Actualizado: 23/04/2024 20:43
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La carne de Samuel

'La edad de la peseta', candidata cubana a los Oscar: ¿Sabe Pavel Giroud lo que es el comunismo?

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Las grandes decisiones

En otra escena clave, el árbol de Navidad que han levantado en la peletería Redondo se derrumba y cae en los pies de Alicia. La desdichada mujer recoge del piso una esfera inscrita con la fecha 1959: Alicia entra por la madriguera del conejo y alcanza a ver, en la bolita de cristal, el futuro de Cuba. "Si ahora tengo treinta y pico, ¿qué edad tendré en el año dos mil?", pregunta, alelada. "Setenta y pico. Tendré setenta y pico en el dos mil", se responde a sí misma. Sobra decir que estamos en 2007 y que nadie que no fuera cubano habría entendido la macabra obviedad.

Es curioso que una película de dos jóvenes cineastas de la Isla pase por encima de 48 años de ICAIC para entroncar con un filme de 1958 protagonizado por Rolandito Barral y Minín Bujones. En esa perla del kitsch que es Con el deseo en los dedos, Minín representa a una escultora inconformista que se debate entre el amor platónico del atlético Jorge Félix y la seguridad económica que representa el comerciante Enrique Santiesteban.

También Alicia sacrifica el ardor de los chulos habaneros por entregarse en cuerpo (aunque no en alma) a la estabilidad que le promete el peletero gallego. Resulta imposible no leer aquí un comentario sobre la actualidad y, tal vez, hasta un retroactivo reproche: "¡Ay Cuba, si solamente hubieses sido igual de sensata!".

Por fin, consumada la educación de Samuel, llega el annus terribilis, y con él, la hora de las grandes decisiones. El tendero y la empleada ven en la televisión el arribo a Boyeros de Anastas Mikoyán, y ya son Gala y el Ángelus de Millet inmediatamente precedidos por el arribo de la anamorfosis cónica. (Antes habíamos rascabucheado el sexo de una ninfeta por otro "televisor" abierto en las tablas).

Sospecho que esta película contiene una cita de aquel chiste cruel en que la madre promete a su hijo ciego que recobrará la vista: Samuelito se orina en la cama y prefigura el automatismo eyaculante del triunfo revolucionario; pero lo que llega con el nuevo año es lo contrario de una epifanía.

Una concesión inútil

Sentados frente al televisor, a la vista de Mikoyán, Don Ramón y Alicita deciden emigrar a Miami ("por tres meses, a lo sumo"). La abuela, sin embargo, resuelve quedarse. Don Ramón insiste: "La revolución está bien, Violeta, ¡pero el comunismo es otra cosa!", y la fotógrafa argumenta: "Yo no hablo inglés". La frase que sigue es uno de esos bocadillos destinados a hacerse famosos porque condensan en un par de sound bytes el espíritu de una época.

Digamos que todo Sunset Boulevard se resume en el célebre "Mr. DeMille, I'm ready for my close up", y que, llegado su turno, Samuel, precursor de Eliancito y heredero de René, entona, a voz en cuello: "¡No me importa si lo que viene es el comunismo, yo me quedo!", y que con esas palabras mágicas La edad de la peseta entrega su libra de carne al Partido.

La frase logró levantar un par de aplausos desganados en las últimas lunetas, y los cubanos del público quedamos reducidos, ipso facto, al papel que nos asigna el gran cinerama revolucionario. Cualquiera creería que Pavel Giroud no sabe lo que es el comunismo, aunque de haberlo sabido —de haber probado su cizaña— no debió haber hecho nunca una concesión inútil que busca el aplauso de extraños.

O quizás me equivoco, y lo que puso en boca de un niño es la consigna obscena de su generación, una versión cubiche de "Frankly my dear, I don't give a damn!" (¡Francamente, mi niña, me importa un coño!) , a sabiendas de que ya antes, al final de otra guerra civil, Rhett Butler había dejado sin respuesta la pregunta de Scarlett la Roja con esas mismas palabras.

  • Tráiler del filme 'La edad de la peseta'

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