Actualizado: 02/05/2024 23:14
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CON OJOS DE LECTOR

El hombre que vio un ángel (I)

De no haber fallecido prematuramente, este mes hubiese cumplido 75 años el realizador ruso Andréi Tarkovski, uno de los máximos iconos del cine de autor.

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La repercusión que La infancia de Iván tuvo en el extranjero no contribuyó a que se estrenara en la Unión Soviética en las mejores condiciones. De hecho, recibió la categoría 2, que significaba la proyección en un número limitado de pequeñas salas (a excepción de Solaris, todas las películas que Tarkovski rodó en su país recibieron esa categoría). Tuvo algo que ver en ello el hecho de que cuando vio el filme, Nikita Jrushov comentó que durante la Guerra Patria nunca emplearon niños para cumplir misiones como las que realiza Iván en las filas enemigas.

Mas fuera de eso, Tarkovski pudo continuar trabajando sin mayores dificultades. En los años siguientes participó en la escritura del guión de El primer maestro y actuó en Tengo veinte años, aunque esas colaboraciones, al igual que otras posteriores, no siempre figuran en los créditos. Asimismo adaptó y dirigió para la radio un cuento de Faulkner, el mismo que Howard Hawks había llevado a la pantalla en 1933. Y sobre todo, pudo rodar un proyecto que había presentado antes de asumir la dirección de La infancia de Iván. De ahí surgió una de sus obras más celebradas, pero fue también el inicio de sus avatares con la censura que se ejercía desde Goskino, el Comité Estatal del Cine.

Un estreno bloqueado durante tres años

En agosto de 1966, Tarkovski había finalizado su película, originalmente llamada La pasión según Andréi, y sólo le quedaba esperar que el permiso para su estreno fuese firmado. Fue entonces cuando comenzó el calvario del filme. Inicialmente, se le objetó su excesiva duración (205 minutos) y también la violencia de algunas escenas. Tarkovski accedió a cortar 15 minutos, pero pese a ello el estreno seguía sin ser autorizado. Por otro lado, los organizadores de los festivales de Venecia y Cannes se interesaron por que la película representara oficialmente a la cinematografía soviética, pero en 1966 Goskino se excusó diciendo que no estaba terminada y al año siguiente argumentó que tenía "dificultades técnicas".

Gracias a la mediación del Partido Comunista Francés, Goskino aceptó que se proyectase en 1969 en Cannes. Puso, no obstante, algunas condiciones: que participara fuera de concurso, que se pusiera en una sesión lo más tarde posible y cuando ya se hubieran concedido los galardones. La película se presentó, bajo el título de Andréi Rubliov, el último día del festival a las 4 de la madrugada, lo cual no impidió que recibiese el Premio de la Crítica Internacional, que se rindió ante aquella obra magistral. Unas semanas después la película tuvo un único pase en el Festival Internacional de Cine de Moscú. Entre los funcionarios que asistieron ese día estuvo Leonid Brezhnev, quien para manifestar su desagrado abandonó la sala a mitad de la proyección.

No fue hasta diciembre de 1971 cuando Andréi Rubliov se estrenó por fin en la Unión Soviética, en una versión de 185 minutos. En París se exhibió en 1970, pero fue a partir de 1973 cuando se empezó a proyectar comercialmente en el extranjero. En una crítica publicada en el diario Komsomolskaia Pravda, G. Ognev señalaba que aunque los realizadores del filme poseen abundante talento, hacen un retrato engañoso del pintor, pues carece de solidez histórica. Incurría en el error de analizar la película como una biografía al uso, algo por lo demás imposible de hacer sobre un artista sobre cuya enigmática vida se conocen pocos datos. Tarkovski parte de la figura de Rubliov, con quien comparte la profundidad espiritual, para meditar sobre las relaciones del artista y el poder, de la fe y la creación. Fue precisamente ese aspecto el que realmente irritó a los comisarios de Goskino, quienes durante tres años bloquearon la salida del filme.

Es cierto que la película está animada por un sentimiento religioso que contravenía los códigos ideológicos instituidos en la Unión Soviética. Tarkovski habla sobre los valores espirituales en un mundo en descomposición y hace resaltar el eterno misticismo del temperamento eslavo, un sentimiento que medio siglo de revolución socialista no había logrado arrancar del corazón del pueblo ruso. Pero lo que de veras se desprende de ese cuadro alegórico de la Rusia medieval es una reflexión sobre los vínculos del artista con el medio que lo rodea, que trasciende ese marco histórico. A través de Andréi Rubliov, Tarkovski exalta la libertad del creador, quien debe asumir lo que le dicta su voz interior y cuyo honor radica en estar dispuesto a sufrir por defender sus ideas. Al mostrar a un Rubliov que se niega a ejecutar el encargo de pintar el Juicio Final de acuerdo a las normas "oficiales", y no con el carácter festivo con el cual él quiere interpretarlo, Tarkovski está proponiendo una reflexión que entonces era muy actual. No resultaba muy difícil extrapolar a la Unión Soviética de esos años el noble ejemplo del pintor, quien ante la incomprensión de los monjes del monasterio adoptó el silencio.

Como todas las grandes obras, Andréi Rubliov convierte en inútiles todos los elogios que se puedan escribir. Nada es capaz de transmitir la indescriptible impresión que se experimenta cuando se ve por primera vez. A la densidad de su contenido intelectual, se suma la impresionante belleza del filme, realizado en una magnífica y contrastada fotografía en blanco y negro. Tarkovski lo estructura en ocho cuadros, a los cuales añade un epílogo en colores en el que se muestran detalles de varios iconos del pintor. Entre todos esos cuadros, sobresale el último, titulado La campana, el menos abstracto de todos, y que en sí mismo constituye una pequeña obra maestra.

De la violencia de episodios como el de la destrucción y saqueo del pueblo de Vladimir por el ejército tártaro, Andréi Rubliov pasa a la serenidad de la fiesta de los pueblerinos, todo un poema sensual y pagano. Las escenas intimistas del monasterio contrastan con aquellas en las que Tarkovski recrea un suntuoso fresco de un país que trata de salir del caos. El más descarnado realismo y el tono épico coexisten así con la pura poesía, en un filme que, por su aliento, nos devuelve a la etapa del gran cine ruso.

Andréi Rubliov marcó el inicio de la madurez del cine de Andréi Tarkovski. Un cine personal, pausado, reflexivo, preocupado por los temas esenciales, que exige ser visto con calma e incluso más de una vez, pero que es arte que marca y deja huella.


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