La película del exilio
'The Lost City': Una visión adulterada de los años que antecedieron y continuaron el triunfo de Fidel Castro.
The Lost City es la película del exilio cubano. Dirigida por el actor cubanoamericano Andy García y con guión de Guillermo Cabrera Infante, la cinta acumula clichés, estereotipos y tergiversaciones a un ritmo mayor que los veinticuatro fotogramas por minuto. Pero esto carece de importancia. Tampoco importa la débil trama, la pobreza dramática y un reparto de actuaciones inadecuadas, del que sólo se salva Dustin Hoffman.
Avanza por un mundo perdido quien intente comparar el filme con cualquier realidad vivida o con un pasado más o menos lejano. Carece de significado contemplar las imágenes y descubrir aquí y allá referencias a The Godfather y escenas más cercanas a las representaciones de hogares de inmigrantes —principalmente italianos— propias del cine norteamericano. No vale la pena detenerse en la realidad histórica, cuando lo único real que tenemos ante la pantalla no se ve sino se oye y es la música cubana.
¿Acaso hay que decir que la gran ausente en todo momento es la ciudad, que supuestamente da origen al título? Ni siquiera estamos ante una metáfora. Lo que vemos durante casi dos horas y media es la visión de un exilio —específicamente del llamado "exilio histórico"— de un mundo que nunca existió, pero que vive ahora en la mente de muchos residentes de Miami y otras partes del mundo. Ese es el mérito de The Lost City, lo que la convierte en un producto singular dentro de cualquier cinematografía que en algún sentido esté asociada con Cuba. Por eso vale la pena verla. Esa es la razón principal para verla en un futuro.
Hay que destacar que The Lost City es una película de amor. No precisamente sobre el amor de los protagonistas —uno de sus aspectos más endebles—, más bien sobre el trabajo de amor perseguido por su director para hacerla realidad, luchando contra toda clase de impedimentos y la limitación principal de no poderla filmar en la Isla.
Un empeño así desafía el cinismo inherente a cualquier crítica de cine. No salva, sin embargo, el producto final. Ninguna obra de arte se convierte en un logro artístico a partir de las buenas intenciones. Pero esta tenacidad para expresar una realidad imaginada —y esa capacidad de reunir todos los arquetipos visuales con los que se identifica una población que por demasiados años ha vivido alejada de la patria— convierte a la cinta en una referencia necesaria.
Cuando mañana algunos estudiosos traten de comprender lo que significó ser un exiliado en Miami, tendrán que ver The Lost City. No porque esta ciudad aparezca en la pantalla —ni siquiera se menciona y el protagonista parte hacia Nueva York en busca de nuevas rumbas y no hacia un destino más tropical y cercano—, sino porque resulta imposible encontrar un mejor ejemplo de una visión adulterada de los años que antecedieron y continuaron el triunfo de Fidel Castro el primero de enero de 1959.
La verdadera protagonista
Hablar de adulteración y tergiversación no implica necesariamente —al menos no en este caso— un juicio de valor. La película no es un documental y no pretende reflejar los hechos "tal y como ocurrieron". Lo que quiero destacar es que se presenta una visión de lo ocurrido bajo la óptica de los que se fueron. No es la única aproximación posible a los hechos, tampoco es la más válida. Pero nada de esto le resta razón de existir.
Este punto de vista —la familia patriarcal cubana, la división entre hermanos producto de los acontecimientos políticos, el desencanto y la frustración, el inmigrante que trabaja duro en labores humildes para forjarse su futuro, la salvación por la cultura— tiene igual derecho a ser mostrado que un enfoque épico de los acontecimientos.
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