Actualizado: 17/04/2024 23:20
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El Gigante reposa y recuerda

Una visita a uno de los mejores intérpretes de la música cubana de todos los tiempos, el hombre que en Marbella continúa siendo una estrella

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El verano se siente muy a gusto en esta Marbella playera de España, y ha decidido no marcharse, aunque estamos a mediados de septiembre. Y para que no se quede solo el pobrecito, los veraneantes han decidido quedarse también. La ciudad está atestada de gente, coches, y vendedores de todo.

Mi amigo Ruber Iglesias y su adorable esposa Heli, generosamente nos llevan en su coche a mi consorte Marisa y a mí a visitar a mi amigo El Gigante. Logramos abrirnos paso y estacionar en la elegante zona en que estamos. Nos recibe Rickard, uno de los hijos de nuestro amigo, a la puerta del espacioso apartamento en que viven. Nos sentamos en un salón frente a una mesa y muy cerca está un piano. Al fondo se ve una amplia terraza, que debe ser deliciosa cuando se vaya este molesto verano.

Mi amigo llega con un andador, ayudado por una bella joven que lo cuida, después sabremos que se llama Liliana y es evidente que ya quiere a este gigante que se hace querer. Lo saludo, me responde muy amablemente, aunque es evidente que no recuerda quien soy; no me sitúa. Pero llevo algo que va abrir la línea de comunicación: la cubierta de uno de sus lp’s. La cara se le ilumina, recorre con la vista y toca la bella rumbera que aparece en la misma; voltea la cubierta, y mira y repite con satisfacción su nombre, y otros datos; saca el disco y hace lo mismo con el contenido, con un poco de esfuerzo de su vista.

Liliana le invita a que tome el refresco que tiene servido, pero El Gigante tiene otra cosa en mente; lentamente se levanta, y se sienta frente al piano: tiene delante una pequeña hoja de papel de música, que al parecer solo tiene la introducción del número, su clave y los primeros compases. Eso le basta, y en la mayoría de las piezas que va a interpretar, lo hará de memoria. Así va a estar tocando ininterrumpidamente por una hora; su hijo muy cariñosamente le pedirá varias veces que descanse, pero El Gigante seguirá hasta que decide parar. Yo, a la primera pieza, no pude detener unas lágrimas...

De sus manos maravillosas salieron perlas de su repertorio, como Lágrimas negras, Tres lindas cubanas, Priqutín pon, Para Vigo me voy, Marta, y curiosamente, un buen número de canciones jazzeadas americanas, como Guilty, Wonderful, Old man river, Louise. A veces se equivoca, y retoma cuidadosamente la canción hasta dominarla. Desde una de las primeras piezas que tocó, su hijo, excelente percusionista, se le unió con un discreto acompañamiento de cajón. Se están comunicando en el mejor lenguaje que ambos conocen, la música.

Yo me pregunto cómo su cerebro puede funcionar tan maravillosamente a los 94 años, para darle cada segundo una orden diferente a cada uno de los diez dedos de sus manos y a sus dos piernas, para accionar el teclado y los pedales del piano… Es, en definitiva, el mejor concierto de piano que he escuchado en mi vida…

Indiscutiblemente es El Gigante. Ahora luce raro que para los años cuarenta era frecuente usar la palabra “caballo” para indicar que alguien era especialmente diestro en determinada cuestión.

Y si era extraordinariamente destacado, usábamos el aumentativo: y en Cuba, este señor era “El Caballón” de la música; era excelente como compositor, director, arreglista y pianista. Todos los cantantes querían grabar con él; un disco con su acompañamiento y sus arreglos era la clave al triunfo.

El Gigante —yo prefiero llamarle así, porque” El Caballo” le dijeron también a cierta persona que no quiero recordar—, fue parte de nuestra diáspora muy temprano: trabajó en México, España, gran parte de Europa, hasta establecerse y casarse en Suecia. Vivió largos años en aquel país y aparentemente, nadie recordaba al Gigante, hasta que una serie de eventos, y personas como Paquito D’Rivera, Nat Chediak y Fernando Trueba hacen que resurja del olvido, y comience después de los ochenta años una extraordinaria carrera internacional, con innumerables premios, entre ellos varios Grammy .

Pero todo esto lo ha contado muy bien su biógrafo, Mats Lundahl en su libro Bebo de Cuba.

Ese es mi amigo, El Gigante Bebo Valdés, que está descansando acompañado de su hijo, y además tiene frecuentes visitas de Chucho y de sus otros hijos, familiares y amigos; pero le gustaría de vez en cuando recibir mensajes de sus amigos y admiradores de todo el mundo, quizás copias de fotos, o mejor aún, algún disco. Quien esté interesado en hacerlo, me puede escribir y yo le daré la dirección a donde pueden hacerle el envío. No lo hago ahora, porque de pronto Bebo recibiría un aluvión de mensajes, y después silencio; es preferible que vayan llegándole poco a poco. Perdonen que asuma este papel de policía de tránsito, pero creo es mejor así.


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