Actualizado: 25/04/2024 19:17
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CON OJOS DE LECTOR

La Condesa ya tiene quien la escriba

María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin, es la protagonista de la última novela del canadiense Jacques Hébert.

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Sus veladas llegaron a ser las más famosas de París

Cangis acompaña a Mercedes cuando se traslada a Madrid. Va a conocer a su madre, quien la dejó para trasladarse a España, poco después de que ella nació. La condesa de Jaruco lleva allí una vida mundana muy intensa, pues además de sus aventuras galantes tiene que cumplir sus deberes como dama de compañía de la reina. Por eso se ocupa poco de sus tres hijos, y cuando muere, en el esplendor de sus treinta y cinco años, la narradora apunta que dedicó a Mercedes menos tiempo que a su gato. Y con mucha ironía agrega que, a su manera, se puede decir que de una alcoba a la otra (Carlos IV, Godoy, Fernando VII, José I), la condesa de Jaruco sirvió bien a España.

Antes de fallecer, ésta pudo asistir al matrimonio de su hija con el general Merlin, quien a Cangis le parece "un hombre honesto, de una delicadeza exquisita con la inocente Mercedes, actitud muy admirable en un asesino profesional". Es así como en diciembre de 1813 llegan a París. Algún tiempo después, Cangis Congo pasa a ser libre y obtiene la ciudadanía francesa. En su relato hay, cómo no, páginas dedicadas a las veladas que organiza la Condesa en su salón, y que llegaron a ser las más famosas de la ciudad. Comenta que ésta poseía una voz soberbia, sonora y penetrante, y que hubiese sido una cantante célebre de no habérselo impedido su rango social: una condesa evidentemente no puede cantar por dinero ante el público.

Aunque se había jurado no poner los pies más en Cuba, acepta acompañar a la Condesa en su viaje a La Habana. El propósito que la llevó a organizarlo es escribir un libro sobre su país natal, cuya publicación además la ayudará a mantener sus finanzas (el año anterior había muerto su esposo). En la Isla, las diferencias de opinión de ambas afloran y se ponen de manifiesto. Para Cangis, en su carta al barón Charles Dupin la Condesa se muestra ambivalente respecto a la esclavitud. Considera justa la abolición, pero no la emancipación de los esclavos. La primera es para ella un abuso escandaloso de la fuerza; la segunda, una violación y una expoliación de la propiedad.

Asimismo cuando escribe sobre la situación de las mujeres cubanas, Cangis la corrige: de ciertas mujeres, las pertenecientes a la aristocracia. No incluye a las guajiras ni a las esposas de artesanos, obreros y pequeños funcionarios. Eso por no hablar de los cientos de miles de mujeres esclavas, que trabajan diez horas diarias y envejecen prematuramente en las plantaciones. Y cuando la Condesa se refiere a la ignorancia de la población de la Isla, expresa: "Sin maestro y sin escuela, yo, la muy pequeña esclava Cangis, enseñé español y francés a la muy ignorante hija de la condesa de Jaruco".

En la última parte de su diario, Cangis se ocupa extensamente de la relación que tuvo la Condesa con Philarète Chasles, un ser mediocre, vil y despreciable que se decía filósofo, y que veía en ella la última esperanza de ser reconocido en los medios intelectuales parisinos. A través de las cartas que ella le escribió, anota la narradora, se vive un drama con sabor romántico, con el cual su viejo amigo Balzac hubiese escrito un folletín impresionante. La Condesa estaba ciega y puso a Philarète en un pedestal. Lo cual lleva a Cangis a concluir: "El amor no sólo es ciego, sino también completamente idiota". Al igual que en otras ocasiones, ella trató de abrirle los ojos, mas terminó prometiéndose que en lo sucesivo evitaría como al mismísimo cólera el mencionar el nombre de Philarète, quien tan eficazmente contribuyó a la ruina de la Condesa.

No puede decirse que La Comtesse de Merlin sea una gran novela, y tampoco creo que aspire serlo. Su principal mérito es reconstruir documentadamente la vida de la Condesa y conseguir hacerlo de una forma entretenida. Hébert se limita a seguir puntualmente los hechos, y no duda en incorporar a su texto numerosas citas de textos pertenecientes a aquélla. El único recurso imaginativo que ha añadido es el relato de Cangis, que aporta un punto de vista más matizado. La perspectiva desde la cual construye su imagen de la Condesa se sustenta en el cariño y la admiración, pero eso no la lleva a renunciar a los detalles críticos ni a ser complaciente. Por ejemplo, cuando a los doce años Mercedes obtiene de su padre la libertad de la esclava que la crió y de sus tres hijos ("después de todo, sus hermanos de leche"), Cangis reconoce que se trata de un gesto generoso y sensible. Mas no puede dejar de expresar que la niña dispone a su manera de la existencia de cuatro seres humanos, como si se tratasen de una gata y sus tres gatitos.

Asimismo la narradora no hace concesiones cuando se ocupa del mundo de los blancos. Para ella, éstos constituyen un misterio, pues son capaces de concebir una ciudad tan maravillosa como Cádiz y, al mismo tiempo, aceptar y, peor aún, alentar la esclavitud en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Reconoce la grandeza de Bartolomé de las Casas, pero piensa que siempre le reprochará el no haber escrito una obra muy necesaria, La destrucción de los negros. Ella, que venía de un reino tenido por "salvaje", se horroriza con los escandalosos amoríos de la reina María Luisa de Parma y Godoy, las pequeñas orgías que el padre de la Condesa organizaba en su palacio habanero y el loco y desvergonzado frenesí con que vivió la condesa de Jaruco. Es precisamente su condición social y étnica lo que la lleva a Cangis a ser, en lugar de un alter ego de la Condesa, una especie de antagonista de la sociedad a la cual ésta perteneció.


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