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Literatura, Literatura cubana, Padura

Lo que el viento se llevó

Mi más profundo desencanto y discordancia es el injusto tratamiento que Padura le da a Hialeah, escribe el autor de este texto

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I close my eyes / Only for a moment, and the moment’s
gone / All my dreams / Pass before my eyes, a curiosity
/ Dust in the wind[1]

Hace unas semanas recibí un paquete enviado desde España, al abrirlo me encontré la última novela de Padura, venía acompañado con una nota muy elegante, escrita a mano, en la que me decía que “por indicación de Leonardo Padura…”, mi reacción inmediata después de hojear el libro y encontrar que me había dedicado tres líneas en los agradecimientos —aunque me cambió la última sílaba de mi apellido lo cual no creo que haya sido del agrado de mis antecesores asturianos— fue enviarle a Padura un email agradeciéndole la gentileza y en su respuesta me incluyó cierto compromiso:

“Espero te guste la novela... Y si es así, que la comentes. Todas las ayudas son buenas.”

Tremendo compromiso ya que jamás he escrito una reseña o comentario de una novela, aunque sí de algunos libros sobre temas históricos, sociales o más o menos por esas temáticas. Lo primero sería leerla, pero con más de 660 páginas a mi edad no podía ser de un tirón, tenía que dedicarle un tiempo restándolo a otras lecturas más apremiantes en mi cuerda habitual de intereses, pero acometí la lectura, por poco digo tarea, y en más o menos tres tirones completé la lectura.

Como la novela me gustó y ese fue la única condición, casi nada, impuesta por Padura entonces me lancé a esta novísima, para mí, aventura de reseñar la novela, aunque no creo que con ello resulte de ninguna ayuda para el autor, tampoco creo que realmente la necesite.

La novela está muy bien estructurada, no se podía esperar menos de alguien con más de una decena de novelas publicadas, y cumple la condición básica de atrapar al lector en una trama no lineal en el tiempo y bastante zigzagueante en el espacio. Me sorprendió que es la primera novela en que la trama concluye en una fecha bien definida: el 3 de junio de 2016, abarca toda una época terrible que incluye, naturalmente el ‘período especial’, el inicio de los contactos con la ‘comunidad’ la debacle del Mariel y la del ‘Maleconazo’ con el desgarramiento de una juventud en busca de nuevos horizontes sin promesas, pero con verdaderas esperanzas.

El centro geográfico de la narración se encuentra en el reparto Fontanar, que el autor denomina barrio, en una hermosa casa concebida por los padres, arquitectos, del personaje central: Clara. Ella es a la vez la ‘madre coraje’ que al final también se queda sola en un mundo que se ha derrumbado a su alrededor. Ella es la que ha aglutinado un grupo de amigos que se han autodenominado el Clan.

El Clan se ha constituido básicamente con ‘hijos de papá’ salvo una notable excepción: el médico neurocirujano, Darío, con quien ella se casa y que proviene de los estratos más sórdidos de un solar de Centro Habana y que, a fuerza de una voluntad de novela, ha logrado superar, por lo menos materialmente, sus orígenes. El grupo conforma la primera generación nacida después de 1959 y sus integrantes, como todo vástago de la desaparecida pequeña burguesía habanera, que no se parece a ninguna otra en Cuba, está constituida por profesionales de diversas ramas, pero ello no impide que mantengan una comunicación fraterna, donde no faltan las traiciones y tampoco los desprendimientos.

Como toda novela actual que se respete en el grupo hay un homosexual con su pareja, un negro buena gente; y se presenta un par de episodios lésbicos en que la otra figura femenina vital: Elisa-Loretta es otro centro de atracción-repulsión y contrapartida de Clara. La otra figura femenina de importancia es Adela, hija de Loretta, y que forma la esencia de una intriga que el autor pone como una bomba de tiempo en el primer capítulo, bomba que se ira desarmando, como corresponde a cualquier bomba, lentamente a lo largo de la novela.

Las vicisitudes geográficas van desde Fontanar a Hialeah, incluyendo Madrid, Barcelona, Toulouse en Francia, y una granja caballar en Tacoma, en el estado de Washington, sin excluir otras locaciones menos importantes para la historia como Puerto Rico, Nueva York y París, Florencia y Roma.

Una muerte, ¿homicidio o suicidio?, de Walter, el personaje más descentrado y menos presente en el Clan, junto con la foto, —con los últimos rollos ORWO que ha conseguido en medio del ‘período especial’— que toma el día antes de su muerte en un convite por el cumpleaños número 30 de Clara, también forma parte de la trama a la que se suma la desaparición de Elisa que está embarazada y no precisamente de Bernardo su bello esposo, pero alcohólico y de bajo conteo de espermatozoides, son elementos que se integran al tono detectivesco que tiene por momentos la novela.

