Actualizado: 25/04/2024 19:17
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CON OJOS DE LECTOR

Más que contar historias, el placer de cómo decirlas

En su más reciente producción narrativa, Carlos A. Díaz Barrios cubre un asombroso espectro de asuntos, registros y estilos.

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Más que contar una historia, el placer de cómo contarla

Si en Kansas Lounge y Box Office Draw hacía aparecer en varios de los poemas a Dios, Díaz Barrios dedica ahora todo un libro, Como agua profunda, a su contrafigura, el Diablo. Un Diablo, sin embargo, que dialoga con el Papa, recita el Cantar de los Cantares, se da baños de leche de cabra, lee la Biblia para no perder la costumbre y usa un traje de torero al cual le faltan las mangas, pues de otro modo no le cabrían las alas negras. En dos de los cuentos, El baño del Diablo y el que da título a la colección, se insiste en sus inclinaciones literarias y en sus buenas relaciones con creadores como Zurbarán, Miguel Ángel, El Bosco, Murillo, Luis de Góngora, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo. Con este último, el Diablo sostiene un diálogo que versa sobre el arte de escribir poesía, recién descubierto por él: "Maestro, eso es poesía de indio, no siga por favor, maestro, mire que le voy a perder el respeto; y Quevedo, que está alucinado, grita también: Hay en mi corazón furias y penas. El Diablo chilla, maestro, eso se lo va a robar un chileno; Quevedo le contesta, me gustas cuando callas porque estás como ausente; y el Diablo le grita, maestro, usted no necesita de esa mierda para ser Quevedo".

De todos los libros de los que aquí me ocupo, Música para sordos es el más extenso. Es una novela centrada en el Obispo de Torralba, un personaje que sólo aparece mencionado muy de pasada en el Quijote de Cervantes, quien sugiere que tuvo problemas con la Santa Inquisición. A partir del mismo, Díaz Barrios elabora una trama que ubica al Obispo en el París posterior a la toma de la Bastilla, aunque me apresuro a advertir que estamos lejos de hallarnos ante una novela histórica a la cual se le debe exigir fidelidad a la época y los hechos que se recrean. El narrador de la novela da la pista del origen del protagonista y de la libertad con que ha sido tratado, cuando expresa en el Epílogo: "Y como el tiempo es un miserable, yo quiero que mi Obispo de Torralba tenga este fin y no una maloliente hoguera delante de un inquisidor español".

Aludí a que Música para sordos no pretende ser una novela histórica. Por sus páginas desfilan, es cierto, personajes pertenecientes a esa época: Marat, Robespierre, Carlota Corday, María Antonieta, el marqués de Sade; pero también el emperador Moctezuma, el comendador de Ocaña, Torquemada, Jasón y los argonautas, El Greco, Paganini, Mozart, Dios, el Diablo y la Muerte. Asimismo en los jardines del palacio se levantan hogueras a las que son arrojadas novelas de caballería como Tirante el Blanco, Lanzarote, Amadís de Grecia y los Palmerines de Oliva. Y como los revolucionarios franceses quieren demostrar al mundo que viven de modo austero, han llenado París con las arenas del Sahara. Por el barrio de Saint-Germain se ven pasar ahora caravanas de camellos, conducidas por beduinos y mamelucos. Toda la hermosa Francia se convierte así en un desierto, con palmeras y datileros. Ello tiene que ver con una cita que aparece a manera de exordio en las primeras páginas de Música para sordos: "Los pueblos a veces padecen una desgracia natural: la de dejarse gobernar por los imbéciles".

De lo anterior se puede deducir, pienso yo, que lo que Díaz Barrios se propuso hacer es una reelaboración mágica y poética de la figura del Obispo de Torralba. Música para sordos es además una obra en la que apenas se insinúa una trama argumental. A su autor, más que contar una historia, le interesa más el placer de decirla. Como narrador, no se preocupa tanto por qué se cuenta, sino cómo lo hace. Esto constituye un rasgo que resultaría un estorbo en una obra que se rige por el canon tradicional de lo novelesco, pero no en un libro como éste. Por supuesto, tal como están hoy las cosas eso lo convierte en una novela sin mercado, condenada a ocupar un sitio marginal. Eso, claro, en el caso de que se publicase, pues presentar a cualquier editor un original de tales características supondría ser despedido visceralmente con risas y burlas.

Mas por fortuna, aún queda espacio para proyectos culturales como La Torre de Papel. Y sobre todo, aún quedan lectores que saben apreciar y degustar la buena literatura. A ellos recomiendo acercarse a los libros de Carlos A. Díaz Barrios que he reseñado. Lo hago convencido de que les ha de deparar una experiencia cuyo resultado final será muy gratificante. Como no se distribuyen por los canales comerciales, anoto aquí dónde se pueden conseguir: Librería Agartha Secret City, 133 Giralda Avenue, Coral Gables. Telf. 305-4411618. Correo electrónico: AgarthaEB@aol.com. De nada.


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