas europeas” (pp. 301-302). Concluye la carta a Barr declarando sobre su pintura, “La técnica es suave, algo transparente. La luz borra las distancias, a veces llega a hacer de los objetos cosas líquidas, funde los colores, transforma la calidad de las materias. Por lo menos a veces pienso eso.” (p. 302). En 1936 ya Enríquez había definido su credo artístico con la frase “Romancero guajiro”, obviamente inspirado por el “Romancero gitano” del poeta Federico García Lorca. El pintor cubano define su romancero como pintar al guajiro en su paisaje, rodeado de misterio y fantasía y subrayando el aspecto mítico de esta experiencia e historia. Pero este romancero, como bien nos demuestra Martínez en su análisis de las obras, no es idílico ni folklórico, sino atormentado y erotizado. Martínez lee visualmente las obras máximas de Enríquez como El rapto de las mulatas, Bandolero criollo, Campesinos felices y Dos Ríos detalladamente, demostrando su conocimiento del contexto particular de cada cuadro y su pasión por los poderes formales (dibujo, color, composición) del creador. El capítulo enfocado en el “estilo tardío” del artista es de gran importancia. Generalmente, estas obras de los años 1951-57 han sido descartadas por críticos anteriores que las calificaban de decadentes. Martínez las contextualiza dentro de las nociones del estilo tardío, donde artistas tan variados como Tiziano, Goya y hasta Picasso, se liberan de la técnica anterior y pintan con rabia y hasta lujuria sus despedidas del mundo antes de morir.

Al terminar el libro y gozar visualmente de las láminas, uno se siente agradecido a Juan Martínez por haberlo escrito y a Cernuda Arte por haberlo publicado. Con su prosa franciscana, Martínez nos ha regalado una “lectura” de las pinturas, dibujos e ilustraciones de un gran pintor cuyas obras interrogan visualmente las tormentas y contradicciones de la modernidad Cubana durante la primera mitad del siglo XX.

En 1994 Martínez nos regaló el “banquete” de su libro sobre la vanguardia; este año nos ha vuelto a invitar a cenar en la mesa de Carlos Enríquez y hemos comido “bocati di cardenale.”


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