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Obituario

En memoria de Lorenzo

Es cierto que La Habana no será la misma sin Lencho

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Conocí a Lorenzo alrededor del año 1969. Mi hermano Rapi acababa de entrar en la ENA (Escuela Nacional de Arte), en una de las cinco carreras que inició y jamás terminó, y allí ya estaba Lorenzo. Un día llegó Rapi a casa y nos dijo: “Este es mi amigo Lorenzo, es de Colón, Matanzas, y no tiene dónde dormir, le dije que se quedara en casa”. A nosotros nos pareció muy natural que un perfecto desconocido fuera a vivir en nuestra casa. Porque cuando mi hermano Rapi presentaba a alguien así, “este es mi amigo…”, no había quien le dijera que no. En mi familia, siempre, la amistad se ha considerada algo sagrado. Mis padres tuvieron grandes amigos que los acompañaron toda la vida. Y nosotros supimos desde el primer día que Lorenzo llegaba a casa para no irse jamás.

Vivió con nosotros más de 20 años. Primero dormía en el sofá del comedor (sofá que conservo todavía y que, gracias a él, logré tapizar, él escogió la tela). Después decidimos que debía tener un cuarto y papá trasladó su estudio (un cuarto independiente en una especie de patio interior), para la sala, que dividió en dos con un librero. Ya no éramos tres hermanos: éramos cuatro. Con Lorenzo pasamos absolutamente todos los periodos de escaseces que se han vivido en este país: los setenta, los ochenta, los noventa… pero Loren siempre encontraba una solución optimista, enloquecida y alegre para cualquier problema que surgiera. En la época en que nadie tenía un blue jean a mí me regalaron uno. Todavía no entiendo cómo fue posible, pero ese blue jean lo usamos todos, y “marcábamos” desde muy temprano en la semana en la cola del pantalón para poderlo usar en la infaltable fiesta del sábado. Todos teníamos, por supuesto, tallas y tamaños diferentes, pero eso no era un obstáculo. Se le subía o bajaba el dobladillo, se le hacían o quitaban pinzas, Loren siempre supo qué hacer para que el pantalón nos quedara perfecto a todos, incluido el inseparable Rolando, otro gran amigo que se nos fue demasiado temprano. Ni hablar de cómo “resolvió” el problema de la cerveza en aquellos memorables carnavales del 70: como había verdadera matazón para comprar la “perga” de cerveza, Lorenzo agarró un cubo nuevo y nos fuimos todos con él al muro del Malecón. “El Loren” se perdía en la multitud y al poco rato llegaba, feliz y victorioso, con un cubo lleno de cerveza. Nosotros rellenábamos cómodamente nuestras “pergas” vacías y éramos la envidia de los que nos rodeaban. Todo lo disfrutaba a plenitud, con intensidad. En las fiestas, todas queríamos bailar con él. Nunca he visto bailar a nadie como a Lorenzo, sus movimientos eran contenidos, sugerentes, sensuales, elegantes, nada que ver con la forma en que se baila ahora.

Son tantos y tantos los recuerdos, todos alegres, que tengo de Lorenzo, que no tendría para cuándo acabar. En su trabajo fue un perfeccionista, como diseñador, en la dirección de arte de sus películas, en todo. Dominaba su especialidad y tenía un buen gusto exquisito. Nunca he conocido a nadie tan responsable en su trabajo como él. Comenzó en la película Esther en alguna parte ya enfermo, aunque no lo sabíamos. Pensamos que sus dolores eran cosa de los años, y de los nueve pisos que tenía que subir y bajar todos los días, varias veces, porque el elevador de su edificio hacía más de un año que estaba roto. Tuvo que mudarse, otra vez, a mi casa. Desde mi cuarto lo sentía, buscando alguna posición en su sofá, un butacón, algún lugar que le permitiera dormir. Y así se iba a trabajar, con el alma. Hasta que un día ya no pudo más y empezaron las pruebas, las placas, los análisis. Y comenzaron a llegar las malas noticias. Conmovía oírlo hablar por teléfono con sus amigos que lo llamaban constantemente de todas partes del mundo: “Aquí voy, mejorando, voy a salir de esta”.

Chijona lo escogió siempre para que le hiciera la dirección artística de sus películas. Lorenzo era un gran conocedor de la cultura cubana y la calidad de su trabajo estaba garantizada, no se le iba un detalle de nada, todo tenía que armonizar a la perfección: la música, el vestuario, la escenografía. Quiso el destino que su último trabajo en el cine fuera, justamente, en la película basada en la novela de mi hermano Lichi, que era, además, la novela preferida de Rapi. La música la compone mi primo José María Vitier; Chijona, amigo entrañable de nosotros tres, con una amistad que comenzó, también, hace más de 40 años, es su director y guionista. La película es un canto a la amistad, a “la amistad a primera vista”, como fue la amistad que nos unió desde el primer día con él.

Lorenzo murió a consecuencia de un cáncer de pulmón, en la casa de Camilo, uno de sus mejores amigos. No le faltó ni un segundo el cariño de sus familiares —su madre, Thelma, su hermana, Lolitica, y su tía Rita— y amigos, de todos, los que vivimos aquí y los que viven fuera de Cuba. Es cierto que La Habana no será la misma sin Lencho. Yo no sé todavía qué voy a hacer cuando necesite, como necesité tantas veces, su compañía. Pero sé que lo encontraré —lo encontraremos— siempre, en algún lugar de esta ciudad que tanto quiso y disfrutó. Y recordaré siempre su optimismo y su alegría, su generosidad y lealtad, su sonrisa y su inmenso corazón.


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