Literatura, Literatura cubana, Poesía
La niebla de Miladis Hernández Acosta
Este poemario tiene como asunto sucesos, dones, derrotas y victorias, crónicas, paisajes, veredictos, almas y sitios de diversas latitudes
Miladis Hernández Acosta ha publicado por la batalladora D’McPherson el poemario La niebla del paraíso.
Ella nació en la ciudad cubana de Guantánamo, en 1968, y aún vive allí, donde el calor calcina. Pero, mediante sus poemas Miladis “visita” diversas ciudades y regiones de todo el mundo; principalmente las más distantes de su casa, muchas de ellas en territorios donde hay tantos días y noches de “crudo invierno”, de sol suave —Viena, Vancouver, Nueva York o Ucrania.
La niebla del paraíso, en sus 142 páginas muestra un gran poderío expresivo así como un sobresaliente sentido del ritmo, entre otros bienes como podrían ser ese filosofar que caracteriza a cierta poesía: “Me miro en la arena como si la vida fuera un desierto; o el poder de observación para el entorno que se les atribuyen a “los poetas y otros seres sensibles”, aquí un solo verso como un arrullo en medio del grito, un “descubrimiento” que ya sabíamos pero sobre el que nadie nos había alertado: En ese raro letargo que producen los domingos.
Este poemario tiene como asuntos —que temática es otra cosa— sucesos, dones, derrotas y victorias, crónicas, paisajes, veredictos, almas y sitios de diversas latitudes. Ejemplos: “Medio Oriente”: ¿Cuál es la región menos dañada o la manada perfecta?/ ¿Cómo se hace una hoguera o se quema un rey/ Con sus posibles lacayos?; “Impacto/Israel: En el documental se ve como el niño israelita/ Esconde en su espalda un libro cuyo título es Revolución/ Y eso me impacta como todas las franjas/ O fosas comunes que llevamos en las venas o “Fotografía/ Mongolia”: La grulla damisela anida en la pradera/ Capto la sinuosa amarillez del lugar e insisto atraer/ La emboscada trunca para desprenderme/ O aproximarme al relieve/ Donde la grulla damisela empalma/ Su salvaje muerte para saciar el deseo.
Leyendo estos poemas nos llega, como de chanfle, una personalidad combativa, pero mediante la serenidad, la sapiencia, y aun con basamento en algo que los “críticos líricos” no conciben en un poeta: la objetividad. Van de ejemplo estos versos, de varios del mismo corte que aparecen en La niebla del Paraíso, sin que merme la metáfora: Ruinas de naciones tercermundistas que para sostenerse/ Han de sangrar los perros/ Y los inútiles peces que metemos en cristales.
La poesía de Miladis Hernández Acosta, al menos en este poemario, llega espontánea, por rachas vinculada con una ingenuidad real o aparente. La poeta se queja, pero no llora; asimila el golpe y lanza el contrataque.
Aunque parezca una paradoja, al leer este libro no puedo evitar relacionarlo con la llamada “poesía social”. Sirvan de ejemplo: “Por ese futuro que se ha ido a la orilla —varada— de los cielos” (“serie de “Ucrania”); o Ha tragado ese —enfriamiento— o el SOS como signo de angustia/ Por inmaduros cereales o el magma fértil de la Virgen que ha llorado/ Tanto como yo por el conteiner del agua salada allá en la isla/ Y los muertos como esbirros de la espuma.
Algo que asimismo llama la atención en La niebla del paraíso, y que sin dudas mucho agradecerán los lectores —sobre todo las lectoras, me atrevo asegurar—, resulta la franqueza con que Miladis expone lo que podría parecer secreto, razón del pudor, ese paso que es mejor obviar.
Poesía de la franqueza, enfatizo, con ese tono de quien está hablando con uno, de manera directa, pero mediante un relampaguear de luces y sombras que, finalmente, nos remite a la transparencia que tanto anhelamos cuando, como en este caso, se nos convoca a transitar por los temas eternos que han movido hasta hoy las pasiones del ser humano.
Cierro estas líneas con algunos —solo algunos— de los versos de La niebla del paraíso que, sin renunciar al poema matriz, se independizan, toman vuelo propio: O danza cautiva de mujeres con velos negros y almidones en los ojos, Ojalá que detrás de cada muro solo existan tulipanes, Sintiendo esa felicidad de ser amada entre la nieve y las campanas o Y la blanca doncella que desanda por el dorado bosque de Vancouver.
Adelante.
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