Actualizado: 23/04/2024 20:43
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Cine

La película del exilio

'The Lost City': Una visión adulterada de los años que antecedieron y continuaron el triunfo de Fidel Castro.

Enviar Imprimir

The Lost City es nuestro anti Chapayev, tan válida y tan llena de imperfecciones como la cinta soviética. Vale la pena pagar la entrada para ver esa representación de un Che Guevara asesino y cínico, como contrapartida a tanto guerrillero démodé que todavía el cine —y especialmente el cine norteamericano—nos intenta embuchar cada día.

Reconozco que aludir al valor de la cinta específicamente para un exilio determinado es dar un rodeo al análisis cinematográfico esencial que deja mal parada a The Lost City. Este ejercicio ya lo han hecho los críticos cinematográficos, en diarios como The New York Times. Pero también es cierto que pasar por alto los significados de la cinta para un público limitado —pero al que está dirigida como su espectador natural— la reduce a competir dentro de una cinematografía en la cual pierde un objetivo sino primordial al menos recurrente: la nostalgia, evidente desde el título.

¿Qué salva a The Lost City para un espectador al que el pasado, el futuro y la posible grandeza o pequeñez de Cuba carece de importancia? Poco de lo que ve. Ni siquiera la belleza serena de Inés Sastre, limitada a unos diálogos escuetos por su pobre dominio del inglés. Mucho o más bien todo lo que oye —si opta por no perder ni un minuto en esos parlamentos sosos que no llegan a la parodia que quizá intentaron y desprovistos de gracia por una solemnidad falsa que el realizador ha tratado de impregnar a todo momento— y es que la música cubana es la verdadera protagonista, por elección del guionista y director y a contrapelo de tanta imagen hueca: triunfadora absoluta por encima de esa historia severa y siempre triste y siempre sangrienta que es el destino de esa isla condenada a la tragedia, desde el primer habitante y el primer conquistador y el último patriota empecinado en traer un cambio que siempre termina en una nefasta repetición.

Un último reproche, y es que The Lost City es demasiado solemne, hasta cuando trata de ser alegre. Hasta en los detalles más íntimos y que debieran ser los más cercanos al espíritu de Cabrera Infante y del cual sus libros son la muestra más evidente y duradera: ausencia total de gracia e ironía. Nada más patético en esta película patética por defecto que el personaje incongruente interpretado por Bill Murray.

Andy García, que ya en el exilio contempla la imagen de la mujer perdida y no sabe hacer nada mejor que recitar los Versos Sencillos de José Martí con voz lacrimosa, y así termina por provocar el espanto en el espectador agobiado para la burla, ya con ganas de levantarse y dejar solo al protagonista, abandonar esa sombra que se esfuma en un guaguancó torpe mientras lucha por recrear un pasado desaparecido.

Un exilio no es una patria ni un mundo ni una esperanza. Apenas el acto de sobrevivir, donde el recuerdo no salva a nadie. Lo mejor entonces es retirarse en silencio, porque —como descubrieron en su momento los viajeros del Titanic— ninguna música puede impedir un naufragio.


« Anterior12Siguiente »