Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura

Destino y fuerza

La última novela de Julieta Campos es un río caudaloso que atraviesa cinco siglos de historia.

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La última vez que vi a Julieta Campos parecía un ave delicada y ausente. En medio de un grupo de escritores cubanos y mexicanos, ella hablaba poco, como si ya lo hubiese dicho todo, o escrito todas las palabras en su última novela y su próximo silencio. Le pregunté si en Cuba ya se conocía La forza del destino, cuyo original tuve el privilegio de leer y dictaminar para la editorial Alfaguara, y me contestó, algo triste, que había mandado algunos ejemplares a la Biblioteca Nacional, y esperaba que algún día estuviera al alcance de todos los cubanos.

Con una modestia que, confieso, me apenó, volvió a darme las gracias por mi extenso y entusiasta estudio de la novela, así como por las horas que pasamos una tarde en el restaurante de comida china en la colonia Condesa, donde charlamos extensamente sobre esos dos amores que nos unen, más allá de las distancias, por encima de los tiempos y el destino, Cuba y la literatura.

Ahora ella se ha ido, dejando un hueco casi imposible de cubrir en nuestra literatura. Queda, sin embargo, su obra de perfecta belleza, y a sus admiradores nos deja la tarea de hacer todo lo posible para que en la Isla, en Miami, en España, donde quiera que viva un cubano, se lea La forza del destino, esa novela capital, sin parangón en las letras nacionales. Tal vez a ello puedan contribuir algunos de los comentarios que oportunamente escribí, y que hoy repito como un homenaje de afecto y admiración a tan grande escritora:

Será difícil que se vuelva a escribir una novela como ésta, con una estructura tan rica y compleja, casi sinfónica, armada sobre una secuencia temporal puntualmente marcada. Escasas, si las hay, son las obras literarias que, en poco más de dos siglos, se han atrevido a reconstruir tan ampliamente la memoria histórica de la isla maravillosa, a la luz de las genealogías y con una prosa poética de tan lograda factura. La forza del destino ocupa, sin duda, un lugar propio junto a novelas del calibre de Paradiso, de José Lezama Lima, o El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, aunque sólo sea por la deslumbrante desmesura de sus páginas, escritas sin más pausas que los títulos (de por sí excelentes) y las precisas referencias cronológicas.

Camino a la nación

Esta novela es un río caudaloso que atraviesa cinco siglos de historia verdadera, en España, Cuba, Nueva York, México, París, el tiempo de muchas vidas que el destino enlazó y las circunstancias fraguaron para quedar inscritas en una de esas eras imaginarias de las que hablaba Lezama. Es también una inmensa saga familiar, centrada en un arco que va de Juan de la Torre y María de la Torre, los lejanos abuelos de 1491 y 1563, a la autora que escribe a fines del siglo veinte.

Es asimismo una reflexión sobre los escabrosos caminos que condujeron al surgimiento de una nación, sus frustradas esperanzas y el polémico discurso revolucionario de Castro. Y es una novela de amor, del amor reiterado, a veces angustioso, otras más tierno, siempre vivo que sienten y padecen los muchos personajes históricos aquí develados con sus luces y sombras, de carne y hueso, humanos, más que humanos. Una obra totalizadora, que integra la nostalgia, la descripción geográfica, el contrapunto de los acontecimientos y la visión compleja, desde la múltiple perspectiva de las voces plasmadas en esas dos patrias a las que alude el epígrafe martiano: Cuba y la noche.

No hay aquí una, sino muchas novelas, un caleidoscopio de relatos que podrían existir por sí mismos y que se encuentran hábilmente engarzados en un devenir sin pausas hasta "el día en que se instaló la neblina", momento circular con que se abre y cierra el conjunto de la obra.


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