Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Mi encuentro con ellas

A propósito del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, va la evocación de una entrevista fallida y el contraste con su hermana Bella

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Advierto a los colegas: entrevistar a Fina García Marruz es toda una proeza. Yo lo intenté hace muchos años, justo cuando me propuse reunir información sobre la familia, y lo logré solo a medias. Su proverbial timidez se convertía en aversión a trascender como poeta, lo cual resultó en una suerte de recelo hacia la entrevistadora, a quien llegó a preguntar entonces: ¿Y a mí, por qué?

Claro que en los ochenta yo era también una tímida, pero creo que ella tampoco cambió demasiado en estos años. La recuerdo aquel día: primero, amenazada por la grabadora que finalmente no me atreví a enchufar; luego, algo contrariada por tener que responder preguntas, para acceder enseguida a hablar de su familia, en especial de Bella. Sus reparos y mi turbación conspiraron para que yo apenas pudiera anotar algunas ideas antes de liberarnos, a ella de la zozobra y a mí de la angustia.

Esa tarde en la Sala Martí, de la Biblioteca Nacional, Fina confirmaba lo que antes me había dicho Bella. Después del diálogo, casi breve, pensé en Italo Calvino y en cómo se habría fascinado con estas mujeres, nacidas de los mismos genes con un año y medio de distancia, que se completaban de una manera inusual. Eran dos mitades muy distintas, que juntas funcionaban de maravilla apoyadas en el factor común de su muy profundo afecto, que daba lugar a una identificación difícil de obtener en caracteres tan diferentes.

“Fina fue la primera hija que yo tuve”, me había dicho, categórica, Bella, la mayor de las dos, cuando abordamos el tema de su hermana: “Yo la protegí toda mi vida hasta que se casó con ese hombre ejemplar que es Cintio”.

“De adolescente era muy callada —prosiguió— y solo se comunicaba conmigo. Con mamá tenía una buena relación pero era conmigo con quien hablaba. Desde que empezó a escribir, todo lo que hace hasta el día de hoy yo soy la primera que lo lee”.

Bella era expresiva, desenvuelta, y capaz de dar solución a los asuntos cotidianos que abrumaban a los poetas de su entorno; su sentido de la vida práctica no obstruía, sin embargo, una sensibilidad para las letras y un gusto por el arte. Bella era “poeta en actos”, al decir de Eliseo Diego, quien acuñó esa definición para aquellos que no se expresaban en el lenguaje de los artistas pero poseían dotes semejantes. Elegía las flores y las colocaba en el jarrón del centro de mesa como una pintura, para animar el ambiente creativo de la casa familiar. Tal vez fue Fina quien más apreció esa vocación protectora y se alimentó de ella; ensimismada, hasta alcanzar la depresión necesitaba del sólido apoyo que le dio siempre su hermana. Bella era parte de su oxígeno.

La poesía fue para Fina, como para muchas otras y otros, el cuenco donde se depositan los secretos y las confesiones, por eso su expresión se instala en El turco sentado junto a Eliseo Diego, el emisario de los objetos cotidianos. En tal sentido y con una voz muy propia, Fina es la confidente de las emociones y sentimientos. De Las miradas perdidas a Habana del Centro, pasando por Visitaciones, su poesía aborda los temas a partir de un observatorio íntimo en el que no hay prisas, ni saltos de mata, ni se permite a todos la entrada. Así ha sido Fina, así fue siempre, así es hoy. En 1987 Bella me contó:

Fina empezó a escribir a los doce años. Siempre fue muy lectora, muy estudiosa, leía y llenaba libretas completas con apuntes sobre las lecturas. Ha publicado sus estudios sobre Martí y acerca de otros temas, pero ver impresa su propia obra, su poesía, no es lo que más le interesó. Lo que ha salido ha sido por insistencia de los demás, pero tiene tres veces más textos inéditos de los que se conocen, porque ella escribe sin parar desde niña. Por otro lado, es una persona suave de carácter, aunque nada dócil, sino más bien rebelde, tiene mucha agudeza e ironía, como nuestro padre. Los que conocieron a la familia decían que ella era como los Marruz, más bien retraídos y callados, tirando a la melancolía, no luminosos como los Badía. No obstante, al paso del tiempo se ha hecho más extrovertida, más alegre y sobre todo conservó e hizo explícita esa capacidad de ilusión que siempre tuvo, como de niña. Fina se ilusiona con todo. Con lo que está escribiendo, con un proyecto, con un plan cotidiano. Ella llena de ilusión lo que toca.

Como es obvio, me ha sido imposible hablar de una sin la otra, porque en cada premio, reconocimiento, publicación, que hoy integra el largo historial de Fina García Marruz, veo a Bella empeñada en sacar adelante a esa persona, talentosa como pocas, estudiosa, dedicada, imaginativa, pero siempre en lucha contra el pesimismo. Bella ya no está para aplaudir en el tramo de la trayectoria que ha hecho trascender a su hermana como una de las voces femeninas más elocuentes del siglo XX cubano. Pero con la obra de Fina va también la suya.


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