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El último invento de Nicanor Parra

El poeta chileno está de vuelta, ahora con el Premio Cervantes a cuesta, con 97 años y aún bajo el halo creativo de su apellido

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Hay que pavimentar la cordillera
pero no con cemento ni con sangre
como supuse en 1970
hay que pavimentarla con violetas
hay que plantar violetas
hay que cubrirlo todo con violetas
humildad
igualdad
fraternidad
hay que llenar el mundo de violetas.
(De: A propósito de la escopeta, en Hojas de Parra, 1985)

Ninguno pensaba que Nicanor Parra iba a llegar a los 97 años. Longevo entre los longevos, se fueron por delante Neruda y Linh; Huidobro murió a los 55 y Gabriela a los 68. Entre los grandes, Pablo de Rokha solo alcanzó a vivir 74 años y de los mayores, también muy importantes, que aún están entre nosotros, el que le sigue es Miguel Arteche, Premio Nacional de Literatura en 1996, actualmente con 85 años de edad. Prácticamente juvenil ante el decano Parra.

O sea, que es posible que además de la corriente de la antipoesía, Nicanor esté inventando la longevidad en los poetas chilenos, casi lo único que le queda por inventar.

En 1970 cuando tenía 55 años llegó a Cuba como jurado del Premio Casa de las Américas. Yo cursaba el segundo año de la carrera y un día de ese febrero abrí la puerta de la clase de Literatura hispanoamericana que impartía Nuria Nuiry, y me encontré con Nicanor Parra.

De pie frente al grupo, exhibía una mirada inquisitiva, más que observadora. Era un hombre corpulento, atractivo, que se sometió a nuestras preguntas de periodistas balbuceantes con la benevolencia del maestro, que no pretendía ocultar cierta arrogancia proveniente de la presunción de su Premio Nacional de Literatura, en el año anterior, pero sobre todo del halo creativo que le daba esa corriente antipoética de la cual se asumía como inventor.

Algunos de los presentes ya escribíamos poesía. En ese salón estaban Raúl Rivero y Víctor Casaus y fuera de él, se agrupaba la generación masculina de El caimán barbudo. Cuba es un país de poetas, se ha dicho mil veces, y los jóvenes que éramos entonces seguíamos los pasos de dos corrientes: la antipoesía de Nicanor Parra y el conversacionalismo de Ernesto Cardenal.

Cardenal era como de la casa; Nicanor algo más lejano. Ambos trascendentes en nuestras lecturas cotidianas, luego de la inmersión en Vallejo y Neruda, las cabezas tutelares.

Aquel día Parra leyó, cómo no hacerlo, varios de sus poemas, casi todos publicados en Versos de salón, de 1962. Entonces yo tenía en mi librero La cueca larga, de 1958, pero sus antipoemas me atraparon desde su cercanía con la realidad cotidiana y su prosaísmo, no carente de elaboración, se vinculó de inmediato con lo que entonces se revelaba como mi segunda vocación: el periodismo. La lectura de Nicanor Parra marcó con un sello muy definido mi primer libro, Al cierre, que en 1971 editaría la colección del Premio David. Aquel poemario ya lejano, guarda dos recuerdos indelebles de mis inicios en la poesía: el estreno de la profesión periodística en la palabra radiofónica; y la visita de Nicanor Parra a la clase de literatura.

Luego, salimos de las aulas universitarias y tomamos diferentes rumbos. La otra influencia para nuestra generación, la de Ernesto Cardenal, se convirtió en una tendencia que él llamó “exteriorista”; para mi gusto, demasiado alejada del lirismo subyacente de lo conversacional, cuyas virtudes mayores exhibió el poeta en la Oración por Marilyn Monroe, pero con ejemplos muy notables también en su vertiente epigramática (Me dijiste que estabas enamorada de otro/ y entonces me fui a mi cuarto/ y escribí este artículo contra el gobierno/ por el que estoy preso).

Nicanor desapareció de Cuba. Nunca más le vimos, ni a él ni a su obra posterior en las páginas de ninguna de las publicaciones literarias, de entonces a hoy.

Luego de haber sido jurado ese año del Premio Casa, en 1970 acudió a un encuentro de escritores en Washington y aceptó la invitación de Pat Nixon, esposa del Presidente (¿recuerdan lo de las paticas en la X para formar la swástica en la prensa cubana de la época?), todo indica que para tomar un té. No fue el único, desde luego, pero aquella infusión en medio de la guerra de Vietnam, tuvo un alto costo para el antipoeta chileno. Por causas parecidas corrió la misma suerte respecto a Cuba, el gran Pablo Neruda, cuya trayectoria de militante nadie puede poner en duda.

Por si fuera poco, Parra se quedó en Chile bajo el régimen pinochetista sin asumir posición belicosa alguna contra él, lo cual provocó no poca suspicacia. Y cometió además otro pecado: publicar libros durante la tiranía de Pinochet. Tanta condena se volvió segregación y le hizo cambiar de ideas sobre la izquierda que antes apoyara. Después de su Hojas de Parra, en 1985, hizo un mutis que duró dos décadas.

Hoy, al leer el diálogo que con él tuvo la periodista argentina Leyla Guerriero (El País 03/12/2011), me entero que Nicanor ha vivido todos estos años en un lejano poblado de la costa chilena llamado Las Cruces.

El Premio Cervantes nos lo devuelve a los 97 años, aún bajo el halo creativo de su apellido y en ese invento de los días que pasan, uno junto al otro, para dejar transcurrir las horas en que todo se vuelve a acomodar, con justicia.


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