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La Paty

Los traumas que internacionalistas y mercenarios dejan detrás de sí

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Mi trabajo consistía en sumar y multiplicar cientos y cientos de pagarés que varias empresas me enviaban diariamente. Aburridísima esa labor. Números y más números, que no me hacía gracia tanto suma que suma y dale que dale a las teclas muy rígidas de la calculadora rusa. Al final de la jornada, quedaba con mis dedos hinchados. Mira mi dedo pulgar lo chueco que está. ¿Lo ves? Lo usaba para apretar la tecla de sumar. Y mira este otro lo jorobado que está. Con él apretaba la tecla de multiplicar.

Pues una mañana estaba yo sumando y multiplicando cuando noté que uno de los pagarés traía un dibujito en la esquina derecha, bien arribita. Muy cómico el dibujito. Una gordita tipo Botero con carita redondita-redondita y ojos pequeñitos-pequeñitos, y muchas pestañas largas y gruesas, muy gruesas. Y ni hablar de su risa: de oreja a oreja y mostrando dientes, lengua, campanilla y todo. Era algo fresco y alegre comparado con la rutina de mi labor, al dale que dale a las teclas de la calculadora rusa. Bueno, en aquella época estaba prohibido decir rusa. Había que decir soviética. ¿Te acuerdas?

Mi primera reacción fue sonreír, y luego reír, hasta que no pude más y solté una carcajada tan escandalosa que más de uno en la oficina se volteó para mirarme con cara de, el compañerito se volvió loco. Porque había que decir compañero, ¿te acuerdas?

Busqué el nombre del firmante del pagaré. Fue una tal Paty, y como no la conocía, busqué su número de teléfono en el directorio de la empresa. Lo encontré y lo marqué, y una vocecita risueña dijo, “buenos díaaaaas”. Le dije, “gracias por el dibujito”.

Entonces ella me preguntó si podía mandar más, y le respondí que sí. Y nos despedimos.

Paty envió todos los dibujitos que quiso. Más o menos una docena diaria. Que llegué a preguntarme en qué momento ella hacia su trabajo.

Por cierto, muy buena dibujante la Paty. Tremendos trazos. Y las líneas y curvas, excelentes. Todo muy simple y con mucha gracia y sobriedad.

Sin embargo, un par de meses después, Paty cambió su estilo drásticamente. Paty vistió a sus gordas con vestidos y zapatos rimbombantes, y les colgó collares y aretes, y las peinó y maquilló de tal forma que ya no se parecían a las gordas de Botero sino a Juana Bacallao y Celia Cruz.

Llamé a la Paty para coméntaselo. Le dije, “Paty, tus dibujos se parecen a Juana la cubana”. ¿Qué me contestó? Pues dijo, “me casé”. “Soy feliz y por eso los peinados, colores y vestidos, y…”

La felicité. Le dije, “de saberlo, te hubiese hecho un regalito de boda”. Y ella me dijo, “gracias, muchas gracias, es que todo fue de corre-corre porque se llevaron a mi marido para la guerra en Angola”.

Le deseé buena suerte a su marido, y le pedí que continuara dibujando, pero que, por favor, retomara su simplicidad anterior, esa espontaneidad que tanto me hacía reír.

Me complació. Ese mismo día recibí un par de pagarés con dos gorditas tipo Botero. Las muñequitas parecían estar felices, muy cómodas con la gordura. Y de esa manera procedió por cinco o seis semanas, hasta que una tarde recibí un pagaré con una gordita mucho más barrigona, como inflada. El hecho me intrigó tanto que llamé a Paty por teléfono.

“Mi marido me preñó antes de que se lo llevaran para Angola”, dijo Paty riendo. Tanta era su risa que se atoró y tuvo que colgar el teléfono.

Paty estaba feliz. Se notaba en su vocecita, su risa y sus dibujitos, y hasta en su atoro. ¡No digo yo! ¡Cómo no iba estar feliz con ese regalo en su vientre! Y cuando me llamó un rato después, le pregunté, “¿ya tu marido lo sabe?”, y ella respondió que se lo había contado en una carta, pero no sabía si la había recibido. “Las cartas demoran en llegar”, dijo.

Paty siguió dibujando gorditas, pero cada vez más panzonas, más embarazadas. Aquel barrigón crecía y crecía. Se puso como la barriga de Buda.

Pero quién te dice que un día me llegó un pagaré con una barrigona tipo Buda, pero con ojos muy tristes y lágrimas goteando desde los ojos y rodando sobre las mejillas.

Llamé a Paty por teléfono. Llorando me dijo: “acabo de enterarme de que mataron a mi marido, en Angola”.

Paty lloraba tanto que no pudo hablar, y tuvo que colgar.

Días después me enteré de que Paty sufrió un ataque de nervios. Hubo que llevarla al hospital, donde tuvo hemorragias, abortando los mellizos que traía en su vientre.

Paty enloqueció después de eso. Se volvió loca, de remate.


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