De elefantes y dioses rotos
Sobre 'Los dioses rotos', los lectores y el 'culto del chulo'.
Cualquier crítico de cine (tanto el bueno, el malo o el feo) tiende a poseer una deformación profesional que usualmente desvirtúa la historia de la película que visiona. Tiende a buscar en las esquinas el polvo que no se limpió, la palabra mal dicha, el brillo faltante o peor colocado. Pero, después, debe dejar asentar sus ideas para que adquieran el brillo que le faltó al filme (en su opinión). De lo contrario, tiende a perder el sentido de la perspectiva, el mismo sentido crítico que avala su existencia, y entonces destila por sus manos veneno que destruye, cuando la institución crítica debiera ser vivificante, pulso certero para señalar las equivocaciones y el camino al mejoramiento.
Yendo más lejos, caeríamos en el ejemplo clínico que tenemos en la Isla, vociferador de esquina avalado con premios internacionales (previos) que convierte tanto sus críticas como apologías en monumentos personales a su ego. Ojalá que ese no sea el mismo objetivo que se persigue con el destrozo tan despiadado que se hizo de la reciente película de Ernesto Daranas, Los dioses rotos, en un artículo publicado en este portal.
En mi caso, no es así. Mi deformación no es profesional, es de aficionado que ha leído un poco, visto y analizado mucho, y deseado todavía más que los errores que ve en pantalla, algún día él no vaya a cometerlos ante alguna soñada producción. Espoleado por opiniones escritas, busqué la manzana de la discordia para comparar mis criterios con la general, pero sobre todo, saber si debía quitarme el sombrero o no ante el artículo citado con anterioridad.
Pero ahora dejemos el sombrero en su sitio.
Breve crítica a los 'Dioses' (con su permiso)
La película tiene en sí una fuerte y emotiva historia que llega a todos, incluyendo a los que no les gustó como producto final. Aunque todavía me pregunto qué función realiza la cubano-mexicana en la historia: ¿tan sólo mostrar el camino del paraíso a un renegado? ¿O el lado diabólico de Alberto? Para eso basta con lo que le hará a Laura. Esta subtrama hace un flaco servicio a la estructura del guión.
Pero lo que resulta chocante como raspar en seco es el doblaje de televisión cubana, ese audio de cartón que en algunos diálogos parece que estamos viendo una película muda y, de fondo, alguna telenovela de radio cubana; y si para colmo agregamos algunas actuaciones fallidas (Amarilis Núñez como Rosa, Ever Fonseca como Alberto, cuando no es ángel sino demonio seductor, Patricio, quien no acaba de convencer —¿Qué le pasa a ese muchacho?), vemos que estos personajes se convierten en una lección de estereotipos.
Hay más: a Daranas se le nota la costura hollywoodense, esos efectos especiales a lo Tony Scott, y los flashbacks tan usados, que le hubieran dado mucha frescura al filme si se hubiesen omitido, y colocados (ahí no sé de qué manera) en progresión lineal.
Por supuesto, no todo es tan malo, por algo dicen que si un filme es un fracaso de crítica, es un éxito de público. Y lo es porque la gente se identifica con la tragedia, ese espíritu cubano actual que en nada recuerda las ensoñaciones de Mañach. A su favor hay que recordar que es una producción independiente de las instituciones oficiales, y eso —a la par de contarnos una historia muy cubana y valiente— afecta a un creador. A pesar de todo, logra escenas extraordinarias, conmovedoras, y la hazaña de exponer un gran fresco de un sector nada privilegiado de la población, en un país tan podrido como otros, y donde hay de todo como en cualquier parte de este planeta —porque Cuba forma parte del mundo y es sabido que en el mundo, para que lo sea, tiene que haber de todo—.
En cuanto a mi sombrero
Por supuesto que me lo quito, aunque me lo vuelvo a poner con la misma premura. Es que me encandila el verbo extraordinario de la crítica, el dominio de la palabra —incluso de la mala palabra—, aunque por desgracia conduce a la nada, porque es como el trillo que guía hacia un precipicio. La culpa se la achaco a las conclusiones de la tesis de Laura, y tal vez por ahí se empezó a desgranar a lo Sócrates la serie de conclusiones que, mezclada vaya a usted a saber con qué experiencias y criterios, provocó tan airados comentarios.
No sé si se han dado cuenta los lectores que han hecho uso de la libre expresión —y han llegado a la injuria personal y más allá—, que a pesar de todo estas han sido colocadas al lado del artículo. ¿Es que no se nota la diferencia de cuando nos imponían los criterios y, sobre todo, no había forma de replicar? El concepto de libre expresión entraña todo eso, y aunque a veces sea mal utilizado, es derecho inalienable de todo ser humano, sea director, espectador o crítico de cine.
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