Pero como no hay ningún Mario Conde a mano lo que presenciaremos son los interrogatorios ejecutados por una policía a la que los personajes tienen que demostrarle que no son culpables y en particular el homosexual que es el que más sufre de los avanzados métodos de aplastamiento y humillación de un ser humano.

Por razones de mi deformación profesional le presté atención al dibujo de la terrible realidad cubana que llega a niveles, que el que no los haya vivido, considerará una fantasía. Sin embargo, sospecho que muchos críticos dirán que el autor ‘juega con la cadena pero nunca con el mono’, mono que en varias ocasiones aparece como Alguien, así con letra inicial mayúscula, y es el responsable de todos los males, trastornos y desgracias que afectan al Clan y al resto de los ciudadanos de ese empobrecido país. La novela establece y describe ese nivel de deterioro y en particular la preponderancia de la corrupción generalizada y presenta la idea, que comparto a plenitud, que:

“la larga convivencia con la miseria económica, como suele suceder, había engendrado palpables miserias humanas y morales, con toda seguridad más difíciles de superar que las carencias materiales”[2]

Me resultó curioso que Padura aprovechara cierto momento de la narración para insertar una acusación muy vengativa, una forma de desquite sin mencionar el nombre, en contra de una escritora cubana, algo soez, que él considera muy limitada literariamente y que, también según él, se autodesterró aunque siempre había vivido en Cuba, y fuera, como una privilegiada de un poder que la había ayudado a salir del país.

La deformación profesional que ya mencioné más arriba me lleva a cuestionarle al autor el que en su narración dé por algo comprobado y establecido históricamente que la explosión del Maine fue un autosabotaje con el propósito de joder a cubanos y españoles. Pero mi más profundo desencanto y discordancia es el injusto tratamiento que le da a Hialeah, mi segunda ‘patria chica’.

Me he preguntado varias veces en que momento de la conversación que sostuvimos en mi casa en 2018[3] yo pude haberle trasmitido una imagen tan deprimente de Hialeah, tan acorde con los estereotipos que son tan habituales para conceptuar esta ciudad. Califica al Westland Mall de “antes atractivo y ahora decaído”, más adelante establece que Hialeah está devaluada y nuevamente señala: “este sitio cada vez más feo y degradado” de donde escapan la gente cuando logran algún éxito económico. Casi al final de la novela vuelve a la carga y después de que Loretta había considerado a Norman, en Oklahoma, como el pueblo más feo que había conocido, cuando llega a Hialeah cambia de parecer y le endilga ese mérito a Hialeah.

Detalles menores, que el autor pudo haber evitado con una simple pregunta por la vía del correo electrónico como hizo un par de veces, fue el ubicar a la población negra[4] en el East de Hialeah cuando en realidad se ubican en el West a un lado de la 4ta Avenida en lo que se conoce desde hace casi 100 años como Seminole City[5]; otra ubicación erróneas es la de situar a la cafetería-restaurante Morro Castle en la 12 Ave y la 68 calle, cuando en realidad se encuentra en la 12 Ave y 44 Place.

Pero, me repito, he repasado varias veces nuestra conversación y no puedo recordar que yo le haya trasmitido tan deprimente visión de la ‘ciudad que progresa’, más bien todo lo contrario, por tanto que todas las maldiciones ‘jayalenses’ caigan sobre él que desestimó a esta ciudad, tan efervescente y febril como ha sido evidente en estas elecciones de 2020 en que charangas, pachangas y otra gangas se han lanzado a apoyar al máximo líder Donald Trump, como hicieron cuatro años atrás, y mucho antes lo hicieron en Cuba.

A pesar de lo anterior recomiendo la lectura de esta novela, que de alguna forma tendrá que circular clandestinamente en Cuba, con tan vividas descripciones de una época convulsa, una sociedad que pasó de la esperanza a la desolación en un país en franca y total descomposición.


[1] Fragmento de la letra de la balada ‘Dust in the Wind’ que se hizo famosa en los años 70’ interpretada por el grupo Kansas, es mencionada más de una vez en la novela a la cual le da su título.

[2] Página 575 de la novela reseñada.

[3] Ver: https://www.cubaencuentro.com/cultura/articulos/conversando-con-padura-sin-pauras-332570

[4] Se refiere a lo que en EEUU llaman ‘afro-american’ a los descendientes de los negros traídos como esclavos y que al parecer nunca llegarán a ser ‘american’, aunque sean de la décima generación. Los negros latinos viven desperdigados por toda la ciudad.

[5] Seminole City, a pesar de su nombre, fue un amplio terreno entregado a perpetuidad por James H. Bright, fundador de Hialeah, a los negros que trajo de Missouri para trabajar para él en el hipódromo.


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