Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Agnieszka Holland, Cine, Arte 7

El precio de la información y el valor de las noticias

Este es un filme narrativamente incoherente, que se sostiene por la actualidad y la fuerza de su trama

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Basada en hechos reales, Mr. Jones, es una muestra de que, a pesar de contar con un tema actual y fascinante, una buena realizadora y excelentes actores, no siempre se logra concluir una gran película. Los ingredientes están, pero hay que mezclarlos bien.

Transcurre el año 1933 y Gareth Jones, galés, asistente del ex primer ministro británico David Lloyd George y quien además se considera un investigador periodístico de espíritu, se encuentra en un sobrio salón inglés, rodeado de personalidades influyentes en la política del reino, tratándolos de convencer del peligro que representa Hitler para Europa. Es el momento en el cual ya en el ocaso de la República de Weimar, poco después de la Gran Depresión, el Reino Unido está considerando una alianza con Stalin para asegurar la estabilidad europea.

A Jones también le preocupa la supuesta pujanza económica de la Unión Soviética, ya que ha examinado algunas discordancias en los datos que se ofrecen, particularmente en lo que se refiere al trigo, y tras ser tomado a la ligera por los políticos y por el propio Lloyd George, quien lo despide de su puesto, decide hacer un reportaje independiente de lo que está sucediendo en el país de Stalin.

Antes de esto, el filme comienza con la imagen de un escritor que escribe enfrentado desde su ventana a un trigal que se mece con el viento. A medida que nos lee lo que escribe, nos damos cuenta de que es George Orwell en el proceso de escribir Rebelión en la granja y que probablemente ha nombrado a su personaje por el protagonista de esta cinta. Orwell va a representar al intelectual honesto, de izquierda, que quiere creer en las virtudes de Stalin. Sale otras veces más, incluso interactuando con Mr. Jones, pero más allá de eso, aporta muy poco al filme, es más bien un desvarío.

Jones se pone en contacto con Paul Kleb, un periodista americano, personaje ficticio, y le anuncia que irá a Moscú para entrevistar a Stalin y tratar de investigar la veracidad de los datos de la economía soviética. La conversación es escuchada por la seguridad soviética y Kleb, que investigaba estos asuntos, desaparece.

A su llegada a Moscú comienzan a sucederle cosas contradictorias con sus visas y permisos. No puede encontrar a Kleb y se comunica con Walter Duranty, un inglés que trabaja para The New York Times y que niega que en la Unión Soviética exista ningún problema económico como se dice. Duranty tiene un hijo nacido allí y organiza bacanales en su casa. Invita a Jones, pero éste no se encuentra interesado, es un hombre con un objetivo muy definido. En medio de ello tiene un romance con la asistente de Duranty, quien de alguna manera le hace ver algunas realidades.

Jones parte hacia Ucrania y a una zona en la cual vivió su madre por un tiempo. Va con una foto que le permitirá identificar el lugar. Es vigilado, pero logra evadir a sus perseguidores y al llegar a Ucrania se tropieza con las manipulaciones de Stalin para robar el trigo a los campesinos, creando la hambruna que le costó la vida a unos siete millones de ucranianos. No seguiré contando el resto de la trama que continúa con las peripecias de Jones en la tierra de Stalin, ya que restaría suspense al resto del filme.

Aunque el filme no tiene interés en dibujar un cuadro psicológico de Gareth Jones, este se nos presenta como un devoto de la verdad, un hombre compulsivo y obsesionado con lograr sus objetivos. Se presenta en contraste con el personaje de Duranty, que es prácticamente el buque insignia de los “fake news”.

Oriundo de Liverpool, Duranty fue jefe de los corresponsales de The New York Times en Moscú, desde 1922 hasta 1936, viviendo en esa ciudad casi todo el tiempo durante ese período. Logró entrevistar a Stalin cuando nadie podía y en 1931 escribió una serie de artículos en los cuales presentaba al pueblo ruso como “asiáticos, que creían en el bien común y eran mejor regidos por una autocracia”, para quienes la democracia no funcionaría y calificó a Stalin de un “auténtico ruso imperial”. Estos trabajos, en los cuales ocultó la verdad de la hambruna, entre otras cosas, le valieron el premio Pulitzer de 1932. Más tarde se supo que Duranty estuvo al tanto de todo y ocultó la verdad intencionadamente.

