Actualizado: 17/04/2024 23:20
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In Memoriam

Del conocimiento por misteriosa vía

El siguiente texto fue la última colaboración de Mario Parajón para la revista 'Encuentro', en el número dedicado al poeta Manuel Díaz Martínez.

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Volviendo a la puerta trasera del edificio y a las aulas con sus inquilinos, se distinguía en una de ellas la figura de don Celestino, empleado de la Económica de toda la vida. Su hermana, doña María, trabajaba en la biblioteca de la institución y tenía fama de poetisa y de mujer de subida calidad espiritual. Y la fama era merecida. Doña María era la gran consejera de sus hermanas y hermanos; me cuentan que habitaba con ellos y ellas en un vetusto y noble caserón de La Víbora. Tenía un novio de su misma edad, caballero de visita diaria a la mansión.

A doña María la querían todos sus compañeros de trabajo, además de sus familiares. Se daba a respetar por su sola presencia y sonrisa. Fue de comentario admirado para ella su manera valiente de asistir a la pérdida de algunos de sus hermanos, entre ellos del más joven, al que ella había criado luego de la desaparición de los padres.

Por el departamento del español rechazado se movía también Roberto Branly, a quien todos le decían Roberto Juan, uno de esos poetas al que tal vez alguien descubra en el futuro. Como persona, Branly, de natural muy afable, enamorado al estilo adolescente de una encantadora muchacha llamada Migdalia, se ponía radiante a la vez que exclamaba: ¡y pensar que me ha tocado casarme con un pollito!, mientras escribía versos y más versos, destacándose entre ellos los dedicados a Navarro Luna.

Armando Álvarez Bravo iba y venía por aquellos recintos. Se escapaba de ellos dándose prisa para llevar los originales a la imprenta. Era vecino de El Vedado, alegre y de mucha iniciativa, también poeta del azor y báculo afectuoso de Lezama. Por allá cerca trabajaba Marina Bardanca, rubia, espigada, muy humana y sentimental, entusiasta de la música romántica y del auténtico claro de luna.

Había más empleados y empleadas. Todos diferentes, ninguno malo, cada uno con su defectillo y quién sabe si todos unidos por las letras de un cartel imaginario donde don Pedro Calderón pudo haber escrito: "ya que la vida es sueño / y los sueños, sueños son".

¿Se dio cuenta Palomar alguna vez de esta verdad que no se sabe si catalogar entre las melodramáticas y dulces o entre las tristes y algo amargas? Palomar atendía la entrega de libros en el mostrador de la Económica y, de vez en cuando, se enfurecía, durándole el furor poco tiempo. Domínguez subía y bajaba con los tomazos bien cargados, jovial, persona decente hasta la calificación más alta y sabio como antes nunca un cubano lo fue. Yo lo habría casado con Guillermina Castillo, cuyo elogio no hago para no insistir en la semblanza. Renuncio también a escribir sobre los directores y sobre otros cuyo turno les llegará a su hora.

La vida y la obra de Díaz Martínez pasa por lo que estos personajes proyectan; conociéndolos, se conoce mejor al poeta.

* Revista Encuentro de la Cultura Cubana, número 40, 2006


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