Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Destino y fuerza

La última novela de Julieta Campos es un río caudaloso que atraviesa cinco siglos de historia.

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El primer capítulo puede leerse como uno de los ensayos más agudos sobre el proceso revolucionario de 1959, que truncó un largo período de la vida nacional para abrir una densa niebla donde se confunden el discurso autoritario de Fidel Castro, los testimonios de quienes han sido víctimas de su verbalismo engañoso, las identidades de Lezama Lima, Cabrera Infante y otros escritores mayores y más nuevos, los microrrelatos que componen la gran polifonía de un pueblo que ama la vida y no quiere rendirse.

"Desafiando la cortina de niebla. Me niego a morir así. Quiero morir en paz. Todo en orden. Morir de la demasiada vida. En este galeón cabemos todos. Todas las voces. Un torrente. De lujuria y de melancolía. Las voces que se derraman sobre el Malecón. Me espera una larga travesía. La vida es una alfombra mágica que se desenvuelve…".

La fascinante caja de la historia

El tono ensayístico se apoya en un lenguaje poético, cargado de metáforas, enriquecido por la narración de pequeñas historias que construyen el mundo fragmentado de distintas familias y personajes, en Cuba y en el exilio. Se trata del afán sempiterno de fundar y narrar la Isla, que a pesar de todos los avatares se empeña en preservar la memoria y no puede renunciar a la esperanza.

En una segunda entrada se presenta a quien podría considerarse la figura del sabio y naturalista Carlos de la Torre, aquí retratado en el período de 1910 a 1915, cuando el científico buscaba el rastro de una mandíbula casualmente encontrada en los baños de Ciego Montero, medio siglo antes. A partir de ahí, Julieta Campos se propone abrir la fascinante caja de la historia.

"Acaba de pasar el frenesí del azúcar: la 'danza de los millones'. La guerra favoreció un auge inusitado de la caña, que empezó a avanzar por todas partes, mientras ardían los cedros y las caobas en el afán de cubrir con cañaverales todo el país; los horizontes se incendiaban y la isla olía a quemado. Los aliados dependían del azúcar de Cuba y, desde 1914, Cuba Cane compraba ingenios al por mayor, a veces a poco más de la mitad de su costo".

La autora va de la anécdota específica a la circunstancia histórica, del hecho concreto a la caracterización del debate político del momento. Y todo eso inscrito en una sutil discusión sobre el arte de la novela: "¿Se vale echar mano a un libro de genealogías? Supongo que sí, siempre que contribuya, en el cuerpo del relato, a esclarecer los hechos. Se vale bucear, desde las páginas de ese libro, cómo el tío abuelo fue descendiendo hasta el fondo del barranco. También tú andas en busca del gran perezoso que dormita entre la neblina. ¿Una metáfora de la isla? No adelantemos...".

El 8 de mayo de 1574 María de la Torre está en el galeón que la lleva a Cuba, al viaje a través de los tiempos, que se hará finalmente literatura y encarnará en la mano que escribe la novela: "Yo, que esto imagino y escribo, me llamo Julieta Campos. Me llamo también, María de la Torre. Tu voz y la mía se confunden. También a nosotras nos envuelve la neblina". Más atrás está Juan de la Torre, que cabalga por Castilla y años después lee las cartas que le llegan desde la isla lejana. Es una mirada al proceso de colonización en el siglo XVI, a través de la vida familiar de diversos personajes que, sin saberlo quizás, fundarán una Cuba entonces ni siquiera entrevista.

Es "El tiempo de los fundadores", y por ahí aparece Silvestre de Balboa, autor del poema épico que inaugura la literatura cubana. "Pasado y futuro, en este sitio, coinciden. Durante un par de siglos más habrá cargos y privilegios para los descendientes de los fundadores. Habrá cabildos y milicias, y tierras y beneficios...". Se cruzan los linajes, se instaura la vida colonial, con los sobresaltos pasajeros de ligeros terremotos y frecuentes huracanes, mientras los hombres, como siempre y en todas partes, persiguen la utopía del amor imposible.


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