Actualizado: 18/04/2024 23:36
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La carne de Samuel

'La edad de la peseta', candidata cubana a los Oscar: ¿Sabe Pavel Giroud lo que es el comunismo?

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Alicia es una madre soltera que arriba a la capital con Samuel, su hijo de diez años. Madre e hijo se bajan en la estación de trenes y caminan por las calles iluminadas de una ciudad moderna. Radio Reloj da la hora con distantes anuncios de Mejoral, Hatuey, Jabón Candado y la noticia de unos rebeldes que operan en las no menos distantes provincias orientales.

Transcurren los penúltimos minutos de la era anterrevolucionaria, y en la próxima hora y media, Pavel Giroud y Arturo Infante —director y guionista, respectivamente, de La edad de la peseta— nos evitarán a toda costa cualquier encontronazo con "el exterior". El resultado es la más interiorizada fantasía republicana que haya producido el cine cubano desde que Titón nos mantuviera diez años encerrados en el palacete de Flor Loynaz.

Y es que La Habana extramuros está irreconocible. Mientras los petrodólares den para crear ambientes de puertas para adentro, preveo una avalancha de dramas de alcoba donde nadie asome la nariz a la calle. Pero hay otras, y aún más fascinantes interioridades, en el filme de Giroud: Violeta, la abuela de Samuel, es una española habanera que se dedica a la fotografía. Un día le enseña al niño cómo empapar moticas de algodón en pintura de óleo.

Cuando la vieja hace el retrato de una difunta adolescente, la madre de la modelo pide que le pinten a la muchacha "con los ojos abiertos". Ahí está una de las claves de la película, pues lo que Giroud logra en ella es nada menos que la imagen retocada de una Cuba muerta en la flor de la vida.

Desfasajes buñuelescos

Hay hasta cierta afinidad entre La Habana de Andy García en TheLost City y la de Pavel Giroud en La edad de la peseta: ambas son igualmente artificiales e igualmente subidas de tono. Lo mismo que la "edad" de que se ocupan Giroud y García, el edificio Bacardí y Tropicana aparecen restaurados en sus respectivas películas. La obra de renovación y remozamiento promovida por Eusebio Leal es un esfuerzo similar por retrotraer las glorias del pasado. Pero si el Bacardí y Tropicana son el presente de Cuba, entonces nuestro futuro yace en el pasado, ¡y nuestro pasado en el futuro! La edad de la peseta está llena de desfasajes buñuelescos que le impiden lograr una completa ilusión histórica.

Tampoco es que ésa sea la intención del cineasta: el diálogo de Arturo Infante busca más bien reproducir la bidimensionalidad de fotonovelas republicanas. El personaje de Alicia (Susana Tejera), como la femme fatale que ha sufrido "un fracaso", y el de Don Ramón (José Ángel Egido), el dueño de la peletería Redondo, como el gallego "con el corazón de oro", lindan en el grotesco virgiliano.

El caso de Samuelito (Iván Carreira) es ya otro asunto: al convertir al niño en un oscuro objeto de deseo cinematográfico, el sagaz guionista de Gozar, comer, partir parece entregarnos en bandeja de plata la carne de René —y la de Elián.

En el Cinerama de Sunset Boulevard donde fui a verla, los pasajes nabokovianos de La edad de la peseta provocaron tosecitas secas: ni la misma Lolita había ido tan lejos. Samuel no sólo aprende a besar en los labios manchados de una tuberculosa, sino que un poco más tarde, Violeta (interpretada por la actriz española Mercedes Sampietro) lo sorprende practicando el ósculo infame en la cabeza de una virgen de yeso.

Ya era bastante pedirle al público angelino que se enfrentase a una incursión cubana en el realismo capitalista. Que en el ambiente de histeria que vive hoy América, con sus terrores pueriles y sus represiones anales, un putto de diez años interprete el papel del galán en una comedia romántica, ha surtido el efecto del Amor Vincit Omnia caravaggiesco.

En La edad de la peseta, la novela de formación corre paralela a la historia de Cuba. En una escena perturbadora, Fidel responde en inglés a las preguntas de un periodista que lo entrevista en la Sierra. "Mi objetivo es la capital", dice, hablándole a la cámara con una sorprendente vocecita que recuerda el timbre de Mike Tyson o de Tiny Tim. Entonces se nos descubre el hijo bastardo de otro gallego y de otra madre "perjudicada", y el infantilismo subyacente de quien está a punto de propinarle el beso de la muerte a la ramera capitalina.


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