Jorge Semprún, la memoria de Europa
Con la muerte de Semprún se pierde parte de esa memoria que supo transmitir como un legado indispensable
Martes 7 de junio. París amaneció bajo un cielo gris, nostálgico, rompiendo el ritmo de un verano precoz que parecía había llegado para durar. Tal vez fue esa ruptura repentina, del quiebre de la luz a un cielo sombrío, lo que suscitó ese sentimiento de extrañeza que sentimos los que venimos del trópico cuando el cielo se cierra y el sol desaparece, lo que me sumió en un estado de ensoñación que dio curso al mecanismo del recuerdo. ¿Por qué fue la bella figura altiva y generosa de Jorge Semprún la que me acompañó durante ese martes en mis cotidianos desplazamientos por París? Es cierto que hacía algún tiempo que no lo había visto; nos habíamos hablado por teléfono y teníamos proyectado un encuentro. Sabía que estaba enfermo y me dije: no voy a llamarlo para no molestarlo, mañana pasaré por su casa y le dejaré una nota. Pero su presencia persistió en el recuerdo. Percibí con nitidez nuestro primer encuentro en La Habana, cuando acudió a las celebraciones del 26 de julio de 1967 y luego al Congreso Cultural, el frente intelectual que debía sumarse a la guerra revolucionaria continental que Ernesto “Che” Guevara ya había puesto en marcha al frente del primer foco guerrillero en Bolivia. Lo recordé como siempre le fue: amable, atento, sonriente y luego pasaba a una suerte de ensimismamiento, seguramente atesorando cada instante para convertirlo en recuerdo: porque Semprún era un protector de la memoria, del recuerdo; y de ese atesoramiento de memorias está hecha su literatura. Y vuelvo a la pregunta: ¿por qué su recuerdo me acompañó todo ese día; cuál es el misterio de esa comunicación que se da más allá de la presencia física? porque durante esas horas en que su recuerdo me acompañaba en los metros y autobuses en los que me desplazaba por París, él estaba emitiendo sus últimos suspiros. Cuando por fin llegué a mi apartamento y encendí automáticamente el televisor, anunciaban que el “gran escritor español acaba de morir en París en su apartamento de la rue de la Université”, una calle vecina de la calle en la que vivo. Ya no iría a depositar la nota que tenía proyectada en su buzón.
Pese a su porte de hidalgo español, siempre conservó una agilidad y un talante de adolescente, tal vez porque siendo aún adolescente fue deportado al campo de concentración de Buchenwald por haberse sumado a la resistencia francesa contra los alemanes. Tal vez porque consideraba que su “nacionalidad era la de un deportado de Buchenwald” y que la historia le había evitado la crisis de adolescencia, que ésta permaneció como un signo de su persona.
Su historia personal es la de los episodios más trágicos de la historia de Europa: con su muerte se pierde parte de esa memoria que supo transmitir como un legado indispensable. Vivió de cerca las consecuencias de la Guerra Civil española, el totalitarismo nazi, luego, como miembro del Partido Comunista Español, el totalitarismo estaliniano. Nieto por parte de madre de Antonio Maura, presidente del Gobierno de Alfonso XIII, desde la infancia su vida estuvo marcada por el exilio. Su padre fue diplomático de la República en La Haya; cuando estalla la guerra civil, se instala en París con su hijos adolescentes, —Semprún quedó huérfano de madre, a los ocho años. Al ser ocupada Francia por los alemanes, el adolescente Jorge Semprún, estudiante brillante de filosofía en el selecto Lyceo Henri IV y de la Sorbona, se suma a la resistencia francesa. Arrestado por la Gestapo, torturado, es deportado a Alemania al campo de concentración de Buchenwald. No fue sino en 1963 que Semprún pudo escribir sobre su experiencia en Buchenwald. En su primera y fascinante novela, El largo viaje, narra el trayecto de Francia a Alemania en un vagón destinado al trasporte de animales. Experiencia alucinante en donde cien personas vivieron, durante los días que duró la travesía, la experiencia del hacinamiento entre lágrimas, gritos y excrementos: algunos murieron durante el trayecto; esa experiencia prefigura lo que sufrirían después los prisioneros que llegaron vivos a Buchenwald. Luego en Aquel domingo, Semprún narra la vivencia en el campo de concentración. La trama narrativa se desarrolla en un solo día: un día de domingo; día en el que los prisioneros disponían de algunas horas libres de las actividades del campo. Es un domingo de invierno, un domingo que tiene vísperas y días pasados, que le sirve de trama para rememorar la experiencia de un adolescente en un campo de la muerte. Se trata de un ejercicio sutil, poético en el que la memoria se despliega y se adentra en todos los vericuetos del ser, de las sensaciones, y del horror. Años después, Semprún declaraba en una entrevista que lo que no logró, y que nunca lograría transmitir mediante la palabra escrita, y que esa sensación se iría con él, era el olor de carne quemada que se escapaba de la chimenea del horno crematorio en donde eran incinerados los prisioneros. Pero es en La escritura o la vida, en donde él va más al fondo de la experiencia concentracionaria
Al terminar la guerra y ser liberado de Buchenwald por el ejército estadounidense, regresa a París y se adhiere al Partido Comunista Español, del que es expulsado por divergencias ideológicas; experiencia que narra en la Autobiografía de Federico Sánchez (1977), libro escrito en español, pues Semprún, al igual que Beckett y Cioran, optó por el francés como lengua literaria. En la Autobiografía de Federico Sánchez —su seudónimo en la clandestinidad—, desmonta el mecanismo del totalitarismo comunista narrando los incidentes del tribunal encargado de expulsarlo del Partido Comunista presidido por La Pasionaria y por Santiago Carrillo. En los vaivenes que va operando su memoria, centrada en su experiencia con el otro totalitarismo, el comunista, surge el recuerdo de su experiencia en Cuba y de su primer y único encuentro con Fidel Castro, que le valió una percepción temprana del rostro verdadero del castrismo. De ese encuentro, que califica de “intercambio de vulgaridades inconsistentes”, dice que “no piensa que sea necesario narrar esta única entrevista con Fidel Castro reproduciendo ideas sobre la producción de cítricos”. Se debe aclarar que la entrevista y la perorata sobre la producción de cítricos se realizó a las 2 de la mañana en el Estadio Nacional después de que Fidel Castro terminó de jugar un partido de baloncesto. En Aquel Domingo le dedica también un párrafo al castrismo aludiendo a la guerra civil “que es en lo que los comunista han sido lo más eficaz”, como “si el espíritu militar fuera consubstancial con el comunismo”. Es “mediante la guerra, el espíritu militar —y pronto militarista— que movimientos al principio alejados del marxismo, incluso opuestos a éste, como el castrismo y sus derivados latino-americanos, terminaron por encontrarse en el templo de la Santa Iglesia comunista, en los rangos marciales herederos del difunto mariscal Stalin”. Prosigue afirmando que el comunismo del siglo XX “fracasó en todas las revoluciones que ha inspirado, pero fue exitoso de manera brillante en algunas guerras decisivas. El fracaso de la revolución en el ámbito de la reconstrucción social, empuja ineluctablemente a la expresión de las armas, que sean éstos soldados afrocubanos, árabes o amarillos interpuestos”.
Semprún considera que Solzhenitsyn le dio a la revolución rusa su dimensión de catástrofe histórica. Igual se pude afirmar de la de Cuba, igual de la de Venezuela hoy.
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