Actualizado: 22/04/2024 20:20
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De Viernes y Robinsones

La vieja y la nueva trovas, diez años después del Buena Vista Social Club.

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Se cumplen diez años del lanzamiento de los abuelitos del Buena Vista Social Club y he vuelto a visionar el documental de Wim Wenders. Aparte del hecho puramente musical, BVSC fue sobre todo un negocio redondo para el gobierno insular, interesado en promover a Cuba como destino turístico tras la caída del Muro de Berlín y el fin del multimillonario subsidio soviético.

El tándem Cooder-Wenders descubrió y salvó a estos artistas cubanos, náufragos olvidados en una isla encantada. En cierta forma es la eterna historia de Robinson Crusoe rescatando a Viernes. Un norteamericano y un alemán descubren el mapa del tesoro, resucitando de paso la auténtica naturaleza acústica de esa isla tan musical.

La cuestión de fondo es por qué estos abuelos estaban tan ninguneados en su propio país. Algunos sobrevivían en recónditos cabaretuchos de provincias, otros incluso se ganaban la vida limpiando zapatos en las calles, como en el caso de Ibrahím Ferrer (q.e.p.d.), quien soltó la frase más profunda del documental: "hace dos años y pico me tuve que jubilar. No quería cantar más, por decepción. Sufrí muchas cosas... ya estoy aburrido de estar cantando, porque, en definitiva, no veo nada".

En su afán por crear al Hombre Nuevo, la revolución inventó la Nueva Trova entre finales de los sesenta y principios de los setenta. El resurgimiento de BVSC, cuarenta años después, así como su espectacular triunfo, demuestran que el tan cacareado Hombre Nuevo aún no ha hecho su aparición en la Isla y que, por tanto, la Nueva Trova ha sido en gran medida una impostura, al menos desde un punto de vista ideológico.

Lo nuevo y lo bueno

Hace casi cuatro décadas, cuando el gobierno cubano apostó por la Nueva Trova, empezó por marginar a la Vieja Trova, para evitar contaminaciones y para que no le hiciera la competencia a los nuevos troveros con sus imbailables cantos de plañideras.

Para un Hombre Nuevo, hacía falta una Nueva Trova. Como si todo lo "nuevo" fuera forzosamente "bueno", ese era el presupuesto teórico del experimento utopista. Así las cosas, los viejitos de BVSC —y otros muchos que aún permanecen en la sombra— representaban a la Vieja Trova y, por extensión, a todo el registro de la tradicional música tropical, la única capaz de producir sonoridades vivaces y bailables. Había que proscribirlos o reducirlos a la mínima expresión. Se pudiera decir que su delito era bailar el chachachá.

En ese propósito de arrumbar toda la música anterior a la conversión de la Isla en laboratorio socialista, contribuyeron dos factores: la temprana muerte de Benny Moré en 1963 y la salida masiva al exilio de compositores, intérpretes y músicos de primerísima calidad.

Por otra parte, ya al principio de la revolución, el Che había criticado lo que consideró con desdén: "socialismo con pachanga". Casi al unísono, en un acto fallido entre profético y admonitorio, Carlos Puebla empezó a cantar: "Y se acabó la diversión: ¡llegó el Comandante y mandó a parar!".

En efecto, a partir de entonces la música cubana perdió colorido y brillantez, todo sería más aburrido o menos divertido. El universo acústico cubano se volvió grisáceo, como el Hombre Nuevo. Y en ese terreno abonado fructificó la Nueva Trova, un movimiento que a pesar de todo tuvo al principio cierto esplendor.


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