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“Marina”, del realizador Enrique Álvarez

En la cinta, aunque se mencionan problemas candentes de la vida cubana de hoy como la prostitución, el exilio, la reunificación familiar, el éxodo hacia la capital…, se elude cuidadosamente el desarrollo de todos esos conflictos

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Por estos días se exhibe en La Habana el filme Marina dirigido por el realizador Enrique Álvarez. La película narra la historia de una joven, Marina, que después de permanecer durante siete años en La Habana regresa a Gibara, para encontrar una triste realidad: su padre ha muerto y su casa ha sido entregada a una familia damnificada por el último ciclón. La protagonista, dentro de una casa ruinosa y que ha dejado de pertenecerle, busca y por fin le entregan un pequeño diario escrito a lápiz donde guarda sencillas confesiones de su adolescencia junto a una pequeña colección de brillantes envoltorios de golosinas. También una fotografía en que está ella junto a su padre. Todo el testimonio de su pasado ha sido prácticamente borrado por el mar.

Marina vaga por las calles de Gibara, pero ya no reconoce a nadie. En el parque del pueblo se reencuentra con una vieja amiga, Yusi, que le da detalles sobre la soledad en que vivió su padre hasta su muerte, sobre su casa y un viejo amor perdidos. Sin embargo, a pesar de la calidez del reencuentro, la amiga se muestra esquiva en recibirla donde vive y le cuenta que su esposo se encuentra en La Habana “tratando de levantar cabeza”. El desdén y el resentimiento con que Marina repite “La Habana” nos hace pensar que su presencia en su pueblo natal no se limita a unas simples vacaciones.

Mientras acaricia una pequeña caja china sentada en el malecón de Gibara, llegan un hombre viejo y otro joven. Son ellos, Pablo y su abuelo. A partir de ese momento establecerá la joven una relación especial en la que profundizará en sus sentimientos: con el viejo, marcada por la ternura y por la pérdida de su propio padre; con el joven, signada por la violencia sexual por causa de la amargura y la frustración en que vive Pablo.

Con una fotografía realizada por Santiago Yanes que realza la belleza de los paisajes de Gibara, y la intención explícita de incorporar los rostros de los personajes a través de recurrentes primeros planos al entorno natural, la película alcanza momentos líricos sobre todo, gracias a la apoyatura que brinda la música de Bárbara Llanes.

Sin embargo, la trama se arrastra, se vuelve lenta y carente de emoción y ante eso poco puede hacer el elenco formado por Claudia Muñiz (también co-guionista con Enrique Álvarez), Carlos Enrique Almirante, Marianela Pupo, Rosa Vasconcelos y Mario Limonta, este último, el único actor que logra matizar con gracia, irreverencia e ironía la densa rutina que le toca representar.

Y es que en la cinta, aunque se mencionan problemas candentes de la vida cubana de hoy como la prostitución, el exilio, la reunificación familiar, el éxodo hacia la capital con la esperanza de huir de la asfixiante desidia de las provincias, se elude cuidadosamente el desarrollo de todos esos conflictos.

Enrique Álvarez ha dicho que con su película Marina solo ha querido contar una historia de amor, ha afirmado que no se trata de una película de tesis. Aunque, obviamente, el regreso de la protagonista no es cualquier regreso. No hay casualidad en esta aparente búsqueda de la identidad. Vuelve derrotada por una realidad que no fue lo que creyó. A pesar de que viene con algunos objetos que hacen pensar en algún tipo de éxito económico —tiene un teléfono celular y fuma todo el tiempo cigarros caros—, Marina responde con insólita madurez a dos cuestiones fundamentales en su desarrollo como personaje. La primera, cuando Pablo le pregunta si no piensa reclamar su casa: “No hay nada que hacer”, responde ella. La segunda, cuando él la conmina a marcharse del país: “Ya yo me fui de aquí”, responde entonces. Solo que este convencimiento nos parece sospechosamente carente de motivación.

El final de la cinta nos depara una moraleja explícita: deberemos conformarnos como dice la canción “con los pequeños detalles que hacen grande un amor” o lo que es lo mismo, con mucho espíritu y alguna golosina, la que se pueda, como las de las etiquetas que vimos coleccionadas en el diario de la protagonista cuando era todavía una niña.

Si bien Marina parece que se ha encontrado con su naturaleza más profunda en Gibara, el pueblo dista mucho de ser el sitio de la pobreza idílica que recorre la cámara o el sitio ideal para celebrar un festival de cine pobre en Cuba. Lo prueba el hecho de que en la película de Enrique Álvarez entre el remo, la ruina y la rabia, se diluye no solamente cualquier alusión a la revolución, sino también a la aspiración de vivir una vida donde la cultura, la prosperidad alcanzada por el trabajo y la participación ciudadana no recuerden a las de una aldea taína.

Marina, co-producción ICAIC-EICTV-Festival del Cine Pobre Humberto Solás y estrenada a finales de septiembre, estará en cartelera en La Habana hasta el próximo 13 de octubre.


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