Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Iñárritu, Cine, Arte 7

La insoportable levedad de González Iñárritu

Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades tiene quizá demasiado de 8 y 1/2, la película de Fellini, y ello más que guiño y apropiación parece plagio burdo

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Alejandro González Iñárritu (México, 1963), quien ahora se firma Alejandro G. Iñárritu, entró con el siglo y por la puerta grande con su primer largometraje, Amores perros (2000), una película extraordinaria y novedosa que tuvo gran influencia entre sus contemporáneos. Demostró poseer un talento inusitado y una visión revolucionaria de la narrativa cinematográfica.

Como el filme fue un éxito de crítica y de taquilla, Hollywood lo captó inmediatamente y una vez en Estados Unidos comenzó a hacer filmes “independientes”. El primero fue 21 gramos (2003), un filme interesante pero demasiado pretencioso y luego, en 2006, realizó Babel, un filme bien hecho, menos pretencioso, que le valió varias nominaciones al Oscar. En 2010 realizó Biutiful, un filme condescendiente y que se puede inscribir en lo que en Hollywood se entiende como cine “intelectual”. Este le valió nominaciones al Oscar y a la Palma de Oro de Cannes. Le siguió, en 2014 Birdman, una película muy bien realizada pero que temáticamente es más fuegos artificiales que peso narrativo, pero le concedieron cuatro óscares y fue ungido como uno de los directores favoritos del cine americano. Finalmente, con The Revenant, al año siguiente, volvió a ganar el premio de la Academia a la mejor dirección, aunque este filme tiene más de artesanía que de arte.

Ahora, después de veinte años, Iñárritu regresa a México con el propósito de filmar una obra introspectiva, con elementos autobiográficos, su 8 y 1/2. Y tiene quizá demasiado de la obra de Fellini, que más que guiño y apropiación, parece plagio burdo.

En Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades, Silverio, un afamado director de documentales que va a recibir el premio más importante que se concede en Estados Unidos a un director de documentales, regresa a México tras veinte años de ausencia, para también recibir su homenaje. Es el primer latinoamericano en recibir dicho premio, lo cual lo hace aún más especial.

La narrativa, cargada de imágenes oníricas y en donde la realidad se confunde con lo imaginado y la temporalidad, en momentos, ceda de existir, nos lleva a ver a Silverio reencontrándose con sus viejas amistades, reflexionando sobre la vida que dejó, sobre lo que otros piensan de él, su relación con su familia y con su país de origen, así como de Estados Unidos.

Iñárritu se adentra en los temas de la identidad nacional, del racismo y la desigualdad social, las disyuntivas familiares y sobre todo el perder un hijo que solamente sobrevivió treinta horas a su nacimiento, algo que pesa fuertemente sobre toda la familia, sus relaciones con sus dos hijos, criados principalmente en Estados Unidos y que prácticamente se expresan mejor en inglés que en español.

El primer problema del filme es el personaje de Silverio. La confección del personaje, un exitoso y acaudalado documentalista, pone en crisis la necesaria suspensión de la incredulidad que toda obra de ficción requiere. Silverio es la antítesis del Cliff Stern de Woody Allen en Crimes and Misdemeanors. Pero más allá de eso, el personaje se pasa la película perennemente amargado, apenas tiene matices emotivos y siempre resulta condescendiente, superior a todos.

Otro problema del guion, del propio Iñárritu, es que, a pesar de tocar temas interesantes y dignos de discusión, todo está presentado como una clase de quinto grado. Los diálogos, cargados de gravedad significativa, tienen un contenido pueril y son lanzados como monsergas más propias de un discurso político que de una conversación entre amigos, aunque a veces los trata de suavizar con cierta ironía.

El resultado es una jeremiada contra la sociedad y el arte moderno, llena de pequeñas diatribas superficiales que parecen más un pataleo inmaduro que una meditación. Y después del encuentro de Silverio con Hernán Cortés, encima de los cadáveres de los mejicanos asesinados y con citas de Octavio Paz, el filme pierde todo su ritmo y lo que sigue se pudo haber quedado en el piso de la sala de edición.

El filme es visualmente extraordinario, y a ello contribuye mucho la fotografía del iraní Darius Khondji, siempre excelente, que se convierte en un elemento narrativo muy superior al lenguaje oral del filme, que atraviesa con facilidad de lo real a lo onírico y mantiene el interés en una trama que en realidad resulta hueca.

Daniel Giménez Cacho, un excelente actor, hace lo que puede con un personaje sin matices. Está en casi todas las secuencias del filme y convierte al resto del elenco en verdaderos personajes complementarios, pero lo que hace, lo hace muy bien.

Cansina y cansona, la película tiene un discurso lleno de gravitas, con una solemnidad que se deshace porque termina siendo demasiado superficial. Es un filme lleno de pretensiones, pero falto de resoluciones.

Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades. (México, 2022). Dirección: Alejandro G. Iñárritu. Guion: Alejandro G. Iñárritu y Nicolás Giacobone. Director de fotografía: Darius Khondji. Con: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani y Ximena Lamadrid. Disponible en la plataforma de Netflix.


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