Jones murió en 1935, a los 29 años, durante un viaje a Mongolia, guiado por un hombre que Jones no sabía pertenecía al servicio secreto soviético. Duranty murió plácidamente en 1957, a los 73 años, en la ciudad de Orlando.

En 1990 el periódico declaró que los reportajes de Duranty que fueron premiados se encontraban entre lo peor del periodismo que ese diario había publicado y pidieron excusas. También se le exigió a los Pulitzer que revocaran el premio, pero el comité, en 2003 emitió una declaración en la cual admitían el daño que los artículos habían causado al ocultar la verdad, pero que no había evidencia de que Duranty lo había hecho intencionadamente, por lo cual el premio se mantenía.

Al llevar a la ficción este temprano capítulo del papel de la prensa, como cuarto poder, en influenciar el desarrollo de ciertas políticas, manipulando la realidad, balanceando la importancia de callar algo para mantener un corresponsal en territorio enemigo o la vulnerabilidad de un periodista o político que puede ser victima de chantaje y así limitar su eficacia, la realizadora Agnieszka Holland no acertó a escoger un estilo narrativo adecuado.

Lo que comienza como un filme de intrigas palaciegas, en un determinado contexto histórico y político, luego se convierte en una especie de thriller con salpicaduras de romance, para regresar al aspecto inicial. Todo eso puede estar muy bien, pero aquí las distintas narrativas no armonizan bien y la película parece desviarse hacia objetivos que nunca logra. Diluye muchos de sus logros.

Holland (Varsovia, 1948), comenzó su carrera como asistenta de dirección de Krysztof Zanussi y tuvo a Andrzej Wajda como mentor. También colaboró en guiones con Krysztoff Kieslowski. Como directora ha realizado varios filmes notables, como Europa Europa, To Kill a Priest y In Darkness, entre otros, la mayoría de los cuales tratan con los temas de los efectos del comunismo en Polonia y la persecución nazi a los judíos. Muchas de sus obras presentan un profundo compromiso político.

En Mr. Jones acude demasiado al estereotipo y sus personajes carecen de matices. La trama está narrada desde un punto de vista maniqueo lo cual resta trascendencia al conflicto que propone. Eso quizá es lo que causa la falta de integración entre las narrativas. Su excusa pudiera ser que el guion es de la debutante Andrea Chalupa, americana descendiente de ucranianos y le impone esa cualidad al personaje de Mr. Jones, en un giro que suena más a cuento de hadas que a memoria horrorizada. Ella se acredita como responsable de la introducción de Orwell en la trama.

Las actuaciones de James Norton como Gareth Jones, Vanessa Kirby como Ada Brooks, la asistente de Duranty, y Peter Sarsgaard como Duranty son todas apropiadas a los personajes que adolecen de unidimensionalidad. La fotografía de Tomasz Naimiuk (High Life), hace buen uso de los colores a bajo contraste, filmando digitalmente, añadiendo dramatismo al argumento.

Mr. Jones es un filme narrativamente incoherente, que se sostiene por la actualidad y la fuerza de su trama. Holland maneja muy bien los matices del contexto totalitario, que siempre ha sido su fuerte, ya que parte de la experiencia propia, algo que le falta a Chalupa.

Mr. Jones (Polonia/Gran Bretaña/Ucrania, 2019). Dirección: Agnieszka Holland. Guion: Andrea Chalupa. Director de fotografía: Tomasz Naimiuk. Con: James Norton, Vanessa Kirby y Peter Sarsgaard. De estreno virtual en los cines alternativos y disponible en la plataforma de Amazon, así como en OnDemand de Spectrum y Comcast.


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